Hasta esta redacción ha llegado un desafío/invitación/reto/propuesta/a-que-no-te-atreves de parte de un par de simpáticos blogs que también leo (este y este). Y ya que el reto pareció simpático e ilustrativo, henos aquí, dispuestos a revelar parte de nuestra intimidad más íntima (¡jo!) y de nuestros traumas psicológicos.
Es que la invitación consiste en que cada uno cuente un poni del que sea orgulloso ---o sufrido--- portador. Un poni (¿expresión popular en España?) ha sido definido como (cito de uno de los blogs en cuestión) "[...] un trauma muy gordo que se te queda después de algo que te pasa cuando eres pequeño". Parafraseando un poco las palabras de las organizadoras de esta cruzada: por ejemplo, un poni sería si te vas a un campamento de verano y te caes al lago y nadie te rescata porque el socorrista está entretenidísimo con la monitora de tiro al arco (sí, entretenidísimo); y entonces te mueres y vuelves cada verano de entre los muertos para cargarte a los monitores del campamento porque tienes un resquemor de los gordos. Por ejemplo, como le pasó a este jovencito.
Bueno, yo no regreso todos los años para matar gente en campamentos de verano. Básicamente porque en mi país no suelen haber campamentos de ese tipo, y porque con las pastillitas que me recetó la doctora Tesuda Tumano ya se me pasó. Mi poni es un poco más sencillo. Pero traumático al fin y al cabo.
Me sucedió cuando aún estaba en la universidad. En esa época tenía temporadas con casi tanto tiempo libre como ahora, solo que sin la preocupación de tener que conseguir un trabajo, por lo que me lo pasaba en grande. Bueno, a veces, claro. El resultado era tener siempre un tiempito libre para algunas actividades honorables que lo ayudaran a uno a cultivar el espíritu. Así que cuando leí un discreto cartelito que anunciaba la Misa en sol mayor de Schubert en el auditorio de Física, no dudé ni un segundo: lo anoté en mi agenda y me mentalicé. Sonaba bien.
Era para un jueves al mediodía. Así que ese jueves me las arreglé para almorzar temprano y tener todo listo. Después de un fugaz almuerzo, comparecí en el susodicho "auditorio de Física" (apenas un salón más grande que los demás... entenderán que los estudiantes de Física no son el público más aparente para construirles todo un auditorio dedicado a la música culta), comparecí, decía, sin sospechar que estaba compareciendo ante una de las peores tardes de mi vida.
Y empezó la misa. Es decir, la música. En realidad, la tal misa de Schubert (lo comento para los que no lo sepan) no es una misa tal cual; es, más bien, la música para la misa. La estructura de una misa (en música) normalmente es la siguiente:
-- Kyrie-- Gloria
-- Credo
-- Sanctus
-- Benedictus
-- Agnus Dei
Hasta ahí vamos bien, seguro que todos ya sabían eso. ¿Qué dicen? ¿Que no? Bueno, pero lo que de seguro sí saben (porque esto sí lo sabe todo el mundo) es que las obras de música culta normalmente tienen varias partes. Dichas partes se suelen llamar movimientos, y se considera que una composición ha terminado cuando han sonado todos sus movimientos. De Perogrullo, ¿verdad? Pues de ahí se deduce que no se debe aplaudir hasta que la obra, con todos sus movimientos, termine. Vamos, ¡si todo el mundo sabe eso!
Todos menos yo.
Entonces, que empieza la misa tan bonita y yo me maravillo y digo "Caramba, qué lindo es esto" y luego de unos minutos termina el delicioso primer movimiento (el Kyrie ---si no me engaña la memoria---) y entonces los músicos paran y todo se queda en silencio y... y...
"Mira a estos ignorantes: nadie se da cuenta de que esta parte ha terminado. Pero, deja: yo les enseñaré". No les diré quién pensó esto de aquí, pero sí que unos milisegundos después, este pecador se lanzó a aplaudir con desafiante frenesí ("¡Aprendan!"), con delirante indignación ("¡¿Qué no se dan cuenta de que toca aplaudir?!"), con beligerancia ("¡Así, así! ¡Choquen sus manos unas con otras!")...
Pero pronto la rabia y la indignación se fueron transformando en sorpresa y confusión ("Esteee... algo no anda bien") pues todo el auditorio seguía en silencio, y nadie me siguió la corriente ("¿Aló? Tierra llamando a auditorio..."). Apenas por ahí uno o dos incautos más dieron un par de palmadas, quizá compadecidos del loquito que comenzó a aplaudir como mono sin razón alguna. Pero pronto abandonaron la empresa, y solo quedaban resonando en el ambiente las palmas que incluso yo mismo miraba con sorpresa, como si fueran de otro ("¿Qué ocurre?").
Entonces me callé. Más prudencia que por otra cosa. Quizá yo me había dormido y había despertado en un universo paralelo en el que estaba prohibido aplaudir, y seguir haciéndolo excitaría la ira de los nativos. Nunca se sabe. Solo que dejé de aplaudir y me sequé un poquito el repentino sudor que me caía por la frente. De pronto había comenzado a hacer mucho calor. Y comenzó a hacer aun mucho más calor cuando ---aterrado--- veo que la directora allá abajo deja su batuta en el atril, y se vuelve hacia nosotros para decir algo. Y lo dijo ---obvio--- no para mí (¡nooo, qué va!) sino para todos en general. Obvio.
---En una obra musical clásica no se aplaude sino hasta el final.
El calor se había hecho insoportable, les juro, y lo que hubiera dado por que la era del hielo hubiera venido nuevamente de sopetón y sobre el Perú en esos precisos instantes.
La cosa es que desde ese fatídico día, nunca soy el primero en aplaudir en lo que sea. Siempre dejo unos prudenciales segundos (no vaya a ser que los aplausos que comienzo a escuchar sean producto de mi imaginación) antes de lanzarme a aplaudir como monito. Y discretamente, eso sí.
Debajo les dejo una foto, no solo para que me conozcan (ya era hora), sino porque es algo así como nota de las iniciadoras de la cruzada que tu poni venga con la foto correspondiente.
Debo decir, para justicia del pobre Schubert, que su misa, luego de escucharla completa, resultó bellísima. Me gustó mucho. Recuerdo especialmente el Agnus Dei... ¿tal vez por la parte que dice "Ten piedad de nosotros"?.
Fuera de bromas, felizmente que (todavía) Dios me quiere a pesar de esos arrebatos de humildad (!).
Esta foto (gracias a Lorzagirl) fue tomada con la cámara de seguridad del lugar,
que se activa cuando hay fuego o cuando
alguien aplaude como loquito antes de que termine la obra.