jueves, 28 de diciembre de 2006

Navidad sin regalos

Voy al supermercado a comprar pilas para el minidisc. Y veo por ahí algo que me llama mucho la atención: una chica ofreciendo whisky a la gente. Degustación, ¿vio? Y como uno tiene su corazoncito escocés, en un santiamén alcanzo a la chica en la mesita desde donde lo reparte. Hay una botella de Chivas Regal sellada, y a su lado, una botella ya abierta pero con solo un poquitín de whisky. Para los que no lo saben, el Chivas Regal es un buen whisky.

 

Llego donde la chica y no dudo ni un segundo: de inmediato me pongo a trabajarla. Así decimos por aquí a operar sobre alguien con el sutil arte de la palabra. En este caso, ya se imaginan: darle cuerda a la vendedora, hacerle pensar que uno está interesado... esas cosas. Y como cae en la trampa, tengo que soplarme un rato de su cháchara. Es que los vendedores también tienen su método para trabajarlo a uno. Primero empiezan haciendo un vínculo, haciéndose tus amigos, hasta que, ¡zas!, lanzan la primera estocada. Y la chica lo hace bastante pronto. Luego de un rato de hablarme tonteras, va al grano.

 

---Mira, el Chivas Regal está en oferta: 82 soles.

 

En verdad era un buen precio para el Regal. 

 

---¡Claro! ---le digo, y  asiento aprobatoriamente.

 

Sin embargo, ya que la chica se quita la careta de amiga para descubrir su verdadero rostro de vendedora, yo hago lo propio: dejo caer la máscara del cliente interesado, y revelo mi rostro de consumidor gorrero.(1)  Dejo, entonces, que mi mirada se pose abierta y descaradamente sobre la otra botella de whisky, la que ya está abierta y se levanta orgullosa junto a una ruma de vasitos descartables. Es verdad: lo primero que pensé fue que iba a ser un asco tomar whisky en un vasito descartable; pero, bueno, a caballo regalado...

 

La cosa es que miro sin escrúpulos la botella. Mi ataque es evidente. Pero la chica no reacciona. Sigue hablándome del Chivas. La cosa se va poniendo pesada. Y la chica también. Es un caso de emergencia, no me vengan con cosas. Como ella no reacciona ni se da cuenta de que ya toca que me dé mi degustación, hago lo que un hombre tiene que hacer. Plan B: ataque frontal, a quemarropa.

 

---Ah ---digo como quien no quiere la cosa---, veo que has estado invitando Chivas Regal a la gente.

 

Y esta vez ambos volteamos a mirar la botella abierta.

 

Pero la realidad es, a veces, una mujercita caprichosa. El duende cruel del destino me lanzó una de sus acostumbradas muecas: la botella abierta que alegremente había sido ofrecida a medio mundo (por eso estaba casi vacía) no era de Chivas Regal. Era de Something Special. ¿Conocen la diferencia entre un Chivas Regal y un Something Special? ¿Conocen la diferencia entre pedirle a Chopin que toque una de sus piezas al piano y pedírselo al sobrinito de ocho años?

 

La joven confirma mi terror:

 

---No es Chivas; es...

---...Something Special ---completo dolido.

 

Y comienza ella a abrir la boca para decirme algo, pero es demasiado tarde: la impresión me ciega. El cliente indignado dentro de mí sale a trompicones, sin permiso.

 

---El Something Special es horrible ---pontifico interrumpiéndola.

---¡Nooooo! ---se defiende mi vendedora con voz de falsete.

---¡Síiiii! ---respondo imitándola lo mejor que puedo: hasta muevo la cabeza hacia atrás, como hizo ella---. Es horrible.

 

La degustadora de tragos parece reconsiderarlo, y en décimas de segundo saca la conclusión de que aquel comentario mío le conviene. Porque, claro, ¿por qué gastar energía en convencer a un cliente de mirada de fuego de que un whisky de diez dólares es bueno, cuando abiertamente está interesado en el de treinta? Entonces cambia de estrategia.

 

---¡Llévate el Chivas, anda!  ¡Vamos! Es una buena oferta. 

 

Cierto, reconozcámolo. Pero yo no tenía dinero para comprarme un whisky en esos momentos... ni lo tengo ahora, je, je... Estoy en las vacas flacas. Yo fui por la degustación, ¿vio? Y si hubiera querido comprarme un whisky hubiera ido por un Johnnie Walker Gold Label, que ese sí que vale la pena. Tómense un vaso y verán mundo, aunque tendrán que pagar un precio importante, eso sí.

