viernes, 27 de abril de 2007

La torre internacional de Howard (segunda parte)

He recibido tantas cartas de mis cuatro lectores, que he tenido que apurar la publicación de la segunda parte de la historia. Bueno, es que las cartas no eran de felicitación... eran amenazas de muerte. En fin, como todavía tengo planes de vivir un poquito más, aquí vamos. (Ah, y, por si acaso, tú, que escribes con letras recortadas de distintas revistas: ya sé quién eres).
 
Vamos allá.
 
En el capítulo anterior los hice retroceder en el tiempo y los llevé a unas vacaciones familiares de ensueño. Mi familia y yo nos perdimos buscando una carretera y un hotel y una carretera y un hotel y una carretera... Cuando llegamos al que creíamos que era nuestro hotel, nos rechazaron olímpicamente porque nos habíamos equivocado. Ahora, rechazados también por el segundo ---y por el mismo error---, intentábamos hallar la carretera para ver si con las nuevas instrucciones dábamos por fin con el hotel correcto. Para más detalles, lean el post anterior.
 
 
10 :35 p. m.
 
---Dante, ¿dónde rayos está la carretera? ¡Ni siquiera puedo llegar a ella!
---Cálmate, Riquecito...
---Errr... puesss, tíou...
---Papá...
---Silencio, déjalo a tu papá.
---¿Con quién hablas tanto, Dante? Dile que estamos perdidos... ¡Pásame ese teléfono!
---Deja que siga hablando Dante, papá, él es de aquí. 
 
 
10 :45 p. m.
 
---¿Dónde rayos está la carretera?
---Se supone que es esa de allá, pero ¿cómo llegamos?
---Doubla a la derecha, tíou...
 
 
10 :55 p. m.
 
---Dante, dijiste a la derecha...
---Errrr...
---Regresemos y doblemos a la izquierda mejor.
---Pero ¿cómo voy a regresar si ni siquiera sé dónde estamos?
 
 
11 :00 p. m.
 
No les cuento cómo andaban los ánimos. Ni siquiera habíamos encontrado la carretera para de ahí emprender la hora y media de camino hasta la salida 31-A. Alguien se había llevado la salida a la carretera I-95 y la había escondido. En su lugar había dejado un restaurante de comida china, un autódromo, una fábrica de colchones, un restaurante de comida china, un autódromo, una fábrica de colchones, un restaurante de comida china, un autódromo, una fábrica de colchones...  
 
Ehhh... algo no andaba bien.
 
---Papá, estamos viajando en círculos.
---Cállate la boca.
 
 
11 :10 p. m.
 
---¿Por qué te estacionas aquí?
 
Paramos en el restaurante de comida china.
 
---Porque me orino, por eso. Nadie toque las llaves del carro.
---¿Y a dónde nos vamos a ir, papá?
 
Mi papá bajó corriendo y entró al restaurante. La única palabra que sabía decir en inglés era restroom,(1) y lo bien que le venía en estos momentos haberla aprendido.
 
Al lado del restaurante había un supermercado pequeño.
 
 
11 :20 p. m.
 
La puerta del supermercado se abre violentamente y mi papá sale corriendo. Sí, corriendo, como si hubiera un incendio. Peor aun, como si él lo hubiera provocado. Corrió más rápido que para llegar al restaurante de comida china.
 
---¡Vámonos!
---Pero ¿qué pasó?
---¡Cállate la boca y vámonos! ¡Nadie diga nada!
---Pero ¿a dónde vamos a ir si no sabemos...?
---¡No importa, nos vamos!
 
El Buick partió más rápido que una orden de Dios. Mi papá nos prohibió mirar atrás y todos obedecimos. Nos fuimos. No sabíamos a dónde estábamos yendo, porque igual seguíamos perdidos. Pero nos fuimos.
 
 
11 :22 p. m.
 
---¿Qué pasó? ¿Nos vas a contar ahora?
---Sí, ya estamos lejos...
 
Y lo que siguió fue una de esas historias que te harán reír para siempre cada vez que las recuerdes.
 
Mi papá bajó corriendo y llegó al restaurante de comida china. "Debe de haber un baño dentro", pensó con lógica impecable. Entró y no tuvo mejor idea que preguntarle al primer mozo que tuvo a tiro: "Restroom, restroom!". Se lo señalaron con el dedo. Raudo como un rayo, mi padre llegó a donde todos los hombres somos iguales. Nada complicado, solo piche. Pero, en el apuro, no advirtió que el inodoro sobre el que descargaba su ansiedad no estaba vacío. Siento mucho si lo que sigue puede ofender a alguien: el que desee puede saltarse el resto de la historia y reanudarla en las 11:30 p. m.
 
En palabras de mi papá, el inodoro tenía algunos submarinos  flotando. La caca es caca aquí, en Suiza y en Estados Unidos. Y es igual de fea. Mi papá no se hizo mayor problema. "Esto se resuelve jalando la palanca", resolvió interiormente. Y añadió una nota mental: "Qué cochinos los gringos". Sin embargo, había juzgado apresuradamente. Con horror descubrió la razón por la cual nadie se había tomado la molestia de llevar los submarinos a la modalidad de inmersión: algo estaba atorado en el fondo. Cuando jaló la palanca, vio espantado cómo el nivel del agua del inodoro no pasaba, y en vez de eso subía y subía... y subía y subía... y subía. Los ojos como platos, mi papá rezaba a todas las fuerzas de la naturaleza: "Por favor, que pase... Por favor, que pase...".
 
Pero no pasó. El agua comenzó a rebalsarse, y los submarinos comenzaron a descender por la corriente y a navegar por el piso de todo el baño, zizagueado entre los zapatos de todos y buscando la libertad que en el inodoro no tenían.
 
