Con el tiempo (y el cerebro) ahogado entre miles de cosas, me permito copiar algo que escribí y publiqué en otro lado, y que quería compartir con los lectores de acá. Gracias por pasar. (P. S. Espero pronto volver a la normalidad y volver al estilo habitual de este blog).
Dónde está Dios
Hubo terremoto en el Perú, y no solo tembló la tierra sino también los corazones y las mentes. Porque a todos se nos movió algo, quizá poquito, pero algo. Todos reaccionaron. Y si algunos tomaron su rosario con más fuerza entre las manos, otros lanzaron con más violencia la Biblia por la ventana, tal vez viendo si de pasadita alcanzaban a bajarse alguna ventana del Vaticano.
Y mientras César Hildebrandt* escribía un artículo provocador esperando remover conciencias ---y quizá parar la olla---, una más sencilla amiga mía me preguntaba (sin saberlo), quizá con menos pretensiones, pero seguramente con el mismo desgarro en el corazón: «Si Dios existe, ¿dónde estuvo el miércoles?».
Y leo su pregunta y me pongo triste porque pienso muchas cosas. Pienso, por ejemplo, en tres ómnibus llenos de gente que partió hacia Chincha apenas 96 horas después de la tragedia. ¿Especialistas en rescate? ¿Sismólogos? ¿Brigadas de Defensa Civil? No. Solo gente, común y corriente, gente que de lunes a viernes trabaja, estudia, va al cine y toma el transporte público, pero que ese fin de semana decidió dejar esas cosas para ir a dar una mano a los que perdieron todo, pagando su propio pasaje, llevando su propia comida y una simple bolsa de dormir. Gente que ni siquiera dudó cuando, una vez arriba del bus, el improvisado encargado general quiso advertir que la situación no estaba tranquila, que apenas el día anterior hubo robos, saqueos, bandas armadas recorriendo la ciudad en busca de la ayuda que no llegaba. Pienso en esa gente, en cuyos rostros vi encresparse el miedo al oír esto, en esa gente que hizo un silencio de tumba cuando oyó «No les garantizo su seguridad», pero que cuando escuchó «¿Alguno se quiere bajar?» no se movió. Pienso en todo esto, y pienso que sé dónde está Dios.
Y mientras recuerdo la pregunta de mi amiga, pienso en las toneladas y toneladas (porque han sido toneladas, eh) de ayuda que salieron de todos lados y llegaron todas al mismo sitio.** Tantas toneladas, que las organizaciones de ayuda que normalmente cubren este tipo de desastres no se daban abasto. Y pienso en la secretaria de un sitio que frecuento rogándome que me anotara, que se necesitaban turnos de cien voluntarios diariamente para ayudar a procesar las donaciones en cierta organización católica internacional sorprendida y sobrepasada. Pienso en todo esto, y pienso que sé dónde está Dios.
Y pienso en la pregunta de mi amiga, y recuerdo que toda la semana posterior al sismo los supermercados estaban llenos de gente, pero vacíos de productos. Pienso en lo difícil que era conseguir en esas fechas algún enlatado, alimentos en conserva, agua envasada... Pienso en las cajas registradoras llenas de personas que compraban en grandes cantidades para enviar a la familia, a los amigos, o simplemente para donar a los desconocidos, para regalar... Y pienso en aquella señora que sufrió el embate de la curiosidad de cierta amiga periodista, que a la sazón trabajaba al lado de mi escritorio y me lo contó: «Disculpe, señora, ¿para quién compra eso? ¿Tiene familia en el sur?», y la respuesta que destroza toda lógica: «No, no tengo. Es para donar a esa gente que necesita». Pienso en todo esto, y pienso que sé dónde está Dios.
«¿Dónde está?», pregunta mi amiga, y pienso en las imágenes de un grupo de gente que en medio de los escombros, en medio de las casas venidas abajo, en medio de la carestía, el frío y la miseria sacó en procesión a su santo para homenajearlo, para rezarle, para pedirle, para rogarle... Pienso en toda aquella gente que al ver llegar los convoyes de ayuda se miraba entre ella y luego miraba a los socorristas con un sutil brillo en los ojos: «Vayan más allá, señor: en ese otro pueblo están peor que nosotros». Pienso en todo esto, y pienso que sé dónde está Dios.
«¿Dónde está Dios?», pregunta tanta gente, y pienso en el testimonio conmovido de un amigo sacerdote, que cuando llegó a cierto pueblo golpeado por la tragedia vio a la gente venírsele encima, desde lejos, corriendo. «Ya me fundí ---pensó---. Ahora me pedirán donaciones, me reclamarán la falta de ayuda...». Pero cuando se vio rodeado de la muchedumbre polvorienta, sudorosa y arañada por las zarpas de la tragedia, el reclamo que oyó le heló la sangre en las venas, porque no era de este mundo: «Padre, ¿cuándo nos celebra misa?». Pienso en todo esto, y pienso que sé dónde está Dios.
«Si Dios existe, ¿dónde está en momentos como este?», preguntan por ahí. Y yo me pongo triste porque pienso muchas cosas. Pero, sobre todo, pienso en una sola, que me martillea el cerebro locamente: si a cualquiera con dos dedos de frente le queda claro dónde está Dios, ¿cómo hacérselo entender a los que no?