 

En fin, que buena la oferta del Chivas, pero yo no tenía plata.

 

---No ---le digo muy sincero, como siempre---, no tengo plata. Voy a ver si convenzo a mis papás para que me lo regalen ---esto sí lo dije simplemente por salir del paso.

 

Los ojos se le iluminan: cualquier cosa sirve para la venta.

 

---¡Claro! ---sonríe.

 

Pero luego parece caer en la cuenta de mi jugada: "Si sus padres le van a comprar el whisky, entonces este cliente ahorita se irá con las manos vacías". Díganme, ¿no es tremenda mujer?: ¡Sherlock Holmes, tienes competencia!

 

Con su brillante deducción a cuestas, arremete nuevamente.

 

---¡Pero anda, amigo, cómpralo! ---insiste ya sin ningún remilgo, hecha trizas la careta de vendedora asolapada detrás de un gratuito vaso de whisky malo.

---Nooo ---contesto sonriendo. Es que recordé aquello de que hay que ser amables, que uno está trabajando eso del mal humor, y hasta por ahí apliqué mi sonrisa 436-1-A, que ya me conocen. Creo que me salió bien.

 

Bueno, que le digo que no tenía plata. Pero ella insiste.

 

---Vamos, como un regalo de Navidad de tus padres.

 

Sí, miren la tremenda lógica: que yo me compre mi propio regalo en nombre de mis padres. Les juro que eso dijo.

 

Entonces sucedió. Que conste que yo no tuve la culpa. En mi defensa diré que fue sin alevosía ni premeditación, así que no quiero correr con gastos por daños y perjuicios. Simplemente ocurrió. Y es que yo le quise soltar el comentario con toda la normalidad del mundo, pero ¡no me imaginé que para ella iba a ser como una bomba atómica!

 

---No. En mi familia no acostumbramos regalarnos nada por Navidad ---digo sin ocultar el orgullo que eso me da.

 

¡Sombras de la noche que borran el horizonte de un zarpazo! ¡Tinieblas del abismo que se ciernen sobre el espíritu perdiéndole el rumbo! ¡Oscuridad total que cual terremoto destruyes el piso sobre el que se asienta la seguridad de la vida! Pobre mujer. Abrió los ojos como nunca olvidaré, y me miró como si le hubiera dicho "Por las noches me convierto en iguana", o "El problema es que mi hermana aún no regresa de Venus". Me lanzó una mirada tal, como si le hubiera descrito la más increíble de las cosas que pueden pasar sobre la Tierra. "¡¿Sin regalos?!",  estoy segurísimo de que pensó. Abrió la boca a punto de comerse los aretes;(2)  abrió los ojos tanto, que logré ver de su corazón espantado lo que ni todos los novios que ha tenido en su vida podrían juntos describir.

 

O sea: cataplum.

 

Cuando me di cuenta de que le había provocado corto circuito, le solté alguna excusa que la devolviera a la realidad con delicadeza, y me fui sin más trámite, sin voltear a ver si alcanzó a aterrizar del pequeño viaje a otras galaxias, a donde la envié sin querer.

 

Fuera de bromas, ¡qué diferencia de paradigmas! ¿En verdad es tan difícil aceptar que la Navidad no tiene nada que ver con los regalos ni con la unidad familiar ni ninguna de esas bobadas, sino con el nacimiento del Salvador del mundo? Les juro que simplemente basta un pequeño esfuerzo. No es tan difícil, créanme.

 

(P. S. Antes de que se vayan, agradeceré leer el importante comentario que sigue debajo de este post).

 

 

(1) Gorrear :  en el Perú significa 'pedir, mendigar algo'.

(2) Aretes: pendientes, zarcillos.