Mi papá esquivó los ataques de los submarinos como pudo, alzando los pies aquí y allá. Abrió la puerta de la letrina y miró a derecha e izquierda. Un niñito gringo atendía estupefacto al espectáculo, y gritó señalando o bien a mi papá o bien a los submarinos o bien a todo el conjunto:
 
---Daddy, look!! ---['¡Mira, papá!'].
 
Entonces mi papá se cerró la bragueta como pudo, se propuso no mirar atrás y salió corriendo en busca de alguna salida de emergencia. Lo primero que vio al salir del baño era que el restaurante se comunicaba con el supermercado por una pequeña puerta. La cruzó sin titubear. Escuchó que alguien le decía algo, pero solo en el Juicio Final sabrá qué fue, pues repentinamente se había vuelto sordo. Para su suerte, fue a dar al mismo estacionamiento en que estábamos nosotros. Trepó al carro más asustado que si hubiera visto al diablo, y nos fuimos en un dosportrés.
 
En ese momento, cuando nos lo contó, quizá por la tensión contenida, quizá por el miedo que en el fondo todos teníamos, quizá por el hambre, por la frustración, o quizá simplemente por lo divertidísimo de su historia,  nos reímos tanto que hasta ahora tengo las marcas en el  vientre. Hasta ahora nos reímos cada vez que lo recordamos.
 
Bendito sea Dios por ese momento de distensión.
 
 
11 :30 p. m.
 
Minutos después volvíamos a la triste realidad: no encontrábamos ni siquiera la carretera.
 
---Dante, ¿dónde está la carretera?
---Errr... tíou...
---Dante, dame ese teléfono.
---Pero, papá, tú no sabes inglés.
---No me importa. Dame ese teléfono, Dante.
---Errr... tíou... ---Dante negaba con la cabeza.
---Dame ese teléfono. ¿Qué pasa?
---Tíou, nou estoy hablandou con ninguna personah... Es una grabadoura que me da indicaciounesss...
 
Plop.
 
 
11 :40 p. m.
 
---¡Miren!
---¡Oh, no...!
---¡No puede ser!
---¡Nooo!
 
La vida es dura. Sí, señores: dura. Y es que aún no podíamos encontrar la miserable carretera; aún no habíamos podido siquiera comenzar el camino de hora y media que nos separaba de un hotel, una cama y algún animal muerto en un plato; aún no habíamos acabado nuestra pesadilla, cuando ante nuestros pobres ojos, lentamente y poco a poco, comenzó a aparecer ---monstruosa, colosal--- una formidable estación de peaje con cuchucientos carriles. Era la gran entrada a Magic Kingdom... el lugar al que debíamos ir al día siguiente. Al día siguiente. Ironías de la vida: aún no habíamos llegado al hotel, pero sí habíamos descubierto nuestro parque.
 
---¿Y si estacionamos el carro al costado de la carretera y nos quedamos a dormir aquí nomás?
 
 
11: 45 p. m.
 
---¡Mira!
---¿Qué?
---Ese cartel... ¡dice "To I-95" ['Hacia la I-95']!
---¡Yeeee!
---¡Vamos allá! ¡Esa debe de ser la salida!
---¡Por fin, Dios mío!
 
 
11 :47 p. m.
 
---¡Mira, qué horror!
---¡Dios santo!
---Nunca había visto algo así.
---¿Habrá habido un accidente?
 
Lo primero que nos sorprendió ni bien llegamos a Florida dos días antes fue ---además del calor--- el tráfico. Carreteras enormes, de cuatro carriles o más, llenas de autos que se desplazaban a 100 ó 120 kilómetros por hora, apenas a dos o tres metros unos de otros. Nos explicaba mi primo que cuando uno de ellos chocaba, todos los demás chocaban. Los accidentes múltiples eran pan de cada día. Y cuando eso ocurría, el tráfico se paralizaba por horas.
 
Y con tanto tráfico, por razones de seguridad existe un sistema de lo más sensato: a ambos lados de la carretera ---tanto en el sentido de ida como en el de venida--- hay un carril separado de los demás por una línea amarilla continua, carril que no es utilizado por nadie. Es el emergency lane, el 'carril de emergencia'. Nadie puede usarlo. Está reservado exclusivamente para las ambulancias y la policía en casos de vida o muerte. Puede haber el tráfico más espantoso del mundo... pero ningún gringo osaría jamás invadir ese carril. Nunca.
 
La cosa es que por fin habíamos encontrado la salida a la carretera. Una gran hoja de trébol nos estaba llevando desde quién sabe dónde hasta la famosa I-95, que tras poco más de una hora de viaje debía llevarnos por fin (si existía un Dios en el Cielo) a nuestra noche de hotel gratuita. Ya no queríamos tiendas. Ya no queríamos comida. Ya no queríamos nada. Tan solo queríamos dormir. Y entonces, mientras volábamos desesperados por la gran curva que dejaba el ramal para entrar a la carretera, vimos hacia nuestro lado izquierdo algo que nunca en nuestras vidas habíamos visto: cuatro carriles totalmente atestados de autos, todos detenidos, inmóviles. Era el embotellamiento más brutal del que habíamos tenido conocimiento, acostumbrados como estábamos en Lima a ver, a lo mucho, veinte carros atascados en alguna avenida de dos carriles (ahora la cosa ya cambió y tenemos embotellamientos más salvajes... pero ese es otro tema).
 
---¡Pobrecitos!
---¡Mira cuántos carros!
---¡Guau!
 
No exagero nada (bueno, en realidad, juro que en ninguna parte de esta historia he exagerado): nos habremos desplazado probablemente alrededor de un minuto entero a 90 kilómetros por hora... y seguíamos viendo hileras de autos detenidos sin que el final de ese interminable enjambre apareciera por algún lado. Jamás había visto tantos autos juntos en mi vida.
 
---¡Esos llegarán mañana a su casa!
---Oujalá que nou haber habido accidentei...
---Sí, ojalá...
 
