miércoles, 19 de setiembre de 2007

Dónde está Dios

Con el tiempo (y el cerebro) ahogado entre miles de cosas, me permito copiar algo que escribí y publiqué en otro lado, y que quería compartir con los lectores de acá. Gracias por pasar. (P. S. Espero pronto volver a la normalidad y volver al estilo habitual de este blog).
 
Dónde está Dios
 
Hubo terremoto en el Perú, y no solo tembló la tierra sino también los corazones y las mentes. Porque a todos se nos movió algo, quizá poquito, pero algo. Todos reaccionaron. Y si algunos tomaron su rosario con más fuerza entre las manos, otros lanzaron con más violencia la Biblia por la ventana, tal vez viendo si de pasadita alcanzaban a bajarse alguna ventana del Vaticano. 
 
Y mientras César Hildebrandt* escribía un artículo provocador esperando remover conciencias ---y quizá parar la olla---, una más sencilla amiga mía me preguntaba (sin saberlo), quizá con menos pretensiones, pero seguramente con el mismo desgarro en el corazón: «Si Dios existe, ¿dónde estuvo el miércoles?».
 
Y leo su pregunta y me pongo triste porque pienso muchas cosas. Pienso, por ejemplo, en tres ómnibus llenos de gente que partió hacia Chincha apenas 96 horas después de la tragedia. ¿Especialistas en rescate? ¿Sismólogos? ¿Brigadas de Defensa Civil? No. Solo gente, común y corriente, gente que de lunes a viernes trabaja, estudia, va al cine y toma el transporte público, pero que ese fin de semana decidió dejar esas cosas para ir a dar una mano a los que perdieron todo, pagando su propio pasaje, llevando su propia comida y una simple bolsa de dormir. Gente que ni siquiera dudó cuando, una vez arriba del bus, el improvisado encargado general quiso advertir que la situación no estaba tranquila, que apenas el día anterior hubo robos, saqueos, bandas armadas recorriendo la ciudad en busca de la ayuda que no llegaba. Pienso en esa gente, en cuyos rostros vi encresparse el miedo al oír esto, en esa gente que hizo un silencio de tumba cuando oyó «No les garantizo su seguridad», pero que cuando escuchó «¿Alguno se quiere bajar?» no se movió. Pienso en todo esto, y pienso que sé dónde está Dios.
 
Y mientras recuerdo la pregunta de mi amiga, pienso en las toneladas y toneladas (porque han sido toneladas, eh) de ayuda que salieron de todos lados y llegaron todas al mismo sitio.** Tantas toneladas, que las organizaciones de ayuda que normalmente cubren este tipo de desastres no se daban abasto. Y pienso en la secretaria de un sitio que frecuento rogándome que me anotara, que se necesitaban turnos de cien voluntarios diariamente para ayudar a procesar las donaciones en cierta organización católica internacional sorprendida y sobrepasada. Pienso en todo esto, y pienso que sé dónde está Dios.
 
Y pienso en la pregunta de mi amiga, y recuerdo que toda la semana posterior al sismo los supermercados estaban llenos de gente, pero vacíos de productos. Pienso en lo difícil que era conseguir en esas fechas algún enlatado, alimentos en conserva, agua envasada... Pienso en las cajas registradoras llenas de personas que compraban en grandes cantidades para enviar a la familia, a los amigos, o simplemente para donar a los desconocidos, para regalar... Y pienso en aquella señora que sufrió el embate de la curiosidad de cierta amiga periodista, que a la sazón trabajaba al lado de mi escritorio y me lo contó: «Disculpe, señora, ¿para quién compra eso? ¿Tiene familia en el sur?», y la respuesta que destroza toda lógica: «No, no tengo. Es para donar a esa gente que necesita». Pienso en todo esto, y pienso que sé dónde está Dios.
 
«¿Dónde está?», pregunta mi amiga, y pienso en las imágenes de un grupo de gente que en medio de los escombros, en medio de las casas venidas abajo, en medio de la carestía, el frío y la miseria sacó en procesión a su santo para homenajearlo, para rezarle, para pedirle, para rogarle... Pienso en toda aquella gente que al ver llegar los convoyes de ayuda se miraba entre ella y luego miraba a los socorristas con un sutil brillo en los ojos: «Vayan más allá, señor: en ese otro pueblo están peor que nosotros». Pienso en todo esto, y pienso que sé dónde está Dios.
 
«¿Dónde está Dios?», pregunta tanta gente, y pienso en el testimonio conmovido de un amigo sacerdote, que cuando llegó a cierto pueblo golpeado por la tragedia vio a la gente venírsele encima, desde lejos, corriendo. «Ya me fundí ---pensó---. Ahora me pedirán donaciones, me reclamarán la falta de ayuda...». Pero cuando se vio rodeado de la muchedumbre polvorienta, sudorosa y arañada por las zarpas de la tragedia, el reclamo que oyó le heló la sangre en las venas, porque no era de este mundo: «Padre, ¿cuándo nos celebra misa?». Pienso en todo esto, y pienso que sé dónde está Dios.
 
«Si Dios existe, ¿dónde está en momentos como este?», preguntan por ahí. Y yo me pongo triste porque pienso muchas cosas. Pero, sobre todo, pienso en una sola, que me martillea el cerebro locamente: si a cualquiera con dos dedos de frente le queda claro dónde está Dios, ¿cómo hacérselo entender a los que no?
 
