viernes, 22 de junio de 2007

Nota recontraaclaratoria

A ver, a ver... Parece que por aquí hubo una confusión y un malentendido... ejem, bueno, varios. A partir del último post que he publicado, me están lloviendo cartas ---firmadas y anónimas--- que me acusan de chancho, machista, inmoral, pervertido, baboso, arrastrado, jugador, sandio, majagranzas, estulto, porro, tocho, mostrenco, bodoque, crapuloso, lúbrico, escabroso y otras cosas como esas. ¡Cuando yo lo que quise con el post era todo lo contrario!
 
Veamos, hay tres tipos de comentarios. Algunos me están acusando de que el post es escandaloso, y dicen que queda feo que me muestre arrastrándome por una chica. Otros dicen que es muy hueco, que cómo me atrevo a comparar a Dios santo e inmenso con una chica guapa. Por último, no faltan los que creen que estoy enamorado y que ya pronto cobraré la oferta que me hizo un amigo para cuando me case.
 
A ver, vamos por partes.
 
En primer lugar, no fue mi intención ofender ni chocar. Bueno, en realidad sí, pero por otros motivos. Quise demostrar que un hombre (un varón, me refiero) no tiene nada de inmoral al comentar que una chica le parece guapa. No he comentado que Karina B... tiene así o asá tales o cuales partes del cuerpo (que las tiene, dicho sea de paso, ejem). Simplemente dije que es guapa sin ser grotesco ni grosero y sin mencionar su talla de ropa interior. Creo que eso, más bien, es lo chocante hoy en día. Al menos esa debería ser la actitud de un cristiano.
 
En segundo lugar, no sé dónde está la oquedad en decir que la belleza de una mujer me remite a Dios. ¿Qué acaso la belleza de un atardecer no remite a Dios? ¿Qué acaso la perfección del sistema solar no remite a Dios? La belleza es uno de los atributos de la divinidad, según lo exponían los escolásticos. Y en mi humilde percepción ---tal vez habría que ser hombre para percibirlo con más facilidad---, las mujeres guapas remiten a Dios tanto como a Él nos remiten los niños tiernos o los ancianos sabios. Creo que no solo es mi impresión: he conocido hombres buenos y limpios de mente que alguna vez me han hecho comentarios similares.
 
En tercer lugar, no estoy enamorado. Fue tan solo el vacilón de decir "¡Hey, miren, a esta chica yo la veía por televisión y me parecía bellísima, y ahora me la cruzo en la escalera a diario!". Aquello de que la llamaré por teléfono a su anexo y le diré cosas tan estúpidas como que su nombre empieza con k, igual que el mío, era ---ay, qué vergüenza me da que no se haya notado--- una broma.
 
No, gente. No estoy enamorado. Cuando lo esté, lo sabrán. Claro, si la elegida me hace caso, obviamente. Hace poco hubo una candidata que me dejaba sin poder hablar cada vez que la veía, no solo porque era lindísima, sino, además, porque era mi dentista. Pero esa es otra historia, algo dolorosa, por cierto, porque creo que ya se olvidó de mí... Supongo tendré que abrir otro blog para esas cosas, ¿no? (Esto también es broma, porsiaca: no abriré otro blog).
 
Fuera de bromas, agradezco su preocupación. El cariño se da por doble vía: se emite y se recibe. Yo hago lo que puedo por aquí para llevarles alguito de alegría y robarles una sonrisa (¡ojalá me haya resultado alguna vez!) y para transmitirles un mensaje. Pero su cercanía también me alienta y me expresa su amistad y afecto. Sí, por Internet también puede haber caridad. ¡Tantas cosas buenas se pueden hacer por aquí! Hagámoslas.

miércoles, 20 de junio de 2007

También empieza con k

Se llama Karina y leía noticias en un canal nacional de televisión hasta que la sacaron de feo modo por un asunto que a nadie le quedó claro (por lo menos, a mí no).
 
Se llama Karina y me dejaba alelado cada vez que la veía narrar noticias en ese canal nacional de televisión. A veces prendía el televisor mientras comía tan solo para verla, y reconozco que jamás supe qué decía acerca del Gobierno, de los políticos, de los problemas del día y demás bobadas de las que se habla en un noticiero. No. Yo solo miraba las cosas importantes. Solo la miraba a ella. Guapísima.
 
Se llama Karina y me la encontré en la escalera.
 
