viernes, 29 de setiembre de 2006

Noblesse oblige

No. Para los que se preguntan si por fin subí una foto mía a este blog, lamento decirles que aún no ha llegado la hora. El que sale aquí no soy yo. Yo uso anteojos y mi barba no es tan tupida.

Este Toby, el perro de la familia; aunque cuando en casa hace alguna travesura y estamos todos molestos, le llamamos Tobías. Pero da lo mismo, porque en esos casos nunca se aparece para dar la cara. Toby tiene 14 años ya, y en realidad está bastante bien conservado para su edad. Salvo su inexpugnable sordera, hace todo lo que hacía hace diez años: corre, trota, huele, se queja y, sobre todo, duerme. Porque Toby duerme como si se le fuera la vida en ello. Duerme como si tuviera una oportunidad única que no pudiese recuperar jamás; como si alguien le hubiera dicho que en el Cielo de los perros no se duerme nunca. Por eso creo que Toby aprovecha para dormir en la tierra todo lo que no podrá dormir en el Cielo.

Y ese invariable hábito de mi perro lo hace, por cierto, bastante inútil para guardián. Obviamente, cuando recién llegó y vio que había que impresionar a los dueños, algo ladraba cuando veía a algún extraño. Pero una vez que comprobó que tenía asegurados un plato de comida y un sitio caliente para dormir, dio por concluida esa etapa de su vida. Y reveló su verdadera vocación: supervisor. Él mira de lejos todo lo que pasa. Cuando joven, acercaba su hocico curioso a cuanto asunto se desarrollaba en casa: nos miraba ver televisión (era gracioso ver al único miembro de la familia que en vez de mirar la televisión miraba para el otro lado), nos miraba comer, nos miraba discutir... Todo le suscitaba una profunda curiosidad, y siempre se acercaba dignísimo a ver qué pasaba. Catorce años después creo que ya se acostumbró a nuestras actividades y ya descubrió de qué se tratan todas. Nuestra vida ya no tiene misterios para él. Así que ahora ni siquiera se levanta de su cama. Cuando por ventura se da cuenta de que estamos haciendo algo, simplemente levanta una ceja y con uno de sus ojos supervisa un momento. Tal vez luego su memoria recuerde que esa actividad nuestra ya la vio antes, y que ya la tiene clasificada. Entonces vuelve a cerrar el ojo y baja la ceja. Y sigue durmiendo. No hay nada que hacer: para nada perro guardián.

El perro del vecino, en cambio, tiene un nombre un poco más viril. Se llama Yago (sí: Yago). Es un perro negro, grande y de aspecto fiero, si bien cuando uno lo trata le descubre una bondad de esas que hay pocas. Y es que Yago intimida, pero cuando lo conoces, descubres que te cae muy bien. Y hasta te das cuenta de que es un perro noble.

Y a eso iba: desde que hace cosa de un año se metieron a robar aquí en casa ---y luego de ver la inutilidad del ejemplar que teníamos por guardián---, Yago decidió tomarse el trabajo de cuidar no solamente la casa en la que vive, sino también la nuestra. Digamos que nos adoptó. No lo sé, lo imagino seguramente viendo a mi perro luego del robo ---absolutamente anulado a un costado--- y moviendo su enorme cabeza negra de un lado al otro: "Ay, ay, ay... Si tienen a ese enano por guardián, tendré que hacerlo yo". Y desde ese día Yago cuida su propia casa y la nuestra. Cada vez que alguien entra o sale de mi casa se escuchan unos pasos como golpes de tambor en la galera de un barco vikingo. Es Yago que se acerca corriendo por el techo de la casa vecina: llega al borde y se queda mirando la nuestra, a ver quién entra o sale. Mira un rato, atentísimo (a ver si le tomo una foto un día para que vean que de verdad mira con atención), y luego de comprobar que todo está en orden, se va tranquilo, caminando imperturbable (sí, porque si es alguien que no conoce comienza a ladrar como para llamar a fin del mundo). A veces le hago un saludo militar para fastidiarlo. Me mira con gesto grave y luego se da vuelta y regresa a cumplir sus demás deberes. Vaya perro. Solo le falta tocar el pito, tipo sereno, para decirnos que todo está en orden.

Fuera de bromas, cuando uno ve a Yago y el trabajo que se toma en cuidar una casa que no es la suya, uno llega a interpretar su gesto como solidaridad. Porque uno siente algo dentro. Tanto que ya nosotros nos sentimos medio que en deuda con él. Estoy seguro de que si algún día le pasara algo, mi familia pondría plata para llevarlo al veterinario. Con decirles que mi papá de vez en cuando le tira un pan o algo para comer...

Y es que la solidaridad mueve en nosotros fibras bastante profundas. Y por una razón bastante sencilla: la solidaridad es una forma de amor, y nosotros hemos sido creados para el amor. Saquen cuentas: hemos sido creador por un Dios que es tres personas, tres personas que se aman todo el tiempo. Y como hemos sido creados a imagen y semejanza de esa comunidad de amor, es obio que para realizarnos tenemos que amar de la misma manera. Para más inri, los que hemos nacido en una cultura cristiana tenemos una razón más para dar un respingo cuando nos topamos con una experiencia que nos habla de solidaridad o nos la exige. Y es que en algún lugar del corazón sabemos que Alguien fue solidario con nosotros hasta el extremo de la cruz. Y eso conmueve a cualquiera.

Hay un viejo proverbio francés que alguien me explicó como medieval: noblesse oblige 'nobleza obliga'. La nobleza lo obliga a uno a actuar así, solidariamente, compasivamente, amorosamente. Me refiero a la nobleza de nuestro origen.

Yo no sé del perro del vecino, pero nosotros sí que podemos vivir la solidaridad. Y tal como va el mundo hoy, ¡a cada momento!

Les cuento que el proyecto de la Caja del Amor, del que hablé el otro día, está avanzando y creciendo. Luego de analizar la realidad de Cerro de Pasco, nos hemos trazado la meta de llegar a 200 familias. Sí, leyeron bien: 200 familias. Eso es mucho, pero no tanto como para ayudar a todos los que quisiéramos. Cerro de Pasco es una región muy golpeada.