 
* César Hildebrandt (Lima, 1948), periodista peruano, conductor de varios programas de televisión y director de diversos medios escritos a lo largo de su carrera. Es uno de los periodistas más influyentes y con más credibilidad en el Perú. Se caracteriza por su estilo agudo, directo y carente de falsos respetos al entrevistar a sus invitados. Sumamente crítico con la corrupción y los malos manejos políticos, es célebre también por su coherencia y su radicalidad: en no pocas oportunidades ha renunciado en vivo al programa que conducía cuando veía amenazada su libertad de expresión. Se declara agnóstico y suele mostrar una actitud muy crítica ante la Iglesia católica.
** Bueno, en realidad casi todas, porque algunas toneladas se perdieron por ahí, en casa de algunos hijos de mala madre, a quienes les deseamos que el día que Dios les pida cuentas, lo encuentren de buen humor. Afortunadamente, de algunos ya se ocupó la justicia peruana.

domingo, 2 de setiembre de 2007

Se sigue necesitando ayuda

Para las personas que me conocen, que conversan conmigo por privado, que siguen este pequeño blog o para las que simplemente leen noticias, es claro por qué no he posteado nada en este tiempo y por qué no lo haré. Las consecuencias del terremoto que azotó el sur de mi país siguen presentes, y no me siento para nada cómodo por ahora escribiendo humor cuando mucha gente necesita tantas cosas.

Los fines de semana he estado yendo a Chincha, una de las localidades afectadas por el sismo, y es mi intención seguir haciéndolo por un tiempo más. Y como entre los viajes y el trabajo no he tenido tiempo para más, me tomo la libertad de simplemente copiarles aquí parte de un mail que envié a un amigo hace unos días, luego de mi primer viaje. Les pongo, además, unas fotos. Me siento raro citándome a mí mismo, pero es pura falta de tiempo. Vamos allá.


Aquí, tal como te prometí, te envío algunas fotos de lo que fue estar en Chincha el fin de semana pasado. Fue una experiencia muy linda, pero atravesada también por el sentimiento de que queríamos hacer más, pero no se podía. Si bien había muchas donaciones, estas luego aparecían insuficientes ante el número de personas que necesitaba ayuda.

El viaje demoró muchísimo. Normalmente toma 3 horas llegar a Chincha. Pero por el terremoto la carretera se partió, y hubo momentos en que solo se podía avanzar por un carril. Se formaban filas interminables de autos. Nos tomó 6 horas llegar.

Chincha no fue el lugar más afectado por el terremoto. El lugar más destruido fue la provincia de Pisco. Ahí el nivel de destrucción llega al 80 %, y se cayó todo: viejo, nuevo, de material precario o noble... todo. Así que la mayor parte de la ayuda va para allá. Sin embargo, hay provincias que no están tan destruidas, pero en las que algunos de sus habitantes también han perdido casas y familia, y no reciben ayuda. A ellos estamos llegando nosotros. Todas las fotos que te mando son de ahí, de Chincha. Igual había casas que se cayeron y mucha destrucción.

Fuimos cerca de 400 personas todo el fin de semana, y pudimos ayudar a mucha gente. En el video del que te avisé aparece el número de gente a la que ayudamos. Yo hasta ahora no lo puedo creer. Pero la verdad también es que hubo muchos lugares a los que no pudimos llegar, además de que cuando llegabas a un lugar, lo que creíamos que era mucha ayuda se hacía nada. La gente nos pedía víveres, que era lo que se les terminaba y no tenían dónde comprar. Y tan solo nos alcanzaba para dar muy poco a cada uno, pues se hacían filas infinitas de gente.

Yo no tengo una foto de eso, pero hay una escena que se repetía por todos lados y me impactó: muchos parques de distintos pueblos llenos de espirales y espirales de gente haciendo fila... detrás de un solo camión.

Afortunadamente el ejército había llegado apenas unas horas antes que nosotros, y había logrado controlar la situación de caos que hubo la noche anterior: asaltantes armados, bandas, saqueos... era horrible. Para cuando llegamos, la situación estaba controlada y ordenada. Más bien conmovía ver cómo la gente se ordenaba para recibir la ayuda, ella misma (la gente). Entre ellos se llamaban al orden, y no pocas veces, incluso, algunas personas en pueblos maltratados y pobres nos decían: "Vayan también más allá, al otro pueblo: ellos están peor que nosotros". El corazón humano es misterioso, pero lleno de nobleza en circunstancias como estas.

Y el agradecimiento de la gente también era muy cálido y especial, conmovedor. Te partía el alma ver cómo querían decirte mucho más de lo que con torpes palabras y apretones de manos alcanzaban a pronunciar.

Nos repartimos en varios grupos, y al mío le tocó visitar unos tres pueblos en esos dos días, así como descargar camiones, clasificar donaciones, cargar buses y repartir cosas.

En verdad aprendí mucho más acerca de lo que significa la solidaridad en esta experiencia. Al final de todo hicimos una brevísima oración (ya era hora de ir a casa) y apenas si la concluimos con un padrenuestro... pero fue uno de los padrenuestros más sentidos que recé en toda mi vida.



Todavía hay muchísimas cosas por hacer, amigos. Por mi parte seguiré yendo algunos fines de semana y si alguno quiere ir también de voluntario, avíseme con un correo. Si alguien quiere ir pero no puede, también hay formas de colaborar; por ejemplo, hay muchos que tienen toda la voluntad de ir pero no pueden costearse el pasaje. Tal vez podamos hacer una suerte de simbiosis. Si alguno quiere ayudar de otra manera, también avíseme y le daré los números de cuenta de Cáritas del Perú o de su país. A todos, sin embargo, les pido: ayúdennos con sus oraciones.

Gracias por pasar por aquí.