miércoles, 4 de junio de 2008

Dios existe: yo me lo encontré*

A cierta judía de Belfort, que sabe que esto es real

no solo porque se lo conté primero, sino porque también le pasó.

 

 

Un tesista angustiado se mata haciendo ochenta llamadas telefónicas a los docentes que le falta contactar para su investigación. Debe acabar su lista de todas maneras el día de hoy, a como dé lugar, o si no, no habrá investigación.

 

Con dedos esperanzados, marca el siguiente número de su lista.

 

---Telefónica del Perú le informa que el número que usted ha marcado no existe... Telefónica del Perú le informa...

 

Con dedos nerviosos, el tesista marca esta vez el otro número (el del celular) de la misma persona.

 

---¿Aló?

---Aló, buenas tardes, ¿con la profesora Fulana Fulánez?

---Equivocado.

---¿Este es el número tal?

---Sí, pero no es de la profesora Fulana Fulánez.

 

Con dedos angustiados, el tesista marca otro teléfono.

 

---¿Aló? ¿Colegio República Bolivariana?**

---Sí, señor.

---Deseo comunicarme con la profesora Fulana Fulánez.

---¡Uhhhh! ¡Dónde estará! Probablemente esté en clases...

---¿No tendrá su teléfono por ahí?

---No, joven.

 

Un tesista desesperado está a punto de colgar.

 

---¿Sabe qué, joven? Puede buscarla a la hora de salida.

---¿Y a qué hora es eso?

 

Un tesista con un rayito de esperanza mira su reloj: 12:45 p. m.

 

---A las 12:45.

 

Un tesista abatido se ve enfrentado a tomar una decisión en segundos. Humillado, se pone espiritualmente de rodillas y pide: "Señor, tienes que ayudarme".

 

Un tesista animado por un extraño impulso mete apresuradamente en un maletín un ciento de cuestionarios, unas cuantas copias de encuestas para docentes y todos sus blocs de notas (a estas alturas, tiene cerca de cuatro llenos): no hay tiempo para meterse a distinguir qué cosa sirve y qué no. Corriendo, se lanza a la calle y para el primer taxi que pasa:

 

---Al colegio República Bolivariana. ¡Rápido!

 

Cualquier docente sabe que la hora de salida de los estudiantes no es su hora de salida del trabajo. Un docente debe conversar aún con los alumnos distraídos, coordinar cosas con otros, levantar la moral a algunos cuantos... Además están las coordinaciones propias de la labor y, finalmente, el marcado de tarjeta o firmado de registro de salida. Todo ello puede demorar su salida algo de 15 ó 20 minutos, por más apurado que esté. El tesista se aferra fuertemente a esa esperanza... y a la cadena del Cristo que pende de su cuello.

 

Ocho minutos después, un tesista agitado mira con aprehensión al taxista que detiene el auto frente a la puerta de un colegio en una de las zonas peligrosas de la ciudad.

 

---¿Este es?

---Sí ---dice el taxista. Y se va.

 

Un tesista con el corazón a mil se acerca a un portero con cara de pocos amigos. Decenas de alumnos salen por una pequeña puerta por la que él se esfuerza en dejar que todos salgan pero que nadie entre.

 

---Buenos días, busco a la profesora Fulana Fulánez.

---¿A quién?

---¿Es este el colegio República Bolivariana?

---¡No! ¡Ese está por allá! ---dice el portero señalando vagamente varias cuadras abajo.

 

Un tesista al borde de un infarto se aleja maldiciendo y repasando mentalmente el número de monedas que tiene para ver si otro taxi está a su alcance. Cruza la pista, atiende sin oír las indicaciones de una municipal de tránsito y se planta en el paradero.

 

---Madrecita, ayúdame, por favor: que no se vaya la profesora. Ave Maria, gratia plena. Dominus tecum. Benedicta tu in mulieribus...

 

Un tesista a cuatromil por hora toma la primera combi que encuentra y cuenta los segundos ---eternos--- que le toma recorrer los 900 metros hasta el colegio. Tras una eternidad, paga lo que puede y se baja corriendo.

 

Un tesista agitadísimo se enfrenta a otro portero con cara de pocos amigos. Debe de ser pariente del anterior. A su alrededor, ochocientos chiquillos entran y salen de la escuela. Parece un panal.

 

---Buenos días, busco a... ---un cierto resquemor lo agitó---. Espere: ¿es este el colegio República Bolivariana?

---Mmmsse...

---Busco a la profesora Fulana Fulánez.

---¿Y quién es usted?

---Mi nombre es Enrique G....

---Sí, ¿quién es usted?

 

¿No me había entendido? Ejem... quiero decir, ¿no entendió al tesista? Ah, claro: Henríquez y Enrique se parecen. De seguro se confundió.

 

---Le digo que me llamo Enrique G...

---Ya sé eso. Pero ¿quién es usted?

 

Ahh... este quiere decir de dónde vengo... perdón, de dónde venía el tesista...

 

---Vengo de la institución Tal.

---¿Tiene identificación?

 

¡Gracias al Cielo que el tesista prudente había sacado fotocopias del permiso de la institución Tal el día anterior! Mostrárselo al portero iba a ser pan comido.

 

De pronto, un tesista pálido mira a un portero sin nada de paciencia. Se acaba de acordar de que los permisos los dejó en la mochila con la que fue a la universidad el día anterior.

 

---Eemmmm... dejé la credencial en el otro fólder.

---O sea que no tiene identificación...

 

"Ayúdame, Diosito", repite mentalmente el tesista.