* César Hildebrandt (Lima, 1948), periodista peruano, conductor de varios programas de televisión y director de diversos medios escritos a lo largo de su carrera. Es uno de los periodistas más influyentes y con más credibilidad en el Perú. Se caracteriza por su estilo agudo, directo y carente de falsos respetos al entrevistar a sus invitados. Sumamente crítico con la corrupción y los malos manejos políticos, es célebre también por su coherencia y su radicalidad: en no pocas oportunidades ha renunciado en vivo al programa que conducía cuando veía amenazada su libertad de expresión. Se declara agnóstico y suele mostrar una actitud muy crítica ante la Iglesia católica.
** Bueno, en realidad casi todas, porque algunas toneladas se perdieron por ahí, en casa de algunos hijos de mala madre, a quienes les deseamos que el día que Dios les pida cuentas, lo encuentren de buen humor. Afortunadamente, de algunos ya se ocupó la justicia peruana.
9 comentarios:
Gracias Kike
Precioso.
Queridísimo amigo, hay una manera de hacerlo que nunca falla: rezando por ellos. Hoy quizá no lo vean, y a lo mejor mañana tampoco. Pero llegará un día en el que se les abra la mente y al leer tu artículo sabrán perfectamente donde está, donde estuvo y donde estará Dios siempre.
Un fuerte abrazo.
P.D.: Sigo con el acuerdo que suscribimos hace tiempo. Ahora con más intensidad y devoción que antes.
Kike, yo tampoco entiendo porqué Dios permite que sucedan estas cosas. Creo que esa es la pregunta que se hace mucha gente, creyentes o no. Sin embargo, mi fe sigue ahí, como siempre, porque tal vez necesitábamos algo así para descubrir que aún somos humanos, y como hijos de Dios aún podemos amar, compartir y ser capaces de consolar, de llorar con otros y de enseñarle a nuestros hijos que los otros están primero en estos momentos angustiantes de necesidad.
Gracias por este post.
¿Donde esta Dios?, coincido plenamente contigo. (los hijos trabajan en el nombre del padre)
Y si gastaramos más energias en avanzar y menos en bombas y guerras ya sabriamos cuándo van a suceder terremotos y otros desastres naturales y asi poder evitar los destrozos que causan.
Pues pienso que te quedaste corto, suele suceder, aunque no sé por qué: Dios está con los que ayudan, desde luego; pero Dios está, SOBRETODO, en los que sufren, en los damnificados, en los fallecidos, ahí está Dios. ¿Es que ya nadie se acuerda de la Madre Teresa de Calcuta? Dios está con ella, sí; pero Dios está en los que ella socorría.
Por cierto, ¿por qué Dios permite esas cosas? Porque existe el pecado original ¿recuerdan?, y con él -culpa de los hombres-, entre otras cosas, hemos perdido el control sobre la creación.
Creo que se entiende.
Kike: Hace poco, en mi Ciudad, una noche llovió mucho. A la mañana siguiente una mujer y su hija de 12 años, iban a pie rumbo a la secundaria. Cruzaron un camellon, primero la mamá, luego la niña, en eso, el piso se abrió y la niña cayó al colector de aguas negras que pasa por debajo del pavimento... dos señores que bajaron del camión junto con ellas fueron a tratar de ayudar y uno de ellos cayó, el otro se lanzó para ayudar pero no pudo sostenerlos porque la corriente de agua estaba muy fuerte. La niña y uno de los señores se fueron... los sacaron muertos del colector como a 20 Km. mas adelante... La historia puso a toda la Ciudad muy triste... En la misa que se ofreció para la niña el Padre dijo: Estamos muy tristes y muy indignados, aun a pesar de nuestras lagrimas, los que verdaderamente creemos en nuestro Señor, debemos recordar que El es un Dios de VIVOS y no de muertos. Dios llama a su presencia a muchas personas todos los dias, desde bebes hasta ancianos, Esta vez, la llamó a Ella -la niña- como pudo haber llamado a cualquiera de nosotros y Ella, esta viva con Dios y viva en el corazón y el recuerdo de las personas que la amaron y que estan aquí presentes y debemos tener la esperanza de que Dios no permite la muerte de aquellos a quienes un día les dió vida y creyeron en El....
Y me parecieron sus palabras tan honestas y tan confortantes... Dios es un Dios de Vivos y la muerte fisica no significa el fin de nuestra existencia ni el de nuestra esperanza... a pesar de ser muy muy triste y a veces desconcertante... Muy buen post. Muy buen mensaje. Saludos para ti.
Hola
Kike!
Paso a dejarte saludos
luego regreso
a comentarte
Hasta otra!
A veces buscamos a Dios arriba en las estrellas, y lo tenemos al ladpo mismo, en el anciano, en el enfermo, en el emigrante, y por supuesto, en el Sagrario...
Me uno a lo que dice Luis Fuentes en su comentario.
Un abrazo
Gracias, amigos, por dejar sus saludos y por pasar a leer esto. Recen por toda la gente que sufre.
Saludazos.
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