Los que me conocen bien saben que soy un gruñón. Renegón, enfadoso, enojón... no sé cómo se diga en las otras variantes del español. Pero eso es lo que soy. Y, claro, uno se esfuerza por ir cambiando ---con mayor o menor éxito--- confiando en la gracia de Dios. En fin, es una de las cruces que me toca cargar, y tal vez algún día dejar. Pero la cosa es que es así, y no siempre me veo libre de estar calmado en ciertas situaciones. Y una de ellas era la época en que este humilde posteador fungió como sacristán en cierta capilla por mi casa. Y muy especialmente odiaba esa labor los días jueves, en que el padre K. exponía el Santísimo Sacramento y se sentaba luego a confesar, todo desde las 7:00 p. m. hasta las 8:30 p. m.
Con toda la franqueza del mundo lo digo: a mí me reventaba tener que alistar las cosas para esta actividad ---sí, hasta ese punto llega el engreimiento humano---. Y me reventaba por una razón muy sencilla: nunca podía tener las cosas a tiempo. Siempre era una correría salvaje en la que terminaba o bien con las justas o bien francamente retrasado. Una desgracia. Empezaba yo plácidamente, con tranquilidad, preparando las cosas para que la gente pudiera encontrarse con Dios; o sea, sobrenaturalizando mi trabajo. Lindo, ¿vio? Pero al final terminaba hecho una huaraca, a mil por hora, intentando simplemente tener las cosas listas y punto.
¡No saben cuántas cosas me inventé!: métodos, técnicas, cambios de horarios, pedir ayuda... La cosa es que a veces nadie podía ayudarme, y era el dolor de cabeza completo. Incluso me preparé una lista de acciones que debía cumplir para preparar las cosas, con tiempos incluidos. Sí, así de increíble:
-- De 5:45 a 5:50: pasar trapo limpio para sacar polvo del altar.
-- De 5:50 a 5:53: poner mantel blanco para el altar.
-- De 5:53 a 5:55: encender las velas para que se vaya reblandeciendo la cera. Luego: refilar (ver más abajo).
-- ...
Cosa curiosa: esa lista, que preparé para mí hace seis años, y tenía prendida con alfileres en el corcho de la sacristía, aún está ahí, y le sirve al actual sacristán que contrataron (luego de que vieron que contar con un voluntario era un total fracaso, je, je...).
La cosa es que a pesar de todos mis esfuerzos no llegaba a tener las cosas listas. Sin embargo, un milagroso día ocurrió. Yo no podía creerlo. Las lágrimas casi casi salían de mis ojos cuando a las 6:55 p. m. todo estuvo ya listo, a diferencia de las veces anteriores. ¡No cabía en mí de la sorpresa! Y entonces viene el padre K., se reviste, y sale a exponer el Santísimo, y luego se sienta a confesar. Muy satisfecho, salí de la sacristía, recé un ratito y me fui a hacer mis otras cosas.
Tal como decía mi horario, a las 8:10 estuve de vuelta en la sacristía. La exposición debía terminar 8:25. Normalmente a esa hora el padre K. se levantaba del confesionario y volvía a la sacristía por la capa pluvial y el paño de hombros, y salía para el rito de reserva. A las 8:30 todo concluía, y se iba a su comunidad a comer mientras yo me quedaba ordenando las cosas... lo más rápido posible ---para variar--- porque tenía mil cosas que hacer.
Ese día sin embargo, el del cumplimiento perfecto de mi horario, el padre K. se comenzó a demorar. A las 8:25, al ver que no salía del confesionario, se encendió en mí la luz de alarma. Yo, por supuesto, ya tenía las cosas listas, y no concebía que me pudieran malograr mi día perfecto. Pero eran ya las 8:28 y el padre no terminaba de confesar. ¿Debía ir a pasarle la voz? ¿Se daría cuenta por sí mismo? Yo me impacientaba en la sacristía, pensando en la infinidad de cosas que tenía para hacer esa noche, cuya lista empezaba con la odiosa tarea de guardar todas las cosas que yo mismo había puesto un par de horas antes. Me desesperaba.