Sin embargo, algo podemos hacer. Los invito a colaborar a quienes aún no se deciden. Simplemente manden un correo aquí, o escriban a la dirección del perfil. Ayúdennos a que esta Navidad sea distinta para una de esas familias. Recuerden que, como dijo san Pablo (y no sé qué boxeador famoso): "Hay más alegría en dar que en recibir".

domingo, 24 de setiembre de 2006

La maestra de las notas

El otro día contaba cómo mi mamá es una experta en el género "notístico", oséase, en el de escribir notas caseras: ya saben, esas notas que uno deja en la puerta de la cocina o en el refrigerador, del tipo "Fulanito, dale de comer al perro" o "Mañana vence la cuenta del teléfono" o "El plato de sopa es para Zutanito: no se lo coman". Cosas así. Incluso puse un nuevo ejemplo de ello hace poco.
 
Pues bien, mi mamá, repito, es una maestra en el género. Y me vino a la mente un ejemplo de hace muchísimo tiempo. Tenía creo que trece o catorce años (yo, no mi mamá), y estaba en segundo de secundaria. Acabábamos de comprar el día anterior un horno microondas. Ya nos imaginan a todos en casa aquella noche, felices con el juguete nuevo, yendo y viniendo frenéticos de aquí para allá: mi papá jugando a calentar ---y quemar, todo hay que decirlo--- panes en diez segundos; una de mis hermanas buscando en el refrigerador más cosas para calentar; la otra echándole compulsivamente mantequilla a quinientos panes para luego derretirla ahí; yo leyendo el manual de instrucciones en la parte que dice "Advertencias", no fuera a ser que un masivo sobrecalentamiento de panes con mantequilla generase una catástrofe de dimensiones cósmicas; y mi mamá dirigiéndose alternativamente a uno u otro con advertencias del tipo "Eso da cáncer" o "No quiero que lo usemos más de lo necesario" o "¡Cuánta electricidad jalará este aparato!" y cosas así. Ya saben: mamá. Pero al final creo que la convencimos medio a regañadientes de usarlo (y, bueno...), a pesar del cáncer, de la electricidad y de cuanta cosa más.
 
Y la prueba es que, precisamente al día siguiente, en mi lonchera escolar mi linda madre me había dejado una sorpresa. Siempre llevaba yo de lonchera lo mismo: un puñado de la comida del día metido en un envase térmico y un poco de agua de manzana, té frío o cualquier cosa parecida. Ese día, sin embargo, a la hora del refrigerio, sentado ya con mis amigos de siempre para almorzar, abrí mi lonchera con emoción, pues hacía hambre, como decimos por acá. Y procedí a abrir el dichoso envase térmico con verdadera fruición: me relamía los dientes. Y cuál no sería mi sorpresa cuando dentro encontré un pedazo de algo que parecía haber sido alguna vez un pollo, y un poco de arroz. El pollo estaba negro, empequeñecido y ralo, y además, más duro que mi corazón. Y encima de todo eso había una nota, un pequeño post-it  recortado, metido ahí, encima del pollo. Lo tomé con cuidado, pues estaba algo grasoso, y pude leer esta obra maestra de mi madre:
 
Este pollito es mi primera
experiencia con el microondas.
Compréndeme.
Tu mamá
 
¡Ja, ja, ja! ¡Y luego quieren que uno no quiera a la señora! ¡Ja, ja, ja! Recuerdo haber guardado esa nota por años en una cajita, a ver si algún día podía hacerme famoso con ella.
 
Fuera de bromas, el humor es parte importantísima de la convivencia entre seres humanos, y especialmente de la convivencia familiar. Son este tipo de cosas ---anécdotas sencillas, casi intrascendentes--- las que hacen que la vida en común de tres o más sujetos sea no solo tolerable, sino hermosa y memorable (han pasado quince años desde eso y todavía me acuerdo de las palabras exactas de la nota).
 
¿Qué de cosas como esta no habrá habido en la Sagrada Familia? Porque ha debido de haber sus cosas ahí para que el Maestro nos saliera un tipo tan gracioso como era. ¿A que no? ¡Claro que sí! A veces uno se cree que la Biblia es un libro aburrido y muy solemne, y que Jesús era algo más parecido a un maestro de ceremonias que a un maestro de vida, que eso es. Pero nada que ver. Basta leer el Evangelio con más cuidado para darse cuenta de que tenía su humor. Como en aquella ocasión en que después de resucitado decide por un ratito agarrar de boba a la pobre María Magdalena, y por un instante le hace creer que es el jardinero del huerto (Jn 20, 11-16). O como cuando al enterarse del tremendo carácter que tenían los hermanos Juan y Santiago ---de sus preferidos---, les pone de apodo los hijos del trueno (Mc 3, 17), ¡ja, ja, ja! Y respecto a lo del tremendo carácter, compruébenlo dándole una miradita a ese pasaje en el que, tras haber sido rechazados olímpicamente en una ciudad en la que buscaban posada para Jesús, fueron donde el Señor indignadísimos a decirle: "Maestro, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?" (Lc 9, 51-56). ¡Ja, ja, ja! Ese día el Señor les tuvo que dar su coscorrón (v. 56) ¡Y, claro: díganme si no, si eran tal par de joyitas! ¡Ja, ja, ja!
 
El humor es cosa importantísima, y hay que cultivarlo. Y digo bien, señores, porque si bien algunos nacen con esa cualidad, otros pueden alcanzarla como virtud, cultivándose y esforzándose por tener buen humor y hacerlo tener a los demás. El Maestro era (y es) un tipo gracioso, creo yo. Y la Biblia también es un libro divertido en varias ocasiones. Ya volveremos sobre esto más adelante. Por lo pronto, ya quisiera yo ver qué tipo de notas escribía la Virgen María en su propia casa.

miércoles, 20 de setiembre de 2006

De celebraciones, cariños familiares y luchas

La primera persona en saludarme el día* de mi cumpleaños (después de la amiga Lula) fue mi hermana, que cuando me desperté se encontraba planchando en el cuarto que está al lado del mío. Un abrazo, un beso, un que Dios te bendiga y un voy a rezar por ti. Luego, mientras continuaba mi viaje hacia el primer piso, recibí mi segunda salutación, esta vez de manos de mi madre. Y no, no porque me la haya encontrado feliz y radiante, lista para darme un abrazo de aquellos... sino porque me dejó una de sus notas. Ya hablé antes de que mi mamá es una maestra en el género notístico. Y esta vez, esto fue lo que me dejó a manera de salutación mañananerocumpleañera:
 
Kike
- Las ollas no me las dejes sucias en las noches,
las necesito en la mañana.
- No te olvides de la arrocera.
- La maleta grande la guardas arriba.
- Sacas la basura general y la del baño.
 