Con nosotros no era. Tal vez me persigné o tal vez recé un padrenuestro por la gente que pudiera haber estado atrapada entre algunos fierros retorcidos allá adelante. Me imaginé que algo muy serio debía de haber ocasionado aquello. Sin embargo, a nosotros ya no nos daba el cuerpo para preocuparnos más, era imposible: el ánimo se nos había copado con el hambre, el cansancio, el sueño, la frustración y ahora con la emoción y la ansiedad de por fin haber descubierto cómo llegar a la carretera. Sin embargo...
 
Sí, se imaginan, ¿verdad? Eso. Exactamente. Eso tan trágico para ser verdad que usted se está imaginando ahora, querido lector, fue la más triste y cruel de las verdades. El insobornable duende del destino nos hizo una de sus ácidas muecas: luego de todo el largo curvón que dimos, fuimos a parar exactamente al final de toda aquel pelotón de autos. Exactamente al final. Al final. Al final...
 
---¡Buaaahh!
---¡Buaaah!
 
Para los que no han visto nunca a un hombre llorar, les digo que es un espectáculo terrible. No, no hablo por mi papá: me refiero a mí.
 
 
11 :50 p. m.
 
La desazón era total. Era Waterloo. Era Pearl Harbor. Era la eliminación de la Argentina en el mundial del 2006. Era... era trágico.
 
En circunstancias desesperadas se dice que es necesario tomar medidas desesperadas. Yo no sé. Yo solo sé que si a alguno de nosotros ---demolidos, destruidos, hechos tiras--- se nos hubiera ocurrido alguna idea en ese momento, por más descabellada que fuese, a ese tal lo hubiéramos proclamado rey o héroe nacional.
 
Cualquier idea.
 
Cualquiera. 
 
Y esa idea llegó. Entre lágrimas, vimos que mi papá miraba con ojos codiciosos el famoso carril de emergencia.
 
Muy bien, aquí hay que aclarar algunas cosas: que conste en actas que yo soy de los que piensan que el fin no justifica los medios, ¿oquéi? Así que tomen lo siguiente con mucho cuidado. (Niños: no hagan esto en casa). Juro que en otro contexto yo hubiera sido el primero en exigir que respetáramos ese carril. Pero con seis horas en un carro de porquería (ya nos importaba tres cominos que fuera del año y que hasta la gasolina fuera automática), muertos de hambre, de sueño y absolutamente agotados y frustrados, les juro que ya no estábamos para prohibiciones de ningún tipo, cosas que, por lo demás, a los latinoamericanos se nos antojan refinadas sutilezas en ciertos contextos. Así que se nos salió la sudacada: era matar o morir.
 
---Agárrense ---dijo mi papá.
 
Y dobló el volante a un lado con fuerza, y aceleró lo más que pudo; invadió sin ningún asomo de duda el emergency lane, y le dio con todo al pedal del acelerador. ¡Rápido!, ¡rápido! Boquiabiertos, ninguno de nosotros se atrevía a decir nada. O tal vez yo dije algo. No lo sé. Pero un instante más tarde todos éramos la ansiedad en persona: mudos, esperanzados.
 
Un largo rato después, alcanzamos al primer carro de todo aquel embotellamiento. Todavía no habíamos cerrado la boca, pero seguíamos todos mudos.
 
---Esquiusmi, míster... ---dijo mi papá bajando la ventanilla.
 
A nuestro lado había una pareja en un automóvil blanco. Un señor con bigote miró a mi papá con mucha extrañeza. Hasta ahora lo recuerdo.
 
---Esquiusmi, míster... ---mi papá no habla nada de inglés, ¿vio? Pero les juro que en una situación así uno aprende. Se los juro. 
 
Mi papá se volvió a nosotros:
 
---Oigan, ¿cómo se dice "Déjeme pasar por favor"?
 
Todos seguíamos boquiabiertos.
 
El señor de bigote bajó la ventanilla.
 
---Ehhh... plis, ehhh... pasarrr... Mí quererrrr pasarrrr ---mi papá dejaba chiquitos a todos los alumnos del Británico.
---Huh? ---la cara de extrañeza del gringo era formidable, les juro.
---Pasarrr.... Mí quererrrr pasarrrr... Please... ---y hacía gestos con las manos, imitando a un carro que pasa delante.
---Errr... yeah, yeah ---dijo el gringo más por amabilidad que por convencimiento, algo así como cuando en tu empresa te dicen que has sido premiado para venir a trabajar un domingo. Algo así.
---Senquiu, senquiu ---dijo mi papá con su mejor sonrisa y el dedo pulgar bien bonito delante de su rostro, un gesto universal que no necesita traducción.
 
A la derecha había una mujer policía en una moto, una ambulancia y algunos periodistas. Puedo asegurarles por lo más sagrado que todos mirábamos al frente y que ninguno se atrevió a mirarlos. Yo, al menos, los vi con el rabillo del ojo y nada más.  Las lágrimas, dicho sea de paso, tampoco me hubieran permitido verlos con claridad.
 
Mi papá era nuestro héroe.
 
 
11 :55 p. m.
 
¿Alguna vez han sentido como que se rompe un hechizo, como que un cristal se rompe pero no hay vidrios rotos? Y, sin embargo, solo en ese momento todos en la sala reaccionan. Algo así ocurrió. Cuando nuestro cristal de estupefacción se rompió ---unos kilómetros más allá--- aquello fue una revolución: risas, llanto, gritos, carcajadas, palmaditas en el hombro... vamos, ni siquiera cuando el Perú clasifique al mundial ---porque va a clasificar algún día, ¡eh!--- se alegrará la gente así.
 
---Ahora sí, a buscar esa bendita salida 31-A.
 
 
 
1 :15 a. m.
 
---Por fin, esta es la salida. Ehhh... ¿gente?
---Yo estoy despierto, papá ---avisé---. ¿Despierto a todos?
 