A las 8:30 el padre K. aún no volvía a la sacristía. Yo, que había estado ligeramente fastidiado, ahora estaba al borde de la furia. ¿Es que este cura no tiene consideración? ¡Claro, él se va a comer: pero no sabe la cantidad de cosas que tengo que hacer yo! ¡Qué tal raza!
A las 8:35 aún no llegaba. Y ahora sí que yo estaba en mi fase destructora. Ya vería cuando viniera. De todos modos le haría notar el asunto. Esto no se quedaría así: ¡me estaba malogrando mi día perfecto, el único día en que cumpliría mi horario!
A las 8:37 (lo recuerdo claramente) se apareció el cura en la sacristía. Con cara tranquila, plácido. ¡Y no: para nada apurado! Yo, por supuesto, ya había puesto mi carita aquella; algunos me la conocen. De pronto, mientras dejaba su breviario en la mesay se sacaba la estola morada, me preguntó sin mirarme, como quien no quiere la cosa:
---¿Qué hora es?
¡Ajá! ¡Ahí está! ¡Tu conciencia culpable te acusa, cura! Lo sabía: eras consciente de la demora.
Yo no perdí tiempo, y le dije con cierto placer:
---Ocho y treinta y siete. ---Y me detuve a ver su rostro, a ver qué decía.
Y, sí, hubo una reacción. Abrió los ojos un poquito más, hizo de su boca un cero (así "0"), y movió los ojos hacia arriba, como un niño a quien lo sorprenden haciendo una travesura y sabe que lo único que le queda para evitar la masacre es hacerse el simpático:
---¡Ups, creo que se nos pasó la hora!
¡¿Que cómo dijo?! ¡¿Que se "nos" pasó la hora?! ¡Ah, no...! ¡Eso no! ¿Conque echándome la culpa a mí de que a él se le hubiera pasado la hora? ¡Eso sí que no! Este iba a ser mi día perfecto, y él lo arruinó, y ahora me venía con que también a mí se me pasó la hora? Eso sí que era el colmo de la desfachatez, y no lo íbamos a permitir. "¡Sacristanes del mundo, uníos!".
De inmediato levanté una de mis cejas, entorné un poco los ojos, ladeé la cara, y mirándolo con el rabillo del ojo, le dije con el tonito de voz que se pueden imaginar:
---¿Se "nosssss" pasó la hora, padre? Yo estuve aquí a tiempo...---y lo dije haciendo un énfasis descomunal en aquel "nos", dejando que la ese se prolongara en el espacio y formara como una serpiente que trepara de mi boca hasta su oído. Le tenía que quedar bien clarito.
Sin embargo, el que no entendía nada era yo. Porque su respuesta fue como un balde de agua fría. El perfecto cachetadón sin sangre:
---Sí, se nos pasó la hora: al Señor y a mí.
Y mientras el padre K. se terminaba de revestir para reservar, yo ---pequeñito y miserable--- buscaba desesperado la grieta más cercana para que la tierra me pudiera tragar sin más trámite.
Fuera de bromas, en serio que la humildad es una gran virtud. La humildad no consiste en humillarse o tirarse barro ante los propios méritos. Eso no sé qué es, pero de humildad no tiene nada. La humildad es andar sencillamente en la verdad sobre uno mismo. Es reconocer quién soy, con mis limitaciones y defectos, pero también con mis virtudes y cualidades. Es eso: la verdad purita sobre mí, sin disfraces ni tapujos. Es conocerme profundamente y mostrarme de ese modo a los demás, sin tener que ocultar nada ni a mí mismo ni a nadie, sin avergonzarme de nada, pues ya asumí que soy así, repito, con virtudes, cualidades, defectos y limitaciones.
Como toda virtud, es meta y camino a la vez: no se consigue de un día para otro.