Algunos lectores (porque este blog tiene lectores, ¡eh!) se preguntarán por qué publico el comentario anterior (el que está arriba de este) si hoy es 28 de diciembre, pasados ya tres días desde la Navidad. Para algunos, un comentario como este, eminentemente navideño, es extemporáneo y no tendría razón de ser. De hecho, alguien en un comentario el día 27 me puso por ahí: "[Aunque] Un poco pasada la fecha [...] te deseo unas felices fiestas [...]". Pues bien, la explicación es muy sencilla: es algo que poca gente sabe, pero la Iglesia (católica) tiene dos periodos especiales en el año que prolongan una festividad durante una semana completa. La idea es que esas dos festividades son tan importantes que no ven nunca el ocaso, no tienen fin, y su prolongación en el calendario terrestre es una especie de manifestación simbólica de la eternidad (alucinante, ¿no?). Esas festividades son la Resurrección y la Navidad. De hecho, el tiempo que sigue a la Navidad (los siete días siguientes) se llaman "octava de Navidad", y cada uno de ellos se celebra igualito como si fuera 25; me refiero a que las misas, por ejemplo, se celebran con el rezo del credo, del gloria y con la bendición solemne, igual que el 25.
 
Así que, fuera de bromas, la Navidad dura ocho días. ¡Feliz Navidad!

lunes, 25 de diciembre de 2006

Feliz Navidad


Nació, y gracias a Él
ahora
podemos sonreír:
estamos salvados,
nuestro Reconciliador llegó.

Desde la redacción de Fuera de Bromas,
deseamos que esa alegría
les cambie la vida
a todos nuestros lectores...
y a nuestros no lectores
también.

Muchos deseos de una feliz y santa Navidad.

jueves, 21 de diciembre de 2006

Doscientas cajas y mucho amor

(Reportaje gráfico)

Pues aquí, corroborando la famosa máxima del filósofo Vladimiro Montesinos, de que una imagen vale más que mil palabras, esta humilde redacción se complace en presentar un brevísimo reportaje gráfico de lo acontecido el tan ansiado día de la actividad de la Caja del Amor.

Pero antes, a manera de pequeña introducción, les cuento que si las fotos les dejan adivinar una experiencia fabulosa, les aseguro que se equivocan de arriba abajo: la experiencia fue mucho más intensa, linda y profunda de lo que se puedan imaginar. Fue un día (para algunos de nosotros fue más tiempo) de entrega, abnegación y generosidad para con el hermano, y las sonrisas y los gestos de agradecimiento que recibimos de la gente a la que llegamos fueron suficiente remedio para las incomodidades, las fatigas, el temible soroche(que hizo leña a más de uno) y todos los dolores de cabeza que hayamos podido soportar. Saber que aquel sábado realmente cambiamos un poquito el mundo y llevamos esperanza y alegría a personas tan necesitadas es de las cosas que, según nos prometió el Maestro, nos dan aquella alegría que nadie nos puede quitar (Jn 16, 22). ¿Y qué querían?: si precisamente de eso se trata la Navidad, del nacimiento del que fue anunciado como "una gran alegría para todo el pueblo" (Lc 2, 10-11).


Pasco, a cuatro mil metros de altura, nos recibió al alba con un cielo impresionante. Dios estaba solo a unos pasos... ¡debajo de nosotros, ja, ja, ja!

En plenos preparativos, apenas unos momentos antes de dejar entrar a la gente.


Aquí todos trabajan, señor, hombres, mujeres... nadie se me queje.


El famoso amigo M., el encargado general de nuestra campaña (y a quien ya presenté por aquí), feliz porque esta señora se llevó su cajita llena.


"¡Mami, dile al señor de la foto que se apure: esta caja pesa!". "Cállate y aprende de tu hermana, que está calladita". "Claro, si ella solo lleva el pollo...".


"Claro, papai, y después de que me tomes la foto y te vayas, ¿quién me va a ayudar a llevar mi caja?".


Muchas familias se llevaron sus cajas.

Nuestros invitados de honor, atentísimos a las actividades que preparamos, y un colón que se pasea supervisando...


Los solícitos chicos de la parroquia San Miguel (de Pasco) tuvieron que ayudar a esta mamita a llevar su caja.


Los niños, como siempre, los más felices durante todo el evento.