Nuevamente fue el problema de encontrar la salida y ver cómo encontrábamos la dirección del hotel. Mejor no se los cuento.
 
Unos minutos más tarde estábamos estacionados frente a un edificio muy alto, pero no muy atractivo.
 
---Bueno, este es.
---Errr... tíou...
---Sí, sí, ya sé: vamos a ver si este es.
 
Bajamos mi papá, mi primo y yo. Sí, a jalarles el bigote a los dioses.
 
 
1 :30 a. m.
 
---Buenas ---empezó mi primo---. Hemos ganado un premio. Tengo una carta para el señor John Rinella, el administrador...
---¿Quién? ---la cara de extrañeza del recepcionista era genuina... y comenzamos a temblar.
---John Rinella.
 
Entonces me armé de valor. Había que cerciorarse primero.
 
---¿Este es el Howard Johnson International Tower? ---dije mientras el corazón me hacía pum-pum sin control.
---Sí, este es.
 
El gringo no entendió por qué nos abrazamos.
 
---Entonces tenemos una carta para el señor John Rinella. Ahí dice que nos hemos ganado un premio: dos noches y un día.
---Oh, pero...
 
No, esto no podía ser verdad...
 
---...el señor John Rinella...
 
Comencé a ver todo como en cámara lenta, ya saben, la voz del tipo deforme, lenta y en tonos graves.
 
---...hace seis meses que no trabaja aquí. Lo cambiaron a otro hotel...
 
Muy bien. El día del fin del mundo podía haber sobrevenido en ese mismo instante y nosotros no nos íbamos a enterar. Era tal nuestra desazón. Ya nada peor podía sucedernos. Nada.
 
¿Qué fue lo que ocurrió a continuación? ¿Cómo se explica lo que sucedió? Tal vez nunca lo sepamos. Es decir, yo tengo mis teorías sobre la misericordia de Dios y la providencia, y también sobre la compasión humana. Sin embargo, tal vez sea más sencillo pensar que tales habrán sido nuestras caras de espanto y desazón, que el recepcionista entendió de inmediato. En efecto, con mucha delicadeza preguntó:
 
---Is something wrong? ['¿Pasa algo?'].
 
Nosotros, que estábamos mudos de congoja, sorpresa y coraje, entramos en erupción: todos al mismo tiempo, en cualquier idioma y atropellándonos unos a otros, le explicamos en veinte segundos cada cosa que nos había pasado. Omitimos, claro, la escena del mi papa, el restaurante y los submarinos; pero básicamente fue un extraordinario esfuerzo de síntesis... que dio muy buen resultado.
 
El tipo nos miro asombrado: ¿cómo podían estar vivas aún estas personas? Hizo un par de llamadas telefónicas que hicieron que el corazón se nos saliera por la boca, y finalmente anunció:
 
---Está bien, les voy a regalar las dos noches gratis aquí.
 
El Cielo existe. Dios existe. La bondad humana existe. Mi sobrino se deshizo en agradecimientos para con el gringo, yo ofrecí ser su esclavo para toda la vida y mi papá le prometió a una de mis hermanas en matrimonio. El recepcionista rechazó amablemente todo esto y nos dio unas llaves. No me lo van a creer, pero por un momento vi que las llaves tenían un par de alitas y un cartel que en vez del número de habitación decía: "Esta es la puerta del Cielo".
 
Fuera de bromas, ahí donde la ven, esta historia ---con todo y lo alucinante que fue--- es uno de los recuerdos más gratos que tenemos como familia. De hecho, gracias a anécdotas como esta, y otras más, este viaje fue una de las actividades que más nos unieron. De hecho, marcó un antes y un después. Sin embargo, uno se pregunta: "Pero ¿por qué, si todo salió tan mal?"... y yo no sé qué contestar.
 
Se me ocurren varias ideas, por cierto. Pero a mí me gusta quedarme con esta: Dios sabe sacar cosas buenas de las malas que nos ocurren. De hecho, de esta cadena de acontecimientos calamitosos mi familia y yo sacamos un baúl vivo lleno de lindos recuerdos, la posibilidad de reírnos juntos (invalorable) y haber vivido una aventura de las dendeveras, una de esas de las que no te olvidas nunca. (Además, también ganamos algo espectular para contar a los amigos). 
 
¿Se imaginan que todo hubiera salido a pedir de boca? Hubiera sido lindo, ¿no? Pero la que nos hubiéramos perdido. 
 
Bendito sea Dios por saber sacar bienes de males.
 
Y así y todo, encima a veces nos quejamos de cuando las cosas nos salen mal. ¡Jo!
 
 
(1) Restroom : 'baño'.

viernes, 20 de abril de 2007

La torre internacional de Howard (primera parte)

Estamos en 1996, en Florida (Estados Unidos). Vacaciones con toda mi familia. El día anterior celebramos con quienes nos recibieron aquí, unos primos míos que tienen poco menos que la edad de mi papá, y un chiquillo de quince años a quien yo ---que a la sazón contaba 18 años--- debía llamar sobrino.
 
Luego de celebrar el encuentro, todos juntos hicimos los preparativos para el fantástico subviaje que mi familia iba a emprender al día siguiente: un lindo paseo de tres días por sendos parques temáticos de los Yunaites: Bush Gardens, Magic Kingdom (o sea, Disney, pa' quienes no sepan) y Universal Studios Florida. Aquella noche planeamos todo cuidadosamente.
 
---¡Tío, tío! ---vino corriendo la Gringa, una joven prima que tenía cuatro hijas.
---Dime, sobrina ---mi viejo, bien amable.
---Tío, te vas a morir: ¡les acabo de conseguir hotel gratis!
 
Jamás imaginamos todas las consecuencias que nos traería esa inocente frase.
 