Sí, así me tratan, ¿han visto? ¡Ja, ja, ja! Mi mamá no perdona. Aquello de la maleta es porque mi hermana menor se fue de viaje y nos dejó un zafarrancho de maletas descartadas antes de irse. Luego mi madre me encontró por allí, y ahí sí fueron el beso, el abrazo y más bendiciones "pero con mucha salud". Y mientras yo tomaba mi desayuno salió para ir a recoger a los niños que lleva al colegio. Pero un instante después, llamó desde su celular :
 
---¿Aló?
---Aló, ¿Kikito?
---Sí.
---Hay un regalito para ti en el escritorio: ¡unas galletas! ---les juro que gritó emocionada.
---¿Oh, sí?
---Sí, de soda, que es lo único que puedes comer, ¡ja, ja, ja! ---les juro que hubo risa. 
---Ehh... buenooo... gracias, mamá.
---¡Para ti, hijito!
 
Y lo dijo en un tono tan burlón y tan alegre, que ya no pude aguantarme, y yo también reí. No hay nada que hacer : cuando hay cariño, hay cariño, ¡ja, ja, ja!
 
Fuera de bromas, mi cumpleaños fue un día de lucha, entre amargarme un poco por seguir medio enfermo del estómago y alegrarme por tantas bendiciones que hay en mi vida, de las cuales el cariño que recibí de mucha gente por medio de sus saludos ---entre los cuales se cuentan los de los pocos lectores de este coso--- es algo de lo más caro a mi corazón. Fue un día de lucha, digo. Pero el humor es un arma poderosa, porque ayuda a aligerar la lucha, y a sonreír con Dios. Bendito sea Dios por el humor. Y de él tiene mucho (ya volveré sobre eso más adelante).
 
Lucha, lucha, lucha... ¿Pero acaso no es la vida del hombre sobre la tierra una milicia? Y eso no lo dije yo (denle una mirada a Jb 7, 1). Ya ven que ni en el cumpleaños se salva uno.
 
 
* Y es que dos de mis tías mías se adelantaron por error una semanita, je, je...

lunes, 18 de setiembre de 2006

De hecho discutieron allá arriba

(Decoración: Una oficina. Por las ventanas se ven nubes y el cielo azul. Hay tres escritorios, llenos de papeles desordenados y útiles de oficina. Montañas de expedientes por aquí y por allá. Un archivador, un ventilador de pie, una cafetera y algunas tazas. Una pizarra de acrílico con algunas anotaciones: "São Paulo", "Madrid", "Ojo con el asunto de Israel". Dos personajes conversando, cada uno en un escritorio).

 

ÁNGEL 1: ¡Aquí está! (Saca un expediente de entre una montaña de ellos). Y aquí puedes ver lo que te digo: el plazo se le venció ayer.

ÁNGEL 2: (Se coloca un par de anteojos y revisa el expediente). Hmmm... Tienes razón. Justo, a las 11:59. Desde hoy está en horas extras, ¿no?

ÁNGEL 1: Y ya sabes las reglas. Toca recogerlo.

ÁNGEL 2: Pero ¿siguieron el protocolo hasta ahora? ¿Le mandaste señales, signos, pruebas, mensajes? ¿Le dijiste que se convirtiera?

ÁNGEL 1: ¡Y, sí! ¡Hicimos todo! Le hablamos fuerte y de mil maneras: mientras rezaba, mientras cantaba, por medio de acontecimientos de su vida, por medio del Libro, de la liturgia... Le hicimos conocer gente que valía la pena; algunos incluso están entre nosotros ahora. Le dimos cosas para leer, cambiamos sus amistades, le ordenamos la vida...

ÁNGEL 2: ¿Y ni aun así?

ÁNGEL 1: Míralo tú mismo.

ÁNGEL 2: (Le da una mirada al expediente). ¡Opa! Vaya... Pero ¿y algún sacudón?

ÁNGEL 1: Claro, varias veces. Por ahí en aprovechamos alguna enfermedad, alguna cosa fuerte que pasó así porque sí o porque se la mandó Eldeabajo...

ÁNGEL 2: ¿Y?

ÁNGEL 1: Y, bueno, nada... Al principio como que reaccionaba... Pero luego volvía a las andadas. 

ÁNGEL 2: ¿Y por qué no lo han recogido hasta ahora?

ÁNGEL 1: (Obligando al otro a juntarse a él y bajando la voz). No sé si te deba decir esto, pero...

ÁNGEL 2: ¿Pero...?

ÁNGEL 1: Es que el Jefe vino personalmente a encomendárnoslo.

ÁNGEL 2: (Incrédulo). ¡No!

ÁNGEL 1: Palabra. Es verdad. ¿Recuerdas esa vez en que viajó todo el rato pegado a la puerta del colectivo, y no se había dado cuenta de que estaba mal cerrada?

ÁNGEL 2: Claro que me acuerdo. Y no estaba mal cerrada: estaba abierta. Junta, pero abierta. ¡Y no se dio cuenta el mongo!

ÁNGEL 1: Pues bien: ese día teníamos órdenes de que no le pasara nada. Y la orden... (mira a izquierda y derecha, nervioso) ...vino de Arriba... ya sabes.

ÁNGEL 2: ¿Y él se dio cuenta?

ÁNGEL 1: Sí, al final. Vieras la cara que puso, ¡ja, ja, ja! Se puso a pensar toda una semana, muy conmovido. Dio las gracias y todo...

ÁNGEL 2: ¿Y luego?

ÁNGEL 1: Pues ya viste... Sigue ahí. Bueno, ahora escribe unas cosas en Internet, de vez en cuando. Pero igual, creo que ya es hora. Ya tuvo tiempo, no lo aprovechó, su corazón todavía no es lo que tiene que ser...

 

(Un sacudón súbito. De ser posible, hacer que tiemble la escenografía. La voz que se oirá va en off. Debe ser una voz grave, profunda y cavernosa, con presencia. De ser posible, usar a tres personas para hacer la voz. En su defecto, una voz basta, es lo mismo. Se puede poner sonido de trueno a cada palabra. Los otros personajes miran a una esquina del escenario cuando se oye la voz).

 

JEFE:     ¿Qué hablan?

ÁNGEL 1: ¡Opa! ¡¿Para qué hablas tan fuerte?!

JEFE:     Silencio. ¿Están hablando de quien yo creo?

ÁNGEL 2: Ehh... sí, Señor. Del mismo. Eeeh... Tú le llamas Kike...

ÁNGEL 1: (En voz baja, a su compañero). Le dice Kikito.

JEFE:     Yo sé cómo le digo.

ÁNGEL 1: Sí, Señor, perdón.

JEFE:     Ayer venció su plazo, ¿verdad?

ÁNGEL 1: Sí, Señor... ayer.