Al caer la tarde, y huyendo de la lluvia y de la granizada, el grueso del equipo emprendió la retirada... felices todos.

miércoles, 13 de diciembre de 2006

Caja del amor: recta final

---No, no, ponlas aquí...
---¿Dónde?
---Aquí.
---No, mejor todas allá.
---¿Y moverlas todas de sitio?
---Pues... sí.
---¿Hay más cajas?
---Creo que están en el otro cuarto, allá al fondo del salón.
---Busca al sacristán para que te abra esa puerta.
---El sacristán ya nos está botando. Dice que es tarde, que va a cerrar la parrroquia.
---¡Pero falta que traigamos un montón de cajas!
---Muchachos, malas noticias: mejor volvamos a mover las cajas...
---¡¿Todas?!
---¡¿Todas las cajas?!
---De una vez.
---Yo iré a traer las que faltan.
---Voy contigo.
---Kike...
---Yo no puedo cargar peso. Me malogré la espalda la semana pasada.
---Entonces toma un plumón y fíjate qué cajas ya están aquí.
---Hecho.

Así es, gente. La Caja del amor, aquel lindo proyecto del que ya les había hablado, va llegando a su día D. Ya tenemos con nosotros casi todas las cajas que muchas familias generosas han decidido llenar para ayudar a doscientas familias de Cerro de Pasco. El sábado y el domingo fueron días de arduo trabajo, para mis amigos y para mí, clasificando las cajas, moviéndolas de un sitio a otro, contándolas y revisando que todas estén listas. Trabajo arduo, en serio, en el que todos habremos bajado un par de kilos, por lo menos, incluso yo, si bien no por cargar, por lo menos por la tensión, je, je...

Agradecemos profundamente a todas las personas que han querido colaborar, pues con su generosidad ayudarán a muchas familias (las suyas incluidas) a recordar que el auténtico sentido de la Navidad se entiende a partir de la caridad que tuvo una Persona al hacerse hombre por nosotros, caridad que se expande fraternalmente y que es alegría compartida. Y yo, personalmente, estoy muy contento y agradezco mucho porque más de una persona lectora de este blog se ha sumado a esta campañita. ¿Reconocerán sus cajas en la foto?

Aquí les pongo una fotito, tomada el sábado, de las cajas que están ya en nuestro centro de acopio. Lamento no poder ponerles una mejor, pero es que hoy tuve que guardar cama y no pude ir a recoger las demás fotos que me habían prometido.

Este sábado 16 será la actividad de entrega de las cajas allá, en Cerro de Pasco. Un grupo de 16 personas partiremos para allá el viernes a las 10 de la noche. Desde ya les pido sus oraciones.

Seguiremos informando.

viernes, 8 de diciembre de 2006

"¿Qué haces?"

Primer lunes de noviembre del 2006. Pontificia Universidad Católica del Perú. Edificio de la biblioteca central. Baño del primer piso. Baño más o menos moderno. Antes era grande, con tres letrinas privadas. Luego lo remodelaron: ahora tiene solo dos letrinas privadas. Modernidad, que le llaman.
 
Diez de la noche. Este humilde posteador visita el baño y lo usa para lo que fue construido. Al entrar, percibe que una de las dos letrinas está ocupada: debajo de la puerta, un par de zapatos mira a la platea y no al interior, junto a un amasijo de ropa arremangada. No hay preguntas ni comentarios interiores: los hombres somos solidariamente discretos en la privacidad del nomecomentes. Este humilde posteador no se hace problemas y decide usar la otra letrina. Nada complicado: "solo piche" ;-)  
 
Simplemente para que los lectores se puedan guiar, idenfiquemos al anónimo personaje que se despachaba a gusto en el primer inodoro con la letra A.
 
Pasan unos segundos. Este humilde posteador está rematando la faena que lo llevó ahí. Coincidentemente, también termina la suya nuestro amigo A, si bien su labor de parto fue de las complicadas. ¡Flushhhhh!, ruido de agua, y yo prefiero no imaginarme qué cosa pasó ahí dentro (literalmente). Míster A abadona su letrina.
 
Justo en ese momento un tercer personaje entra en escena, digo, en el baño. Llamémosle B.
 
Resultó ser amigo del primero.
 
B:   (Reparando en su amigo A). ¡Haaaabla!(1)
A:   ¡Hooola!
 
Hasta ahí todo bien. Pero luego el diálogo siguió con una pregunta genial:
 
B:   ¿Qué haciendo?(2)
 
¡Puf! Lo que tiene que oír uno. "¿Qué haciendo?". Pero ¿qué crees que estaba haciendo tu amigo, mongazo?
 
Este humilde posteador se lavó las manos como pudo y puso pies en polvorosa: no quiso quedarse a oír la explicación.
 