La Gringa había trabajado en un hotel, el Howard Johnson; conocía a un administrador y, echando mano de algún antiguo bono que guardaba por ahí, nos regaló dos noches gratis en el Howard Johnson International Tower en Orlando.
 
---Después de visitar Bush Gardens, vayan al Howard Johnson International Tower. Busquen al administrador, John Rinella. Ahí pasarán la noche, y al día siguiente se me van a Magic Kingdom. ¡Se lo pasarán bomba! Además, el hotel está cerquísima de Magic Kingdom. ¡Está pintado!
 
Nos deshicimos en agradecimientos y dormimos con tales sonrisas, que no nos las hubieran podido quitar ni con todos los bisturís del mundo.
 
Pero todo eso fue el día anterior. Ahora estamos en un nuevo día. Un día de desastre.
 
 
Dramatis personae :
Papá, mamá, hermana uno, hermana dos, humilde posteador ---Esteban Pechito---(1) y Dante, el sobrino de 15 años.
 
 
10 :00 a. m.
 
---Llegamos, gente: ¡Bush Gardens! ---anunció mi papá radiante.
---¡Yeeeee!
 
Era un sueño hecho realidad. Nos la pasamos bomba.
 
 
5 :30 p. m.
 
---Tíou, creou que será mejourrr irnous right now ---pontificó mi sobrino hablando como Jennifer López. Es peruano, pero ha vivido la mitad de su vida en EE. UU.---. Creo que vamous a tenerrr tourrrmenta troupical.
---¿Tormenta tropical?
 
La sangre se nos heló un poquito. El cielo había comenzado a ponerse un poco negro y empezó a correr algo de viento. Ninguno de nosotros había estado jamás en una tormenta tropical, así que obedecimos prudentemente al sobrino. El problema era que el sobrino tampoco había estado en una. Pero eso no lo sabíamos.
 
La verdad era que se avecinaba una simple lluvia. Una lluvia de Florida, claro, que es como si todos los dioses se echaran a llorar al mismo tiempo. Pero para nosotros, acostumbrados en Lima a llamar lluvia  a tres gotas de agua que molestan menos que un mosquito, el panorama pintaba aterrador. 
 
---Está bien, vámonos de una vez ---dijo mi papá asumiendo su rol de jefe de familia---. ¿Dónde habíamos dejado el carro?
 
 
5 :40 p. m.
 
Descubrimos que el estacionamiento de Bush Gardens no es grande ni es enorme; es monstruoso. Si alguna vez un tsunami cae sobre todos los países del mundo al mismo tiempo, todos los terrícolas podríamos refugiarnos ahí sin problemas.
 
 
5 :50 p. m.
 
Por fin, los pies adoloridos y el corazón saliéndosenos del pecho por el asunto de la tormenta tropical (¡vamos a morir!), llegamos al auto. Era un Buick del 97, nuevecito, que lo único mecánico que tenía eran las ruedas: el resto era automático.(2) Mi viejo había tirado la casa por la ventana en el viaje. 
 
---¿A dónde vamos? ---preguntó algún inocente.
---Vamos al hotel. Queda en Orlando --- anunció mi papá. Es que estábamos en Tampa.
---Qué mostro(3) ---dijo alguien que ustedes conocen---. Escuché que hay buenas tiendas. ¿A cuánto tiempo está de aquí?
---Errr... toumandou la I-95, hay que buscarr la salidehh 31-B... Errr... ---mi sobrino comenzó a lucirse. Lo llevamos con nosotros precisamente por eso, porque en la práctica era un nativo que conocía el terreno.
 
La I-95 es una carretera interestatal que recorre toda la costa este de EE. UU., desde Florida, en el sur, hasta Maine, en la frontera con Canadá. Cada tantas millas hay salidas ---como hojas de un trébol--- que lo llevan a uno a los pueblos, condados, ciudades o cualquier cosa que haya por ahí. Entre salida y salida, yendo a cosa de 80, 90 ó 100 millas por hora (entre 90 y 120 km/h), pueden pasar entre 25 y 30 minutos de camino. Bueno, para ajustarnos a la verdad diremos que cada salida es doble, pues tiene una letra A y una B. Por lo tanto, luego de poco más de quince minutos de camino se encontraba uno con la salida ---pongamos--- 27-A, y quince minutos después se encontraba con la 27-B, y así sucesivamente. Se entiende, ¿verdad?
 
---¿Estás seguro? ---mi papá verificó---. ¿Tenemos que ir a la 31-B?
---Yes, tíou.
 
Mi sobrino sostenía en una mano un mapa, y en la otra, la carta que la Gringa nos había dado para el administrador del hotel.
 
---¿Y en qué salida estamos? ---preguntó mi mamá.
---En la 25-A, tíahh.
 
 
7 :30 p. m.
 
---Papá, ¿ya llegamos?
---Creo que sí, hija. Dante, ¿esta es la 31?
---Errrr.... tíou... emm...
---Dante, ¿es la salida?
---Errrr... sí... creou que sí. Errr...
---Excelente---tercié---. Todavía podemos llegar a las tiendas abiertas.
---¿Podemos comer hamburguesas? ---preguntó mi hermanita.
---¡Claro! ---sonríe mi papá---. Vamos, dejamos las cosas en el hotel y salimos a tomar Orlando.
---¡Yeeee! ---alabamos todos.
---Errrr... tíou, esta serrr la salida 31-A. Tenemous que irrrr a la B...
 
 
7 :45 p. m.
 
---Listo, gente: la salida 31-B.
---¿Y ahora, a la derecha o a la izquierda, Dante?
---Errr... errrr...
 
 
7 :50 p. m.
 
---Rique, te dije que era la izquierda ---mi mamá se impacientaba.
---¿Y yo cómo iba a saber? ¡Este no es mi país!
 
 
8 :00 p. m.
 