De pronto, una inspiración:

 

---Mire, aquí tengo el material de la Tal que vengo a entregar ---dijo el tesista con una chispa de lucidez en la mirada, al punto que le enseñaba al portero los cuestionarios con el logotipo de la Tal que su papá le sugirió que no dejara de poner. El tesista aún recuerda aquella escena: "Pero, papá, ¿crees que sea en verdad necesario?"; "Sí, hijo, tú pon nomás".

 

Un tesista momentáneamente aliviado mira cómo un portero escéptico, tras echar una mirada al logotipo, le abre el resto de la puerta y lo invita a pasar. El tesista agradece y corre a la oficina más cercana.

 

¿Y ahora qué? Un colegio enorme, frío e impersonal, con cientos de chiquillos revoloteando por aquí y por allá... ¿Cómo rayos encontrar a la profesora?

 

Pero ahora el tesista ya no duda. Mentalmente piensa en María, y sabe  que no habrá problemas. Por lo menos no serios.


Un tesista confiado se acerca a la primera oficina que encuentra.

 

---Disculpe, busco a la profesora Fulana Fulánez.

 

Una empleada con una formidable cara de aburrimiento lo mira de pies a cabeza. Luego, sin decirle nada, se da la vuelta y sigue dedicándose a lo suyo.

 

Un tesista en suspenso comienza a evaluar si es más conveniente asesinar a la empleada poco a poco para que sufra si mejor rápidamente y de un solo golpe cuando, de pronto, aquella sale de la oficina ---siempre sin decir nada--- y toma un fólder de una mesa en la que cinco o seis profesores marcan sus tarjetas de salida.

 

---Está saliendo del 5.° C. Bueno, debe de estar saliendo, al menos... Es que es salida ---dice.

 

Un tesista con un nudo en la garganta se relaja, y en vez de asesinar a la empleada, le regala su mejor sonrisa.

 

---¡Gracias! Pero, dígame, por favor, ¿se habrá ido ya la profesora? ¿Ya firmó?

---No. Aún no se va: no está su firma aquí.

---Eso significa...

---...que sigue en el colegio ---sentencia la empleada.

 

Un tesista aliviado lanza un suspiro de alivio. Pero, de improviso, una sombra de inquietud cubre su rostro: ¿y ahora qué? ¿Debía esperarla al lado del reloj marcador de tarjetas o debía ir a buscarla por el patio? ¿Cómo la reconocería? ¿Qué haría?

 

---...a lo mejor me planto con un cartelito, tipo aeropuerto: "Fulana Fulánez".

---¿Cómo dice, joven?

---Ups... ¿hablé en voz alta?

---¿No la conoce, joven?

---Eemmm.... no, la verdad que no.

---Yo tampoco, joven. ¿Y ahora qué hacemos?

 

A un tesista desolado no le queda otra mirada más que la de un perrito triste, que posa sin fijarse en la empleada que lo ayuda. Esta, al verla, se aproxima al grupo de seis o siete docentes que marcan tarjeta, y absolutamente al azar se allega a quien tiene más a tiro y hace ademán de preguntar.

 

El tesista, perplejo, se imagina lo que ocurrirá: la empleadita preguntará a cada una de esas personas si es Fulana Fulánez hasta que algo pase. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta dar con la correcta?

 

La perplejidad del tesista, de pronto, por alguna razón se convierte en férrea confianza en algo más allá de sus propias fuerzas: "Tú lo puedes todo", piensa mentalmente.

 

---Disculpe, profesora ---dice la empleada a la primera mujer que ve---: ¿cómo se llama usted?

---Fulana Fulánez ---responde una mujer con expresión tranquila.


Súbitamente, un tesista conmovido estalla en sonrisas atropelladas y temblores de alegría. Repentinamente invadido por una ternura estremecedora ---de esas que desarman---, termina por reír tanto que no se le entiende cuando se acerca a la profesora Fulana Fulánez y dice "Buenos días, profesora, mi nombre es Enrique G. y vengo por...".

 

Quince minutos después un tesista feliz se dirige a la salida del colegio. De pronto, tiene otra intuición: "Son dos las profesoras que no pude ubicar. El portero me dijo que la otra, Luna Lunera, está de descanso hoy. Veré si por lo menos puedo obtener su teléfono".

 

Un tesista empilado se dirige a la oficina de la empleada generosa que lo ayudó hasta ahora.

 

---Disculpe, ¿por casualidad sabrá dónde puedo obtener el teléfono de la profesora Luna Lune...?

---¿A quién buscas, perdón?

---A Luna Lunera.

---¡Ah, pero si es ella! ---grita de pronto la empleada señalando detrás de mí, digo, del tesista---. ¡Es ella, la que se está yendo por allá! ¡Corra a alcanzarla, joven!

 

Quince minutos más tarde, un tesista increíblemente feliz sale de un colegio ubicado en una de las zonas más peligrosas de la ciudad tras haber tachado en su libreta ---henchido de satisfacción--- los nombres de dos profesoras. Son tres salones, un gran logro de un colegio del que necesitaba solo dos. Excelente. Ni a pedido.

 

El tesista, inmune ya a cualquier preocupación, presa de una alegría que hace recordar a la prometida en cierta página del Evangelio,*** camina despreocupado por la avenida principal. Está en una de las zonas más peligrosas de la ciudad, pero ya no le importa nada: sabe que nada malo le pasará.

 

Dios existe: yo me lo encontré (también).

 

 

* Cualquier lector avisado sabe que el título de este post le debe todo al libro del mismo nombre del extraordinario André Frossard. Lo recomiendo 100 %.

** Eemmm... he cambiado el verdadero nombre del colegio para proteger la privacidad de blablablá.

*** "Y yo les daré una alegría que nadie les podrá quitar" (Jn 16, 22).