Algunos saben que, por ciertas cosas de la vida, estoy trabajando temporalmente en cierto lugar mientras reemplazo a una persona. (Algunos saben, además, que de vez en cuando dicho trabajo es demoledor, y esa es la razón por la cual casi ni actualizo el blog últimamente: me deja sin cabeza para casi nada más).
 
Pues bien, el jueves de la semana pasada, mientras subía a almorzar, una chica muy guapa bajaba las escaleras. Nos cruzamos. No recordaba haberla visto antes, y me quedé gratamente sorprendido. Pero ahí quedó la cosa y yo seguí mi camino. Anocheció. Amaneció. Día primero.
 
Al día siguiente, al final de la jornada ---y agónico de cansancio---, lo que quedaba de mí subió a la cafetería por un brownie  antes de ir a casa. Y, nuevamente, la misma chica bajaba las escaleras conversando con otra. Esta vez la miré un ratito antes de seguir mi camino. Una intuición nacía en el fondo de mi mente. Sin embargo, todo quedó ahí. Anocheció. Amaneció. Día segundo.
 
El lunes, nuevamente a la hora del almuerzo, mientras devoraba un delicioso pedazo de pollo que me mandó mi mamá, súbitamente recordé la intuición del viernes y se hizo la luz en mi interior. Casi me atraganto de la impresión. Casi grito. Casi me ahogo. Se preocuparon los compañeros de trabajo que almorzaban conmigo.
 
---¡Kike, tranquilo!
---¿Todo bien?
---¡Cof, cof! Ejem... Nah, no pasa nada. Oigan, una pregunta: ¿de casualidad Karina B... trabaja aquí?
---Sí.
---¿Quién? ---preguntó una amiga.
---Karina B...
---¿Y quién es esa?
---¿La del noticiero?
---Sí, la que botaron del canal tal.
---Ese canal hace veinte años era malísimo, ¿te acuerdas? ---terció algún desubicado.
---Pero ¿trabaja aquí?
---Sí. ¿No viste que cuando llegamos justo terminaba de almorzar y se iba?
 
Todos la habían visto menos yo: precisamente subí tarde ese día, y al oír la noticia de que me perdí de verla se me quitó el hambre.
 
Anocheció. Amaneció. Día tercero.
 
Se llama Karina y hoy martes, mientras almorzaba con la gente del diario, se le ocurrió asomarse a la cafetería.
 
¡Oh, maravilla de maravillas! ¡Oh, sorpresa de sorpresas! ¡Oh, bendición del destino! ¡Oh... guau!
 
Se llama Karina y... eh, ejem... ya averigüé su número de anexo.
 
¿Me hará caso? ¿Se dará cuenta de que somos el uno para el otro? Por lo menos ya tengo un punto de apoyo: su nombre también empieza con K. Empezaré por ahí. Fijo que cae.
 
Fuera de bromas, la belleza de la naturaleza y de los demás elementos de la creación que vemos a nuestro alrededor nos hablan de la belleza de Dios. Como dice san Pablo, ya la propia perfección de las cosas creadas es suficiente medio como para deducir que Él existe (Rm 1, 20). Y cuando nos encontramos con algo tan bonito como un bello atardecer, un paisaje impresionante, la inmensidad del mar o una mujer hermosa, un mismo sentimiento brota de nosotros: algo nos mueve, nos toca, nos remece. Yo creo que es el eco de otra belleza, anterior, original, tal vez no conocida, es cierto, pero que nuestro interior intuye y reclama por haber sido modelado a imagen de Dios. ¿Recuerdan la frase de Van der Meer que cité el otro día? Tan solo mirar alrededor hace que la siga afirmando.
 
Con razón dice la Escritura de cada cosa que terminaba de crear el Todopoderoso: "Y vio Dios que era bueno". Vio que era bueno. Como Karina.
 
 
P. S. Ehhh... disculpen, una preguntita: con todo esto de la igualdad de género, del lenguaje no discriminativo, de la corrección política y todas esas bobadas: ¿deberé escribir también una entrada sobre algún chico guapo y decir que me gustó para equilibrar la cosa y que nadie se sienta ofendido? ¿Y si no me gusta ninguno? Si alguien piensa así, por mí se puede ir al... bueno, al trabajo (dejémoslo así, para que rime).

martes, 5 de junio de 2007

A veces es mejor de luto que de fiesta

Nota de redacción
Antes del post de hoy, quiero detenerme un momento para agradecer los innumerables mensajes de ánimo y aliento de mis (cuatro) lectores. Con delicadeza, finura y mucho cariño, me alentaron a escribir y me demostraron que hay quienes leen esto (¡gracias, mamá!).  Quiero decirles que me conmovió mucho aquella amenaza de muerte que alguien colocó bajo la puerta de mi cuarto. Y cuando uno de mis perros apareció decapitado en la entrada de mi casa con una nota que decía: "Escribe, o será peor" (por cierto, señor vándalo: esa coma sobra), llegué a las lágrimas: hay gente a la que le importa este pequeño blog. ¡Gracias totales!
 