---Aquí no hay ningún hotel...
---¿Estás seguro que era aquí, Dante?
---Errr...
---¡Miren allá!
---¡Yeeee!
---¡Por fin!
---Tengo hambre.
---Ojalá que no hayan cerrado las tiendas.
---¡Llegamos!
---¿Y cómo se llega allá desde este lado de la autopista? ---No lo olviden: el que tiene el volante manda.
 
 
8 :10 p. m.
 
---Parecía fácil, ¿no?
---No importa, ya llegamos.
---¿Bajo las cosas, papá?
---Errr... tíou....
---¿Sí? ---todos volteamos a ver a Dante a la vez.
---Mejourrr si yo voy con Keeh-keh para checkear  que es el houtel.
 
Silencio sepulcral. ¿Chequear que sea el hotel?
 
 
8 :12 p. m.
 
Una pareja de amables negritos (perdón: afroestadounidenses) nos atiende en el Howard Johnson. Habrá que decir que si bien buscábamos el Howard Johnson International Tower, nos sorprendió que este hotel solo tuviera un piso,(4) y que el resto fuera como chalés individuales. "Extravagancias de gringos", pensamos.
 
---Errr... Hi ---dejé que mi primo trabajara el asunto.
---Hi. How can I help you? ---se ofrecieron amables a ayudarnos.
 
Mi primo entregó la carta dirigida al administrador John Rinella: dos habitaciones, dos noches gratis, hotel cinco estrellas... De pronto, la chica que había recibido el papel se lo pasó a su compañero. Luego ambos se miraron... y comenzaron a reírse tan fuerte que por un momento pensamos que las paredes se iban a venir abajo.
 
---This is not your hotel. This is not what you're looking for. ['Este no es el hotel que buscan'].
 
Claro, se imaginarán que: "¡¿Juaaaat?!".
 
---You're looking for Howard Johnson International Tower. That's on exit 25-B. ['El Howard Johnson International Tower está en la salida 25-B'].
---Yeah, I'm sorry, guys. ['Lo siento, muchachos'].
 
Mi primo y yo nos miramos. Claro, los dos negritos seguían riéndose. Nosotros no. Mi primo explicó:
 
---Our family is out there. They're going to kill us. ['Nuestra familia está allá afuera y nos va a matar'].
---Have you got any backdoor? ['¿Tienen alguna puerta trasera?'] ---dije, en lo que fue la primera broma en inglés que dije en toda mi vida... ¡y los negritos se rieron! Ese día no dormí de la emoción.
 
 
8 :20 p. m.
 
---Ehhh... malas noticias, gente. ---Felizmente que estábamos en el siglo XX; quince siglos atrás a los mensajeros que traían malas noticias los mataban----. Este no es el hotel.
 
Obviaré el relato de los comentarios de mi familia. Solo diré que nadie hizo caso a mis explicaciones sobre las diferencias entre el siglo XX y la Edad Media.
 
 
8 :23 p. m.
 
---Bueno, ya, tranquilos ---mi viejo siempre positivo---. Vámonos tranquilos a la otra salida. ¿Cuál era?
---La 25-B, papá...
---...exactamente a diez minutos de donde partimos...
---Sí, sí, bueno, ya, tranquilos. Vamos para allá. Al menos conoceremos más Estados Unidos.
---Sí, claro, andando por el mismo camino por donde hemos venido... ---nunca falta el sarcástico, ¿no? Pasa hasta en las mejores familias.
 
 
8 :30 p. m.
 
---Dante, ¡¿cómo rayos llego a la carretera?! ¡Estamos dando vueltas hace diez minutos!
---Errr... tranquilou, tíou...
 
 
8 :35 p. m.
---¡Mira, esa es!
---Ahora sí, ¡allá vamos!
 
 
9 :00 p. m.
 
---Esta carretera parece infinita.
---Hace media hora que vamos en línea recta.
---Pero ¿qué voy a hacer, hijos? Así es la carretera. Tenemos que avanzar cuatro salidas más y ya está.
---Tengo hambre...
---Ya no vamos a encontrar tiendas...
---Los chicos tienen hambre...
---¡Ya basta!
 
Silencio de tumba. Creo que para manejar un Buick del 97 necesitas concentración.
 
 
9 :55 p. m.
 
---Listo, incrédulos: ¿ya ven? Ya llegamos. ¿Qué dice ahí?
---"Salida 25-B".
---Ahí está. Ahora, ¿para la derecha o para la izquierda, Dante?
---Errr... ---Dante consultaba mapas y hablaba todo el tiempo por teléfono con alguien que le daba indicaciones.
---¿Dante...?
---Errrr...
 
 
10 :00 p. m.
 
---Te dije que era a la izquierda, papá.
---Ya, tranquilos...
---Aquí no hay ningún hotel.
---Baja la velocidad, Rique... así no podemos buscar el hotel.
---Yaaaa...
 
 
10 :10 p. m.
 
---Volvamos a la derecha.
---¡Pero ya hemos estado ahí!
---Pero de repente no hemos visto bien.
---Dante, ¿dónde es?
---Errr... ---Dante seguía consultando mapas y hablando por teléfono.
---Dame tu teléfono: voy a hablar con esa persona.
---Errr... pero, tíou...
---Papá, tú no sabes inglés...
 
 
10 :15 p. m.
 
---¡Ahí está!, ¿ya ven? Era a la derecha, el primer camino que tomamos.
---¿Será?
---¡Claro que es! Mira: el hotel es International Tower, ¿no? Ahí tienes: ¡tremenda torre!
 
Era una torre como de veinticinco pisos. Parecía la torre de control de un aeropuerto.
 
---Y, claro, mira qué lujo. La Gringa nos dijo que era de cinco estrellas. ¡Excelente!
---¡Yeeee!
---Errr... tíou, mejour si bajamous antes para checkear  que sea el houtel...
 
Un sudor frío nos recorrió la espalda.
 
 
10 :20 p. m.
 