Fuera de bromas, qué lindo es ver una amistad que resiste este tipo de preguntas tontas. Las verdaderas amistades lo hacen. A veces pienso que las amistades verdaderas, las que pesan, tienen una naturaleza dual: por un lado, el diálogo franco y sincero es el que las construye sólidamente: dos invidualidades se ponen en juego una delante de la otra, se comparten y se intercambian, y construyen una comunión indisoluble, agua bendita para el corazón; por otro lado, sin embargo, hay ocasiones en las que el diálogo mismo no es lo que importa, sino que se torna pretexto para cualquier otra cosa. Con mis mejores amigos puedo pasarme la tarde hablando bobadas, puros pretextos para simplemente experimentar su compañía y pasar momentos de una dulzura tal que no me alcanzan las palabras para describir (ni quiero hacerlo, por temor a malograr el hechizo).
 
Quiero confiar en que la pregunta del amigo B al amigo A caía en este segundo grupo de diálogos...
 
Lindo regalo que nos ha dado Dios, el de la amistad. Indescriptible.
 
 
(1) "¡Habla!": interjección de saludo, bastante típica en el Perú. Es lo mismo que decir "Hola", aunque en un registro informal y predominantemente masculino.
(2) Forma de registro informal para "¿Qué haces?".

lunes, 4 de diciembre de 2006

El complejo del inconfundible

Una de las cosas que más me revientan es cuando me llama el único hombre de mi vida o la única mujer de mi vida. Hmmm... no se entiende, ¿no? Ok, les digo más: es un personaje curioso, generalmente la mar de inconsciente, que no se da cuenta de lo que está haciendo, pero que te pone en un aprieto totalmente gratis ---y sin tu consentimiento, claro---, aprieto del cual, curiosamente, quien resultará a las finales mal parado no es él sino tú. Para variar.

¿Que no se entiende de qué hablo? Pues lo diré más claro. Me molesta cuando llaman por teléfono y la persona que lo hace no se identifica completamente. Y no lo hace porque supone  que tú supones perfectamente quién es. Supone que es el único  Jorge, Gabriel o José, o la única  María, Lucía o Juana de tu vida. Y eso me parece una muestra de pedantería gigantesca.

---¿Aló?
---Aló, ¿Kike?
---¿Mssí...? ---y ya comienzo a dudar porque no tengo idea de quién rayos sea.
---Hola, habla Lalo.(1)
---Eehh...
---¿Cómo estás?

¿Cómo estoy? Confundido, hermano. Lalo. ¿Lalo qué? ¿Acaso crees que eres el único Lalo en mi vida?

---¿Lalo qué?
---¡Cómo?

Sí, así son: encima se suelen ofender.

---¿Qué? ¿Acaso ya no te acuerdas de mí?

No, idiota: si supiera quién eres podría saber si me acuerdo de ti, pero si ni siquiera te reconozco, ¿cómo esperas que me acuerde?

---Puesss...
---Uuuhhh... mira cómo son los amigos, ¡eh! Ya te voy conociendo, Kike, cómo eres...
---...
---¡Ja, ja, ja!
---...
---No, hombre te estoy bromeando...

Mira, tú, es bueno saberlo...

---Soy Lalo, Lalo Fulánez.

Y resulta, entonces, que no solo no es un desconocido, y no solo no me he olvidado de él, sino que tal vez sea un buen amigo, cercano a mi corazón... pero algo torpe.

Pues bien, resulta que así es casi siempre. Y yo no comprendo por qué la gente no se toma la molestia de decir su apellido. Si a veces hasta doy guerra, fíjense, ya por molestar. A veces sí reconozco la voz y todo, pero me hago el difícil, je, je...
 
---¿Aló?
---Aló, ¿Kike?
---¿Msssí...?
---Hola, habla Lucía.
---Eemmm...
---Oye, quería preguntarte...
 
Ya la ubiqué, ya sé quién es. Pero uno no es espeso por gusto, ¿vio?
 
---Disculpa, ¿Lucía qué?
---¿Cómo que Lucía qué?
---No pretenderás ser la única Lucía en mi vida, ¿o sí?
---¿Acaso conoces varias?
 
Puff... lo que tiene que oír uno. ¡No, hija, si ya ganaste el premio a la inconsciencia!
 