Ahora sí, vamos a lo nuestro.
 
***
 
---¡¿Quién rayos es Olguita?! ---tapé el auricular lo mejor que pude e interrogué con furia a mis compañeros.
 
Estamos en noviembre de 1999. Son las 2 de la tarde. Dentro de apenas cuatro horas tendrá lugar una ceremonia de confirmación en la capilla en la que trabajo. Cerca de sesenta chicos y chicas se confirmarán, y quienes los hemos preparado durante todo este tiempo estamos como loquitos de un lado al otro ultimando los detalles. Por eso, precisamente porque hemos estado como loquitos toda la mañana, ahora A.,  J. y yo procuraremos tener un momento de tranquilidad durante el almuerzo, a ver si así recobramos algo de paz.
 
Ah, paz...
 
Claro que una cosa son las intenciones, y otra, la realidad, porque no pasaron cinco minutos desde que comenzamos a comer unos ricos tallarines cuando sonó el teléfono. De inmediato A. y J. se volvieron para mirarme. Saben que me revienta que suene el teléfono mientras como, y saben también que mi particular manera de aguantar el estrés (incapacidad, dirían otros) me ha puesto al borde del abismo. Entonces saben que al contestar el teléfono habrá espectáculo.
 
---¡Aló! ---dije en lo que sería el equivalente a colgar el teléfono de un manazo, pero al revés, o sea, contestándolo.
---¿Aló? Buenas, joven. ¿Podría hablar con algún chico de la confirmación? ---era una señora con una de esas voces que tienen el tono preciso y la nota justa para colmarte la paciencia simplemente con el saludo.
 
Mi cara debía revelar, seguramente, todos mis esfuerzos por contenerme, porque A. y  J. ya comenzaban a sonreír.
 
---Buenas tardes, señora. Me llamo Enrique. Soy uno de los catequistas ---dije lo más calmado que pude.
---Ah, buenas, joven. Habla la mamá de Olguita.
 
Genial, lo que faltaba: otra persona más con el complejo del inconfundible.
 
---¡¿Quién rayos es Olguita?! ---fulminé a mis compañeros como si ellos tuvieran la culpa.
 
Con caras de extrañeza que eran para filmarlas, A. y  J. se miraron un instante. Pero no mucho: luego se volvieron a verme para seguir divirtiéndose; total, esto apenas comenzaba. Debí cobrarles entrada.
 
---¿Joven? ¿Está ahí?
---Sí, señora. Usted es la mamá de Olguita.
---Sí, joven.
---...
---Ay, joven, qué bueno que lo encuentro. Es que quiero hacerle una consulta, joven.
---Mmsssí, dígame...
---Joven, ¿puede Olguita ir hoy a su confirmación con un vestido negro, joven? ¿Hay problema con eso, joven?
 
¡Vaya, lo que faltaba: dilemas existenciales de última hora!
 
Se lo conté a A. y a J. Casi se atragantan entre bocados de tallarines y carcajadas. No, ninguno de ellos quería estar en mi lugar. No, ninguno sabía si había problemas en que Olguita usara un vestido negro.
 
---Ehhh... señora...
---Mire, joven, lo que pasa es que Olguita quiere usar el vestido negro, joven...
---Entiendo, señora, mire...
---... y yo no sé, joven...
---...sí, señora, mire...
---...no sé si debe usarlo. Yo le digo que use el blanco, joven...
---Sí, señora... Ehhh... ---¿Había oído bien?--- ¿Tiene un vestido de color blanco?
---Sí, joven.
 
¡Jo!, ¿y para eso me molestaban el almuerzo?
 
---Bueno, señora. Entonces no se haga problemas: que use el blanco.
---Bueno, no es blanco, joven; es perla...
 
A. y  J. estaban que no podían más de la risa. En cualquier momento se caerían al suelo con platos y todo.
 
---Bueno, señora, blanco o perla no importa: que use ese.
---Sí, pero Olguita quiere el negro, joven...
 
Esto empezaba a rebasar mis límites. Si la señora decía "joven" una vez más...
 