---Mamá, ¿por qué no regresa mi papá?
---Shhh... cállate la boca.
---¿Este es el hotel?
---Mamá, tengo hambre.
---¡Ya, cállense!
 
 
10 :25 p. m.
 
---Vámonos ---mi papá regresó hecho una furia.
---¿Qué pasó?
---¿Qué pasó, papá?
---¿Qué pasó, Rique?
---Tampoucou es el houtel, tíah...
---¡¿QUÉEE?!
 
 
10 :26 p. m.
 
---¡Ya déjense de estar en silencio y dígannos qué pasa!
---El hotel queda en la salida 31-A...
---...apenas a unas millas de donde estuvimos hace dos horas.
 
Sin comentarios.
 
[Continuará].
 
 
(1) Esteban Pechito: manera de jugar con la frase este pechito, que se usa en el Perú para referirse a uno mismo.
(2) Al lector atento no se le habrá pasado que estamos en 1996. Ocurre que los fabricantes de autos suelen sacar sus más recientes modelos alrededor de medio año antes. En julio de 1996 ya había Buicks del 97. 
(3) Mostro : 'bueno, bonito, excelente, conveniente, interesante, etc.'.
(4) Tower  significa 'torre' en castellano.

viernes, 13 de abril de 2007

Quiero ser un muerto inmanipulable


¿Recuerdan que el otro día les hablé de Gonzalo? Pues así como regalo de pascua, les tengo una sorpresa: me presté una cámara y le tomé una foto. Aquí lo tienen, para todo el público. Lamentablemente, creo que esta será la última gonzalada que publicaré, porque ya no estaré ayudando en el tema de la movilidad escolar. En fin, cosas de la vida.

El último día que estuve con él y Sebastián, Gonzalo estuvo particularmente activo. Creo que le dieron a desayunar pólvora. Al comienzo decía que era el rey y no sé qué otra cosa más (es que yo andaba bastante ocupado aguantando las embestidas de Carolina, que ha inventado un nuevo juego: se para en la puerta de la camioneta, apunta bien y se lanza como ardilla voladora en brazos de quien tenga más cerca... sí, sin avisar. El juego consiste en que calcule bien la distancia y la atrapen en el aire. Si no lo logra y aterriza hecha una bolsa, significa que perdió).

Luego Gonzalo nos comunicó que había descubierto la presencia de paredes invisibles contra las que se chocaba de vez en cuando. Caminaba y "¡puf!" (sí, él mismo hacía los efectos especiales con sonido y todo... con saliva incluida, por supuesto)... puf, decía, chocaba con las paredes invisibles. Así, cada veinte segundos, más o menos, chocaba con una nueva pared invisible. Sebastián, el otro niñito que debo cuidar hasta que los dejen entrar al kinder, al principio estaba divertido viendo a su compañero hacer sus gracias; pero luego, al sexto choque de Gonzalo contra sus paredes invisibles comenzó a preocuparse; para el décimo choque ya estaba aterrado; dos choques después ya miraba a Gonzalo con pavor y terminó por esconderse detrás de mí.

Sin embargo, entre choque y choque, Gonzalo se dio maña para contarnos su gran descubrimiento: había visto el video de "Thriller" la canción de Michael Jackson. Y nos comunicaba feliz que había encontrado su vocación. Imitando perfectamente el baile de los muertos que caminan en el video ("¡Yo tengo el dividí!", decía), se puso a gritar como para que lo escuchen hasta la granja Neverland:

---Yo de grande quiero ser como el muerto verde, gordo y grande que caminaba así ---y caminaba---. Eso quiero ser.

Excelente: al menos su mamá se ahorrará en psicólogo vocacional de grande.

Fuera de bromas, Alfonso López Quintás decía que la creatividad es el mejor remedio para crear una sociedad en la que las personas no sean susceptibles de manipulación. Ergo, si a uno no lo dejan ser creativo, lo están educando para dejarse manipular. Interesante, Watson.

Ya sabemos, entonces, que a todos los que nos vienen con el temita de que encontraron la tumba de Jesús nunca los dejaron jugar al muerto verde ni a las paredes invisibles de chiquitos.

Yo voto por que seamos como Gonzalo, que tiene el futuro seguro.

lunes, 9 de abril de 2007

¡Resucitó!



¡Resucitó!,
tal como lo había prometido.
Y su resurrección
nos llena de alegría
porque es nuestra salvación.

Su resurrección
nos devuelve la alegría,
nos regala una nueva identidad,
nuestra identidad,
ahora somos nuevos
y más felices.
Y lo mejor es que es real.


Esta imagen me gustó: esas mujeres habían ido a buscar a un muerto. Cuántas veces este mundo no se acerca al cristianismo con ese mismo afán arqueológico, buscando a un muerto, buscando una serie de tradiciones y reliquias curiosas que ya nada tienen que decir al mundo actual. O cuántas veces nosotros mismos no nos acercamos al cristianismo (a nuestro propio cristianismo) con la intención de embalsamar un cadáver: nos da pena que te ataquen, nos da pena que te critiquen, Señor, pero en vez de proclamarte vivo y verdaderamente actual, seguimos la corriente: corremos a consolarte, a llorar tu muerte: "¡No se metan con mi Diosito que yo tengo fe!". Estupideces todas (sorry). Proclamarte vivo y siempre actual debe ser nuestro grito de batalla.


¡Feliz pascua a todos!
Surrexit Dominus vere!




Nota: se encontrará una buena y breve descripción de esta imagen en el siguiente blog amigo (por casualidad puse la misma imagen que su autor utilizó en su propio saludo pascual).

miércoles, 4 de abril de 2007

Tu identidad

(Nota bene: este post no trae ninguna historia graciosa ni un "fuera de bromas).
 