JEFE:     ¿Cuánto tiempo lleva en la tierra?

ÁNGEL 2: Veintiocho años, Señor. Hoy empieza el año veintinueve.

ÁNGEL 1: Y no ha dado fruto, Señor.

JEFE:     (Tono pensativo). Hmmm...

ÁNGEL 1: Señor, toca que lo recoja...

JEFE:     Yo sé qué toca.

ÁNGEL 1: Sí, Señor, yo sé que sabe... Yo nada más decía...

ÁNGEL 2: (Dando un codazo a su compañero). Shhh...

ÁNGEL 1: Y, que bueno, que Usted cuando bajó a la tierra dijo aquello de que todo árbol que no da buen fruto, y lo del bieldo y la era...

JEFE:     Yo sé qué dije, Gadreel...

ÁNGEL 1: Sí, sí, yo sé, Señor...

ÁNGEL 2: (Otro codazo al compañero. En voz baja) ¡Cállate!

JEFE:     Ha tenido muchas oportunidades... Le hemos dado mucho... Le hemos hablado de muchas formas distintas... Hemos hecho varias cosas por él... Yo mismo estuve con él varias veces, hablándole...

ÁNGEL 1: Por eso mismo decía, Señor, que...

JEFE:     Pero no. Miren, muchachos, hagamos una nueva excepción con Kike. Tal vez este año sí la haga.

ÁNGEL 1: ¿Señor?

JEFE:     Sí, denle un año más. Sí. Eso quiero. Denle un año más. Yo mismo veré, incluso, de hablarle más. De repente necesita ayuda extra...

ÁNGEL 1: (En voz baja y con tono sarscástico). De hecho la necesita...

JEFE:     ¿Cómo dices?

ÁNGEL 1: Nada, Señor.

JEFE:     Bueno. Así quedará. Denle un año más, y esta vez pondremos más empeño todos . Verán que reacciona.

ÁNGEL 2: Sí, Señor. Así se hará.

ÁNGEL 1: Es un buen chico en el fondo.

JEFE:     Yo sé que lo es. Yo lo creé.

ÁNGEL 1: Sí, Señor... yo no dije que...

ÁNGEL 2: (Le da un codazo a su compañero).

JEFE:     Además, mi madre me ha estado fastidiando todo el día con él.

ÁNGEL 2: ¿La Señora?

JEFE:     Sí. Ella lleva mejor la cuenta, y desde ayer me pidió que lo pensara, que le diera otro año más.

ÁNGEL 2: Lo quiere mucho.

JEFE:     Sí... vamos a ver si a ella le hace más caso que a mí. A veces es así, y ella los termina trayendo. Y vienen felices.

ÁNGEL 1: Sí, Señor, es un efecto casi mágico...

JEFE:     ¡¿Mágico?! (La voz se escucha desconcertada).

ÁNGEL 1: ¡No, Señor! Yo quise decir que...

 

Fuera de bromas, hoy es el cumpleaños de este humilde posteador. Hoy Dios le está renovando nuevamente el contrato, a ver si este año por fin se deja de tonterías, se toma su vida en serio y por fin comienza a hacer lo que le toca para ganar el Cielo. Por lo pronto, recen por él, por favor, para que así sea.

viernes, 15 de setiembre de 2006

Sopa de pollo

Cuando uno a media tarde comienza a sentir como que hace más frío del normal, pero a la vez siente mucho calor dentro de sí, intuye que algo puede ir mal. O eso o que ha tenido un mal día. Pero si luego al día siguiente uno ya tiene tanto frío que se comería diez velas encendidas, y ni aun así siente que mejoraría, entonces comienza a pensar que tal vez algo ande efectivamente mal. Y si durante todo el día se ha sentido tanto movimiento intestinal como para temer que nos busquen los de la Warner Bros. para hacer la cuarta parte de Alien, ya comienza la inquietud a asomarse un poquito. Y si, finalmente, cuando uno más tarde va al baño siente que está dejando irse todos los órganos internos de una sola vez, entonces ya puede darse el lujo de pensar : "Ajá: creo que algo anda  mal".
 
Pues esta ha sido la historia de este humilde posteador esta semana. Anteayer con una fiebre descomunal, y ayer, en cama casi todo el santo día. Y del estómago... ni hablar. Mejor no lo cuento por respeto al respetable. Solo digamos que si antes ya era flaco, ahora he observado que cuando le hablo a alguien, ese alguien se suele demorar un poco en descubrir quién le está hablando. Pero supongo que mejoraré.
 
La cosa es que cuando uno está así, que con solo ver la comida siente náuseas, que siente que cualquier cosa que coma sería un suicidio, pero que a la vez se muere de hambre, piensa: "¿Y ahora qué haré? ¿Qué será de mí?". Y entonces uno agradece que exista una cosa tal como la sopita de pollo.
 
Sopita de pollo,
sopita de pollo,
que para la comida
eres un rollo...
 
No lo sé. Yo para la poesía no soy muy bueno, ¿vio? Pero de que la sopa de pollo es buena, es buena; no hay duda. Y de que salva la vida, salva la vida.
 
Solo que ahora que se ha convertido en la piedra angular de mi dieta (bueno... en la única piedra), me pongo a pensar en que es un milagro de Dios que exista algo que un enfermo del estómago pueda comer sin que le haga daño. Hasta en eso pensó Dios cuando hizo el mundo, fíjense.
 
Fuera de bromas, ¿se habían puesto a pensar alguna vez en eso, en qué tan perfecto es el universo creado por Dios? ¿Sabían, por ejemplo, que si la Tierra estuviera tan solo un 10% más cerca del Sol, nos quemaríamos? ¿Y que si estuviera un 10% más lejos, nos congelaríamos? ¿Y que si la Luna estuviera un 20% más cerca de la Tierra tendríamos olas de casi veinte metros dos veces al día en casi toda la superficie del planeta? ¿Y que el agua tiene un comportamiento distinto del de los demás líquidos cuando se congelan, lo que permite que en los mares y lagos se congele solo la superficie y la vida siga existiendo debajo de ella? O fíjense en esto: la Tierra es algo así como una gran manzana. La parte sobre la cual vivimos es, en realidad, comparativamente más delgada que la cáscara de una manzana. El resto de la Tierra es, en buena parte, roca fundida, capaz de derretirnos con solo alcanzarnos. Por otro lado, sobre nosotros existen cosas como los rayos ultravioleta, y otras cosas capaces también de destruirnos. Y tanto del calor de debajo de la Tierra como del frío y de los rayos UV nos protege la atmósfera que, por si fuera poco, contiene la exacta proporción de oxígeno ---21%, ni más ni menos--- para permitir que los seres humanos podamos respirar, trabajar, salir con amigos, enamorarnos, reír de los buenos chistes y pasar un tiempo fenomenal. ¿Se habían puesto a pensar en eso?(1)
 
Yo, la verdad, de vez en cuando lo pienso. Y hoy que tomaba mi sopita de pollo en el almuerzo, pensaba en qué perfecto es el mundo creado por Dios, en el que incluso está previsto qué comerá el enfermo que, precisamente, padece de un mal por el que si come, empeora, pero si no, también. No, señores: para esos casos hay algo que se salva de la regla: la sopa de pollo. Bendito sea Dios... y benditos los pollos mártires.
 