Dicen que la humildad es el Bactrim de la vida espiritual porque cura todas las dolencias del espíritu, je, je... Y debe de ser así porque, efectivamente, sirve para todo. Hagan la prueba. Ese día recibí una fuerte dosis, claro está. Pero lo bien que me hizo. El inocente padre K. ---no tan inocente a veces--- me hizo ver con ternura, a la vez que con claridad y crudeza, quién era el centro de todo aquello: yo no trabajaba ni para mí ni para mi horario, sino para que el dulce Señor Jesús se pudiera encontrar con la gente que iría a verlo, en el confesionario y en la custodia. Ese día me devolvieron a mi sitio. Y qué bien que se sintió... aunque un rato después, claro.
12 comentarios:
Y el Buen Señor seguro que tambien rió, haciendo un guiño.
Jefe exigente, si lo hay. Tambien es el Primer Desordenado, en cuanto al tiempo. Claro, como El tiene la Eternidad....
Aunque pensando dos veces: nosotros tambien.
Sí, nosotros también... aunque por distintos motivos, je, je... Creo que somos desordenados porque _creemos_ que tenemos la eternidad por delante. Y eso es muy diferente.
Me pregunto si el Buen Señor se rió haciendo un guiño, o se largó la carcajada como yo!!!
besote, kikito
El Señor trabaja de modo misterioso. Vaya que ser humilde es de lo más difícil que hay.
¡Bueno, Checha, tampoco tampoco, pues! ¡Ja, ja, ja! No, fuera de bromas, fácil que sí, que sí se largó la carcajada con todo, como tantas veces en mi vida, y en buena onda, fíjate.
Eso de las carcajadas del Cristo me hace acordar a la novela de Giovanni Guareschi, _Don Camilo,_ que es de lejos mi preferida. Se la recomiendo a todo aquel que quiera leer algo bueno, tierno, humano y profundo sobre la naturaleza humana, todo al mismo tiempo.
Zegim:
Sí, misterioso... y gracioso también, je, je... ¿Cuántas veces en mi vida no he descubierto la sonrisa de Dios frente a algún asunto mío? Gracias por darte una vuelta y vuelve cuando quieras.
A ver... Gino gruñon??? cuando aqui, jajaja, definitivamente no conozco tantos sinonimos para tu acostumbrado "estado", realmente el Buen Señor te sitio en una realidad inmensa y es que tus planes nunca son los del Señor, es mas somos humildes herramientos de su mision evangelizadora, Dios sabe como nos educa, recuerdo que tambien sufri un tiempo ayudandote en esos quehaceres para el Santisimo, pero mas recuerdo ese horario que mencionas fue, es y sera una guía para todos aquellas que quieran seguir los pasos de como servir al Señor Jesús.
La Humildad, es ante todo una virtud que todos, es cierto, TODOS debemos de buscar y tener.
Un abrazo.
EDGARD
Hombre, sí, fectivamente, la humildad es una provisión básica para la mochila espiritual. Qué suerte tenerte de compañía en el camino. Un abrazo, hermano.
Seguí por acá.....
Pues siga, siga; siga por donde quiera. Lo bonito es que haya seguido :-)
Sígale cuando quiera: hay limonada y galletitas.
Saludazos.
¡Hola Kike!, me acordé de algo...
Acá el sacristán, Huguito, sí así le decimos porque es grandooootte, tiene definido un síndrome, que el asegura que le agarra a todos los sacristanes: El síndroma pre-solemnidad...
Todos los que le vamos a ayudar antes de alguna fiesta o celebración litúrgica importante somos advertidos. Está prohibido decir frases cómo "Y eso, ¿Donde iba?"; "Uy, ¿Yo lo tenía que traer?"; "Pero nadie me avisó" y demás frases similares presentes frente a un olvido...
Viste, hasta ya tiene nombre y todo... Deberías verlo al "Monseñor" Huguito en esos días jajaja.
Bueno, lo demás se habla en privado, che.
Un besotte y "Nos estamos viendo".
Pues ya veo que tu monseñor Huguito tienen varias cosas en común con este servidor, ¡ja, ja, ja!
¡Un abrazo!
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