 
¿Qué es la semana santa? ¿Una fecha para pasarla en familia y comer bacalao, mirar Ben-Hur  o Espartaco por enésima vez y creer que aprendemos algo viendo Discovery Channel? ¿Una fecha para largarse de campamento y equivocar el dato teológico bebiendo como si en vez del triduo pascual al día siguiente fuera el Juicio Final? ¿Una fecha para oír al aburrido cura hablar ---o verlo por televisión--- y redescubrir asombrados que la parroquia quedaba, en realidad, bastante cerca de casa?
 
Nada de eso. La semana santa es una fecha en la que recordamos nuestra propia identidad. Es decir, es una fecha en la que hablan de mí.
 
No recuerdo cómo se llamaba el niñito. Recuerdo mal, además, su edad: creo que tenía 12. Sí recuerdo, en cambio, que se decía de él que era el más malcriado que hubiera en esa escuela. Un hijo de mala madre que hacía sufrir a profesores, directora y psicólogas. Con un desastre de familia a cuestas, el pobre niño se dedicaba simplemente a hacerles la vida imposible a todos.
 
Hasta que un día aceptó ir a un retiro.
 
No entraré en detalles porque no los sé. Solo digamos lo necesario: fue a un retiro y se convirtió. Cambió. ¿Diré las frases aquellas, tan venidas a menos, de que vio la luz, o que encontró en Jesús a quien llenaba su corazón? No. No las diré, a pesar de que probablemente hayan sido ciertas. Quedémonos con eso: se convirtió.
 
Dejó de ser el malcriado de antes. Sorprendentemente, se volvió uno de los chicos más atentos y generosos del colegio. Gracioso como él solo, se volvió la alegría de todos, con sus bromas, su sempiterna sonrisa y su chispa inacabable. Se volvió fanático de cuanta actividad extraescolar hubiera. Se volvió solidario. Se convirtió en el que más temprano llegaba a la escuela, incluso despertando al mezquino del portero, quien por más esfuerzos que hacía ---y me constan--- no lograba contener la sonrisa al tener que abrirle la puerta los días en que llegaba más temprano que su despertador, que era casi siempre.
 
Salvo un día.
 
Aquel día iba tarde. Y no iba solo.
 
---Apúrese.
 
Ambos rogaban para que la cúster avanzara más rápido de lo que iba.
 
---¡Vamos, vamos!
 
Ambos bajaron apresuradamente del transporte público, espantados porque estaban a punto de recibir un portazo en la cara por su tardanza.
 
---¡Cruza, cruza!
 
Cualquiera que viva en Lima sabe que la avenida Javier Prado es una de las más transitadas que hay. Y hace diez años era peor. Cualquiera que viva en Lima sabe que, hace diez años, el cruce de la avenida Javier Prado con la avenida de la Aviación era casi intransitable para un peatón. Y esa vez lo fue.
 
Nuestro amigo no cruzó. Él se quedó en el paradero, en la esquina, esperando que el semáforo diera rojo para todos los carros. Era travieso, pero no imbécil. Era impulsivo, pero no necio. No cruzó. Pero su amigo sí. Por eso le gritó:
 
---¡No cruces!
 
El otro no escuchó. Y comenzó a atravesar corriendo los carriles de la avenida Javier Prado, en dirección al colegio.
 
Un mal cálculo, una cúster sobreacelerada, un chofer desatento... La cúster lo vio demasiado tarde, y precisamente porque lo vio demasiado tarde, hizo lo que pudo para evitar atropellar a ese niño que cruzó irresponsablemente la avenida como un loco, y que solo cuando hubo llegado seguro a la otra acera y oyó el choque de la cúster contra el paradero se volvió a ver qué ocurría.
 
Nuestro amigo, aquel que todos los días despertaba al portero ---salvo este---, aquel que había decidido no cruzar, acababa de ser arrollado por el conductor de la cúster que maniobró como pudo para salvar al primer chiquillo... pero que no vio al que no había cruzado. Por evitar atropellar al primero, atropelló al segundo.
 
Dejemos al margen la culpabilidad. Dejemos al margen la oportunidad, las probabilidades. Dejemos al margen el sentimiento de culpa. Tan solo quedémonos con esto: ¿reconocen la sensación de vivir una vida que no les corresponde? ¿Reconoces la sensación de saber que existió una persona que tomó el lugar de la muerte por ti? ¿Reconoces la sensación de estar viviendo de gracia, gratis, sin merecerlo?
 
Esa es la semana santa. No es la ocasión de sentirte culpable por la muerte de Jesús. La primera gran diferencia con lo que le pasó a este niño es que la muerte de Jesús muerte no fue un accidente lamentable. Su muerte fue resultado de una cadena de viles acontecimientos a los que Él se entregó puramente por amor a ti, y a los que volvería a entregarse si le dieras la oportunidad. Sin embargo, no es necesario que lo haga (repetir el hecho), porque su sacrificio ocurrió una vez para siempre. Ahora solo te toca a ti darte cuenta de que es real y de que existe.
 
La segunda gran diferencia es que Jesús no está muerto. Ha resucitado. Y eso tiene para tu vida una repercusión tan grande como no puedes ni siquiera atisbar. ¿Tienes anhelos de ser feliz? ¿Sientes que tu vida no tiene sentido? ¿Sientes que te falta algo? Alégrate, porque ya que el Señor resucitó es posible saciar esos anhelos, responder a esas inquietudes. Ahora todo es nuevo.
 
Las angustias, anhelos e inquietudes que perfilan tu corazón (estoy hablando del tuyo y del de nadie más) son de las que se hablan ahora, en estos días. Tan solo es cuestión de que lo vuelvas a buscar. A tu corazón, me refiero. Búscalo en el de quien murió y resucitó para que tuvieras una vida plena. Te aseguro que lo encontrarás. Y la semana santa es ocasión privilegiada para ello.*
 
 
* Oferta especial: si no sabes cómo hacerlo, mándame un correo privado y a vuelta de correo recibirás algunas ideas.