 
(1) Datos tomados de Kennedy, James. How I Know There is a God. Citado en "The Universe - A Perfect Design by a God that Cares". Folleto editado por Project Truth. New Jersey: s. d.

miércoles, 13 de setiembre de 2006

Humildad 550 mg

Los que me conocen bien saben que soy un gruñón. Renegón, enfadoso, enojón... no sé cómo se diga en las otras variantes del español. Pero eso es lo que soy. Y, claro, uno se esfuerza por ir cambiando ---con mayor o menor éxito--- confiando en la gracia de Dios. En fin, es una de las cruces que me toca cargar, y tal vez algún día dejar. Pero la cosa es que es así, y no siempre me veo libre de estar calmado en ciertas situaciones. Y una de ellas era la época en que este humilde posteador fungió como sacristán en cierta capilla por mi casa. Y muy especialmente odiaba esa labor los días jueves, en que el padre K. exponía el Santísimo Sacramento y se sentaba luego a confesar, todo desde las 7:00 p. m. hasta las 8:30 p. m.
 
Con toda la franqueza del mundo lo digo: a mí me reventaba tener que alistar las cosas para esta actividad ---sí, hasta ese punto llega el engreimiento humano---. Y me reventaba por una razón muy sencilla: nunca podía tener las cosas a tiempo. Siempre era una correría salvaje en la que terminaba o bien con las justas o bien francamente retrasado. Una desgracia. Empezaba yo plácidamente, con tranquilidad, preparando las cosas para que la gente pudiera encontrarse con Dios; o sea, sobrenaturalizando mi trabajo. Lindo, ¿vio? Pero al final terminaba hecho una huaraca, a mil por hora, intentando simplemente tener las cosas listas y punto.
 
¡No saben cuántas cosas me inventé!: métodos, técnicas, cambios de horarios, pedir ayuda... La cosa es que a veces nadie podía ayudarme, y era el dolor de cabeza completo. Incluso me preparé una lista de acciones que debía cumplir para preparar las cosas, con tiempos incluidos. Sí, así de increíble:
 
-- De 5:45 a 5:50: pasar trapo limpio para sacar polvo del altar.
-- De 5:50 a 5:53: poner mantel blanco para el altar.
-- De 5:53 a 5:55: encender las velas para que se vaya reblandeciendo la cera. Luego: refilar (ver más abajo).
-- ...
 
Cosa curiosa: esa lista, que preparé para mí hace seis años, y tenía prendida con alfileres en el corcho de la sacristía, aún está ahí, y le sirve al actual sacristán que contrataron (luego de que vieron que contar con un voluntario era un total fracaso, je, je...).
 
La cosa es que a pesar de todos mis esfuerzos no llegaba a tener las cosas listas. Sin embargo, un milagroso día ocurrió. Yo no podía creerlo. Las lágrimas casi casi salían de mis ojos cuando a las 6:55 p. m. todo estuvo ya listo, a diferencia de las veces anteriores. ¡No cabía en mí de la sorpresa! Y entonces viene el padre K., se reviste, y sale a exponer el Santísimo, y luego se sienta a confesar. Muy satisfecho, salí de la sacristía, recé un ratito y me fui a hacer mis otras cosas.
 
Tal como decía mi horario, a las 8:10 estuve de vuelta en la sacristía. La exposición debía terminar 8:25. Normalmente a esa hora el padre K. se levantaba del confesionario y volvía a la sacristía por la capa pluvial y el paño de hombros, y  salía para el rito de reserva. A las 8:30 todo concluía, y se iba a su comunidad a comer mientras yo me quedaba ordenando las cosas... lo más rápido posible ---para variar--- porque tenía mil cosas que hacer.
 
Ese día sin embargo, el del cumplimiento perfecto de mi horario, el padre K. se comenzó a demorar. A las 8:25, al ver que no salía del confesionario, se encendió en mí la luz de alarma. Yo, por supuesto, ya tenía las cosas listas, y no concebía que me pudieran malograr mi día perfecto. Pero eran ya las 8:28 y el padre no terminaba de confesar. ¿Debía ir a pasarle la voz? ¿Se daría cuenta por sí mismo? Yo me impacientaba en la sacristía, pensando en la infinidad de cosas que tenía para hacer esa noche, cuya lista empezaba con la odiosa tarea de guardar todas las cosas que yo mismo había puesto un par de horas antes. Me desesperaba.
 
A las 8:30 el padre K. aún no volvía a la sacristía. Yo, que había estado ligeramente fastidiado, ahora estaba al borde de la furia. ¿Es que este cura no tiene consideración? ¡Claro, él se va a comer: pero no sabe la cantidad de cosas que tengo que hacer yo! ¡Qué tal raza!
 
A las 8:35 aún no llegaba. Y ahora sí que yo estaba en mi fase destructora. Ya vería cuando viniera. De todos modos le haría notar el asunto. Esto no se quedaría así: ¡me estaba malogrando mi día perfecto, el único día en que cumpliría mi horario!
 
A las 8:37 (lo recuerdo claramente) se apareció el cura en la sacristía. Con cara tranquila, plácido. ¡Y no: para nada apurado! Yo, por supuesto, ya había puesto mi carita aquella; algunos me la conocen. De pronto, mientras dejaba su breviario en la mesay se sacaba la estola morada, me preguntó sin mirarme, como quien no quiere la cosa:
 
---¿Qué hora es?
 
¡Ajá! ¡Ahí está! ¡Tu conciencia culpable te acusa, cura!  Lo sabía: eras consciente de la demora.
 
Yo no perdí tiempo, y le dije con cierto placer:
 
---Ocho y treinta y siete. ---Y me detuve a ver su rostro, a ver qué decía.
 