---Mire, señora, entonces no nos hagamos problemas. Que use el negro...
---Sí, pero ¿estará bien, joven?
---¡No lo sé, pero que use algo!
---Es que, ¿sabe, joven...?
 
A. y  J. ya habían dejado de comer. Por prudencia, ¿vio?, no fuera que se murieran de asfixia: el ser humano no puede reír y comer a la vez.
 
---Señora...
---No, es que, ¿sabe qué pasa, joven?
---Dígame, señora... ---suspiré.
---El vestido blanco de Olguita tiene un escote.
 
Ah, un momentito: eso era otra cosa. Por fin hablábamos claro.
 
---Perdón, señora, ¿cómo dice? ¿El vestido blanco tiene...?
---No es blanco. Es perla, joven...
---¿...el vestido perla tiene un escote?
 
El amigo A. desciende de chinos. Si normalmente los ojos no se le ven, ahora que se reía tanto juro que le habían desaparecido.
 
---Sí, joven, tiene un escote. Por eso yo le digo que vaya con el negro, joven, pero no sé si esté bien, joven.
---Mire, señora, hagamos algo: que se ponga el vestido negro y que...
---Pero es negro, joven...
---¡No importa!
---¿Perdón?
 
J. tuvo que salir de la habitación a respirar : con tanta risa se estaba ahogando. 
 
Por mi parte, cambié de táctica y me puse dulce.
 
---Quise decir que no se preocupe, señora. Mire, dígale a Olguita de mi parte que puede usar el negro, que no hay ningún problema. Es mejor que use el vestido negro a que use el blanco...
---Perla...
---...el vestido que tiene escote. No es lo más apropiado.
---Bueno, joven, entonces está bien, joven. Muchas gracias, joven.
---De nada, señora.
 
Volví a terminar de almorzar mis tallarines fríos. Y lo hice solo, porque A. y  J. habían ido a escupir todo lo que se habían atragantado entre las carcajadas y el llanto por tanta risa.
 
***
 
---Ya sé quién es Olguita ---sentí una mano en mi hombro y una voz en quedita al oído.
 
Son las 5:45 de la tarde. La confirmación está a punto de comenzar, en apenas quince minutos. Seguimos en las correrías de aquí para allá y de allá para acá. Yo con las justas pude tener tiempo para ponerme el terno* y estar listo. Ahora, faltando quince minutos, parecía que ya por fin teníamos todo bajo control.
 
Bueno, casi todo. El amigo A. se me acerca discretamente, se asegura de que nadie lo vea y me dice en secreto:
 
---Ya sé quién es Olguita.
 
Digamos que con todo lo que pasó en la mañana lo último que quiero es conocer a Olguita. No me muero de la curiosidad, y así se lo hago saber a A. con mucha amabilidad. Ehh... no puedo reproducir esas palabras aquí.
 
---Sí, ya sé ---insistió---. Pero tienes que verlo. Ahora entenderás lo del vestido. Te vas a morir.
 
Así que me dejé llevar por A. unos metros más allá, hasta la entrada de la capilla. Y entonces la vi. A Olguita, digo. Y también vi el vestido.
 
Como es obvio, querido lector, no me morí al ver lo que vi: le falló el horóscopo a mi amigo.  Sin embargo, cuánto hubiera deseado que no le fallara. Porque lo que vi hizo que se me revolvieran las tripas de cólera, pero también que me ahogara de la risa. ¡Gracias a Dios que me reí, porque si no allí mismo hubiera corrido sangre!
 
¿Y qué cosa vi? Pues vi a la susodicha Olguita. Efectivamente, había venido enfundada en un largo vestido negro. Y el vestido negro ---hay que reconocerlo--- era elegante y no tenía ningún escote raro ni pervertido en el pecho. El problema estaba abajo. El problema era que el vestido negro de Olguita tenía una larguísima abertura en la pierna derecha, que le corría desde el tobillo hasta seguramente medio centímetro debajo de la ropa interior... si es que llevaba alguna, pues con una abertura tan larga y que mostraba tanto, a todos nos quedó la duda. Y ninguno de nosotros, por cierto, quería salir de ella.
 
Dios, ¿se imaginan cómo sería el vestido blanco? (...perdón: perla).
 
Fuera de bromas, ¡hombre!: las cosas de Dios y los lugares santos exigen un mínimo (un máximo, diría yo) de respeto. Démoselo, pues.
 
 
* Terno : típico vestido elegante masculino para ceremonias y ocasiones formales en el Perú. En otros países: traje.