---Lucía Gómez, Lucía Fernández, Lucía Pérez, Lucía Mengánez, Lucía Perencejo... Bueno, esta última tiene nueve años y no se si me llamaría, pero nunca se sabe.
 
Hay un momento de silencio. Sí: se ofendió... para variar.
 
---Lucía Mengánez... Pensé que me habías reconocido la voz.
---¡¡Ahhhh, hola!! ¡Caramba, qué gusto! ¡Ay, perdóoooooname! Es que con tantas Lucías... ---y no vieran los malabares que debo hacer luego para aguantarme la risa, ¡ja, ja, ja!
 
Hombre, nada cuesta decir el apellido. Yo también pecaba de lo mismo, he de confesar. Pero aprendí a ser más humilde ---pero solo en ese tema, eh--- cuando durante toda una temporada en que llamaba a una especie de tutor que tenía, cuando sus compañeros me contestaban el teléfono ocurría siempre lo mismo:

---¿Aló?
---Aló, buenas tardes. ¿Está Manuel?
---¿De parte de quién?
---De Enrique.
---¡¿Enrique Pérez?!(2) ¿Eres tú? ¿En verdad? ---la ilusión en la voz casi casi se podía palpar.
---No... eehhh... soy Enrique G....
---Ah, ya... ---decía mi interlocutor como si hubiera oído que su madre se había muerto---. Esteee... Mmmm... Bueno, un momentito.

Un día me enteré de que aquel "Enrique Pérez" era un tipo que ellos apreciaban muchísimo, algo así como un ex jefe, y que ahora vivía en Italia. Hombre, y yo hasta me ponía triste por haberlos decepcionado.

Fuera de bromas, la reverencia para con las otras personas es importante. La reverencia es tener la sensibilidad y el oído  suficientes como para percibir lo que la realidad tiene que decirnos en toda su amplitud. Es acomodarte tú a las exigencias de la realidad, y no acomodar esta a tus propias exigencias y filtros.
El irreverente no se fija, no para en mientes respecto a las cosas y simplemente pasa por la vida sin darse cuenta, o está tan lleno de bulla que interpreta la realidad de acuerdo con su subjetividad. El reverente, en cambio, hace silencio, y está tan atento a la realidad tal cual, que deja que esta le hable sin filtros innecesarios, sin tapujos; gracias a ello puede responder en cada caso lo más apropiado.
 
Mejor me callo. Lean lo que ponen magistralmente los esposos von Hildebrandt (me parece que Alice aún está viva):
 
[La reverencia es una] actitud [...] [y] a través de ella el individuo adopta una posición con respecto al mundo, la cual abre sus ojos espirituales. [...] || [El irreverente, en cambio,] Limita sus intereses a un atributo único, esto es, si algo es agradable o no para él, si le proporcionará o no satisfacción, si involucrará o no una determinada utilidad. No ve en las cosas más que el aspecto que se refiere a su interés inmediato y accidental. Los seres representan para él nada más que un medio para cumplir sus metas egoístas.  Se arrastra eternamente en el círculo de su estrechez y jamás logra salir de sí mismo.  En consecuencia, ignora la verdadera y honda felicidad que mana de la entrega a los valores reales[,] y vive al margen de lo que es per se bueno y hermoso. [...] || El hombre reverente se acerca de muy otra manera. Se ha liberado del orgullo, egoísmo y concupiscencia.  No llena el mundo con su yo sino que otorga a los seres el espacio que necesitan para manifestarse.(3)
El reverente trata con cuidado a los demás. Se pone en su lugar, es empático. Tiene respeto y cuidado, porque está atento a la dignidad del otro, la reconoce.
 
¿Me llamas y no me dices tu nombre? ¿Supones que yo debo adivinarlo o reconocerlo porque eres único, espectacular, inimitable e inconfundible? ¡Por favor! Tómate una Ubicaína de 500 mg. A mi salud. Y por mi salud.
 
 
(1) Ok, aquí estoy poniendo un nombre como para que nadie se me ofenda. Es que no conozco a ningún Lalo. Por otro lado, es obvio que con nombres menos frecuentes todo esto que describo aquí no ocurre. Pero con nombres como José, María o alguno de esos es otra historia.
(2) Obviamente he cambiado el apellido real de esta persona
(3) Hildebrandt, Dietrich von y Alice von Hildebrandt. El arte de vivir. Buenos Aires: Club de Lectores, 1966, pp. 13-17.