Y, sí, hubo una reacción. Abrió los ojos un poquito más, hizo de su boca un cero (así "0"), y movió los ojos hacia arriba, como un niño a quien lo sorprenden haciendo una travesura y sabe que lo único que le queda para evitar la masacre es hacerse el simpático:
 
---¡Ups, creo que se nos pasó la hora!
 
¡¿Que cómo dijo?! ¡¿Que se "nos" pasó la hora?! ¡Ah, no...! ¡Eso no! ¿Conque echándome la culpa a mí de que a él se le hubiera pasado la hora? ¡Eso sí que no! Este iba a ser mi día perfecto, y él lo arruinó, y ahora me venía con que también a mí se me pasó la hora? Eso sí que era el colmo de la desfachatez, y no lo íbamos a permitir. "¡Sacristanes del mundo, uníos!".
 
De inmediato levanté una de mis cejas, entorné un poco los ojos, ladeé la cara, y mirándolo con el rabillo del ojo, le dije con el tonito de voz que se pueden imaginar:
 
---¿Se "nosssss" pasó la hora, padre? Yo estuve aquí a tiempo...---y lo dije haciendo un énfasis descomunal en aquel "nos", dejando que la ese se prolongara en el espacio y formara como una serpiente que trepara de mi boca hasta su oído. Le tenía que quedar bien clarito.
 
Sin embargo, el que no entendía nada era yo. Porque su respuesta fue como un balde de agua fría. El perfecto cachetadón sin sangre:
 
---Sí, se nos pasó la hora: al Señor y a mí.
 
Y mientras el padre K. se terminaba de revestir para reservar, yo ---pequeñito y miserable--- buscaba desesperado la grieta más cercana para que la tierra me pudiera tragar sin más trámite.
 
Fuera de bromas, en serio que la humildad es una gran virtud. La humildad no consiste en humillarse o tirarse barro ante los propios méritos. Eso no sé qué es, pero de humildad no tiene nada. La humildad es andar sencillamente en la verdad sobre uno mismo. Es reconocer quién soy, con mis limitaciones y defectos, pero también con mis virtudes y cualidades. Es eso: la verdad purita sobre mí, sin disfraces ni tapujos. Es conocerme profundamente y mostrarme de ese modo a los demás, sin tener que ocultar nada ni a mí mismo ni a nadie, sin avergonzarme de nada, pues ya asumí que soy así, repito, con virtudes, cualidades, defectos y limitaciones.
 
Como toda virtud, es meta y camino a la vez: no se consigue de un día para otro.
 
Dicen que la humildad es el Bactrim de la vida espiritual porque cura todas las dolencias del espíritu, je, je... Y debe de ser así porque, efectivamente, sirve para todo. Hagan la prueba. Ese día recibí una fuerte dosis, claro está. Pero lo bien que me hizo. El inocente padre K. ---no tan inocente a veces--- me hizo ver con ternura, a la vez que con claridad y crudeza, quién era el centro de todo aquello: yo no trabajaba ni para mí ni para mi horario, sino para que el dulce Señor Jesús se pudiera encontrar con la gente que iría a verlo, en el confesionario y en la custodia. Ese día me devolvieron a mi sitio. Y qué bien que se sintió... aunque un rato después, claro.

viernes, 8 de setiembre de 2006

Tragedia cósmica en dos actos

El otro día hablaba aquí de las ocurrencias de los niños. Y eso me hizo recordar algo que me pasó hace tiempo. Recuerdos, recuerdos, recuerdos...
 
[1]
 
Un viernes de julio, 1999. Doce del mediodía. Salón de clases de cuarto grado de primaria. Cinco carpetas, pizarra, pupitre para el profesor y una puerta. Cinco niñitos se ocupan en distintas tareas. Bueno, en realidad, están ocupándose en distraerse, que es más o menos lo que han hecho todo el día. Solo que ahora sin remordimientos, porque es la hora del recreo, después del almuerzo. Cáscaras de naranja por aquí, por allá; envolturas de galletas, cajitas de refrescos... El joven profesor está sentado en su escritorio... concentradísimo en su tarea de latín. En la tarde tendrá clases en la universidad.
 
---¡Profesor, Daniel está llorando!
 
Kike levanta la cabeza. Le toma tiempo darse cuenta de dónde está. Pero, de pronto, el Imperio Romano cae hecho pedazos ante sus ojos, como un espejo que se rompe, y solo queda el rostro de Rosario, los ojos abiertos como platos, preocupadísima.
 
---¡Profesor, Daniel está llorando!
 
Sí, sí, ya había escuchado. Kike se levanta. ¿Qué habrán hecho ahora? Por lo menos una vez a la semana era la misma historia. Y, bueno, son niños...
 
Se acerca cautelosamente. Sabe que a los diez años de edad el "Fulanito está llorando" puede significar tranquilamente que a Fulanito le han sacado el ojo o le han volado un dedo. Cualquier cosa podía pasar. Pero había que tener fe. Tal vez la cosa no pintara tan feo.
 
En un rincón los demás niños hacían un círculo alrededor de Daniel... o lo que quedara de él. Kike se aproxima y echa un cauteloso vistazo. Gracias al Cielo, todo Daniel estaba aún ahí. Msssaver, dosojosmsssdospiernasmsssdosbrazosmmmsnsmsmdedosmsmsmms.... completo. Todo bien. Todo en su sitio. Aparentemente sería un caso de psicología simplemente. Kike sonríe: pan comido.
 
---¿Qué pasó, Daniel?
 
Daniel lloraba en silencio. Los niños a veces lloran a mares, escandalosamente, como cuando a un futbolista le hacen un foul cerca del área, que no duele... pero que es cerca del área. Entonces patalean y gritan como si les hubieran machacado un dedo con la puerta del Congreso. Entonces todos saben que no es así, que solo está queriendo llamar la atención. Pero esta vez Daniel lloraba en silencio, como si algo realmente estuviera mal. Kike, sagaz, advirtió esto pronto.
 
---Se rompió mi regla.
 
"¡Mi Dios del Cielo! ¿Y para eso me molestan?". Kike reprimió ideas fugaces que pasaban por su cabeza. Miró el reloj de reojo, pensó en la tarea de latín para las cuatro de la tarde; miró luego a Daniel, la regla rota...
 
Decidió calmarse. Psicología infantil: los niños no ven las cosas como nosotros los mayores. Hay que descender a su nivel. Hay que intentar ver las cosas como ellos. Hay que ponerse en sus zapatos. ¿De dónde sacaba Kike esa inspiración? No lo sabía, pero enhorabuena: aplicaría un poco de esto y otro poco de aquello, y con algo de suerte en cinco minutos volvería a aquella fábula de Fedro.
 
Primero que todo, lógico, hacerle sentir que le prestamos atención. Básico.
 
---A ver, Danielito, cuéntame qué pasó.
 
"Danielito": genial. Un detalle de ternura, escucharlo con atención... Kike estaba ganando puntos. Danielito arrancó con su historia mientras Gerardito, un metro más allá, miraba inseguro y de reojo: aún no decidía si era su culpa, y escuchó el relato con los ojos bien abiertos... asustado, más bien.
 
La historia era sencilla: acabado el almuerzo, Gerardo vino a invitarle sus galletas, a pedirle que le invitara una de las suyas, hicieron un intercambio, algo no salió bien, dame mi galleta, te di la mía, dame la tuya... Y, de pronto: ¡toma! Monsieur Danielou tomó su espada y asestó un amago de tajo en el pecho de Monsieur Geragdó. Este no se quedó atrás. Hábilmente esquivó el lance, y con una ágil voltereta llegó hasta su sitio y cogió, a su vez, su espada. Lady Rosary, la bella doncella inglesa, volteó la mirada para presenciar aquel duelo de galantes mosqueteros, que si bien no se peleaban por ella ---sino por una galleta---, le daba más o menos el feeling.
 
¡Chas! ¡Chas!, las espadas volaban describiendo arcos, parábolas, rectas y vuelos de saeta. Los intrépidos luchadores no se daban tregua. Monsieur Danielou sacaba chispas de su espada con sus feroces ataques al enemigo; monsieur Geragdó pintaba el aire de colores con la danza que su capa febril dibujaba en el aire con galanura y belleza. ¡Qué agilidad! ¡Qué dominio! ¡Qué emoción! ¡¿Qué niño no ha jugado nunca con su regla escolar a los espadachines?! ¡Zas! ¡Clin! ¡Plas! ¡Chas! Monsieur Danielou esquivaba las feroces avanzadas de su adversario, respondía con redoblada furia. Mientras tanto, a un costado, Lady Rosary suspiraba...
 
¡PAF!
 
Dos niños de diez años quedaron frente a frente mirándose en silencio. Uno de ellos sostenía en su mano una regla de treinta centímetros; el otro sostenía una de 17,3... los otros 12,7 yacían en el suelo, agonizando. Durante un instante fue el silencio, las miradas perdidas, la sorpresa. Luego fue la confusión, el llanto. Daniel se arrojó en su carpeta, hundió la cara entre sus bracitos y rompió a llorar en silencio; Gerardo se quedó parado a unos metros, debatiéndose entre el orgullo del vencedor y el pasmo del cómplice de un delito. Rosario fue a buscar al profesor.
 
---Ahora mi abuelita me va a pegar.
 
"Pegar" es el eufemismo que utilizan los niños peruanos para describir una carnicería doméstica. "Pegar" es cualquier cosa: desde un simple manazo hasta una azotaína completa con arma blanca (cinturón). Cualquier cosa. Kike mira a Daniel en silencio, y luego mira a los demás niños. Todos voltean a la vez a ver su rostro: él es el profesor, él sabe qué hacer, él solucionará el problema.
 
---Sí, claro...
---¿Qué dijo, profesor?
---No, nada, Rosario.
 
Kike toma aire.
 
---Ya, Danielito, tranquilo. No fue tu culpa. Fue un accidente. A todos nos pasa alguna vez. Yo también rompí reglas jugando a los espadachines.
---¡Pero mi abuelita me va a pegar!
 
Ujummm... interesante, mi querido Watson. Kike tiene un atisbo de lucidez: el problema no parece estar en el estatuto epistemológico del suceso; el punto parece ser la reacción que sigue a la acción, la desproporción de la medida de la justicia humana y el absurdo de la arbitrariedad. O sea, a Daniel no le interesa cómo se rompió su regla; lo que le preocupa es que la abuelita lo va a sonar.
 
---No le voy a decir nada a mi abuelita.
 
¡Ah, no! ¡Eso sí que no! ¿Mentiras aquí? ¿Estamos planeando una? Se podían meter con cualquier cosa, pero no meterán a Kike como cómplice de una mentira. Había que hacer algo y pronto.
 
---Daniel, eso no está bien. Yo creo que lo mejor es que le cuentes a tu abuelita qué pasó.
 
¿Y qué puede tener de raro una abuelita? Kike la conocía: es verdad, era un poco antipática; pero no era para tanto. Además, era mejor ir con la verdad ---dolorosa pero cierta---, antes que complicar las cosas con una mentira.
 
---Lo mejor es que vayas de frente donde ella y le cuentes todo. Dile: "Abuelita, se me rompió mi regla", y le cuentas cómo pasó. Además, no te va a pegar, estoy seguro.
 
¡Claro que no le va a pegar! ¡Hombre, estamos en pleno siglo XX! Somos personas adultas y razonables. De seguro esa buena señora apreciará que el nietecito le cuente francamente qué pasó.
 
---¿Usted cree que no me pegue?
---De hecho, Daniel. Tranquilo. ---Aquí aprovechó para tomarle la cabeza con la mano. Estaba inspirado---. Es más, a tu abuelita le va a dar más gusto que le cuentes la verdad. Y ella sabrá comprender. Los adultos somos así: es mejor conversar las cosas, hablar con sinceridad, dialogar.
 
Al decir las últimas palabras le puso la otra mano en el hombro y le acarició la cabeza con solidaridad. Poquito nomás: no hay que abusar. Daniel se va calmando.
 
No hay nada que hacer, Kike: te anotaste mil puntos. Te acabas de graduar. No solo tranquilizaste al pequeño; además, le has enseñado a amar la verdad, a andarse con franqueza en la vida, y le has mostrado el valor que tienen la sensatez y el diálogo en lugar de la violencia y la irracionalidad. Nada mal, nada mal... Si te vieran tus profesoras de la facultad... ¡Y eso que tu especialidad es secundaria, y no estos enanos de primaria!
 
Daniel se calma. Kike le seca las lágrimas con su propio pañuelo, detalle romántico que lo llena de orgullo (vamos, no es nada). Los demás niños sonríen aliviados. Gerardo también: prestó muchísima atención a aquello de "fue un accidente". Él también dormirá tranquilo hoy y el fin de semana. Kike no deja de advertirlo, y al pasar a su lado le da un golpecito amistoso en la cabeza. Bien jugado. Dos pájaros de un tiro. Nota mental: "Anotar en la agenda: 'Lunes: preguntarle a Daniel qué tal le fue con la abuela' ". Sí, el último toque de psicología: siempre preguntarle a la persona qué tal va aquel asunto. Demostrar interés. Otro gol.
 
Kike regresa a su escritorio. Ahora sí, a sumergirse en Fedro, su lobo y su cordero: Ad rivum eundem lupus et agnus venerant...
 
[2]
 
Un lunes de julio, 1999. Ocho de la mañana. Salón de clases de cuarto grado de primaria. Cinco carpetas, pizarra, pupitre para el profesor y una puerta. Cinco niñitos comienzan a entrar uno por uno al salón. Saludan al profesor y van a ocupar sus carpetas. El profesor está ocupado pensando en qué oración inicial hará ese día. Hay que encender la vela de la Virgen. ¿Entonaremos un cantito? ¿Quiénes se pelearán ahora por tomar la caja de fósforos y encender la vela?
 
El último en entrar es Daniel. Entonces a Kike le llega a la mente un recuerdo súbito. Ni siquiera tuvo que mirar su agenda. Simplemente recuerda el tema pendiente, las lágrimas de cocodrilo, la regla, la venganza de la abuela...
 
Es hora de completar la labor: "preguntarle qué tal va ese asunto". Debería haber estudiado Psicología y no Educación.
 
Se acerca a Daniel con una gran sonrisa.
 
---Hola, Daniel. ¿Y qué tal te fue el viernes con tu abuelita? ¿Le contaste la verdad? ¿Le dijiste que se te rompió la regla? ---Kike sonreía como un bombero retirándose de un incendio entre los agradecimientos de los dueños de casa: "Ea, no fue nada; solo hice mi trabajo".
---¡Sí, le conté! ---dijo sonriendo feliz. Daniel tiene una sonrisa maravillosa y pícara. Siempre parece provocarte con su sonrisa, como diciendo "A ver, cuéntame un chiste que no me haga reír porque todos me hacen reír". Y era cierto: todo le hacía reír---. Sí le conté.
---¿Y qué pasó? ¿Cómo reaccionó? ¿Te pegó acaso?
 
Daniel sonrió mucho más todavía cuando respondió.
 
---¡Sí! ---y mostró esta vez todos los dientes.
---¡¿En verdad te pegó?! ---La sonrisa de bombero se le había hecho cenizas.
---¡Sí! ---Daniel sonreía más: parecía que iba a comerse las orejas.
 
Kike estaba perplejo. ¿Y la franqueza? ¿Y la justicia? ¿Y el diálogo? Se sintió repentinamente desnudo... sin su traje de bombero.
 
Pero Daniel no había terminado su relato.
 
---¡Profe, pero mi abuelita me compró una regla nueva! ---Parecía que estuviera relatando cómo se fue de viaje a Disneylandia en vez de cómo lo masacró la abuela.
---¿En verdad?
---¡Sí, aquí está!
 
Sacó de su mochila una regla grande, de treinta centimetros. Y al hacerlo sonrió todavía mucho más, si aún me creen que alguien puede sonreír tanto. Este chico debía de tener algún problema maxilar.
 
---Me compró esta regla. ---Con la misma emoción hubiera mostrado un lingote de oro. 
---Sí, ya veo. ¿Y no te dijo nada más?
---¡Sí! ¡Esta vez me dio permiso para romperla!
 
Kike tosió. ¿Había escuchado bien? La sonrisa del niño parecía no dar lugar a equívocos.
 
---¡¿Cómo?!
---¡Sí, me dio permiso para romperla! ---Sí, sí, lo decía sin dejar de sonreír.
---Pero ¿cómo así?
 
Entonces Daniel entornó los ojos con gesto de malignidad, y enseñando los dientes y poniendo la voz ronca, llena de amenaza y rencor, imitó la voz de su abuelita a la perfección:
 
---Es que me dijo: "¡Y vas a ver lo que te pasa si la rompes de nuevo! ¡Rómpela, nomás...!" ---y luego volvió a la normalidad y dejó salir su sonrisa nuevamente.
 
[***]
 
Siete años después, me sigue sorprendiendo cómo Daniel mantenía su inconmovible buen humor a pesar de la tremenda azotaína que le cayó aquel viernes. Y es que era cosa de verlo, fíjense: ¡el tipo estaba feliz! Feliz como siempre solía estar. Y no miento: su sonrisa te alegraba el día todos los días. Cómo es, ¿verdad?: en serio los niños son como algo nuevecito recién llegado al mundo. No tienen malicia: no la han aprendido. No tienen rencor: no lo han aprendido. Daniel, a pesar de la tremenda zurra, seguía siendo el mismo niño alegre y feliz, y seguía confiando en la autoridad de su abuelita. Y, bueno, claro: con una abuela así yo tampoco me hubiera atrevido a desconfiar, je, je...
 
Fuera de bromas, con razón el Señor nos pidió ser como niños: personas sin malicia, sin rencores, capaces de volver a confiar en los demás, de entregarse y de sonreír siempre.

domingo, 3 de setiembre de 2006

FdB recomienda: La caja del amor

Pues sí, que en este humilde blogcito inauguramos una nueva sección: "Fuera de bromas recomienda". ¿Y de qué se trata? Pues, de avisos varios, como su nombre indica. Buscaremos avisar de cosas, sucesos, acontecimientos y demás que puedan ser útiles para todos. O para todos los que lean, al menos.
 
E inauguramos esta sección con un aviso que para este humilde posteador es muy especial. Un proyecto social que unos amigos y el que suscribe estamos llevando a cabo. Y paso explicar, porque me interesa que más gente se pueda sumar.
 
Se trata del proyecto "La caja del amor". Consiste en algo así como adoptar  a una familia por Navidad. Y lo vamos a llevar a cabo en Cerro de Pasco, una localidad de la sierra peruana en la que se puede encontrar un alto nivel de pobreza. De hecho, queremos buscar a familias bastante pobres de dicha localidad. La idea es empadronarlas en una lista que luego daremos a las personas que quieran participar en el proyecto aquí en Lima. Estas escogerán a una familia de dicha lista, y se encargarán conseguir y surtir una caja con artículos de primera necesidad para la familia beneficiada. Adicionalmente se puede poner en la caja otras cosas que se quiera regalar a cada miembro (como es Navidad... ya saben, regalitos);  esto último queda a voluntad de persona, grupo o familia que adopte a dicha familia. Al final, en diciembre, la idea es llevarles a esas familias de Cerro de Pasco las "cajas del amor" que la gente por aquí logró armar.
 
Pero no se trata de asistencialismo, ¿ven? Todos ya sabemos que el sentido de la Navidad no es ayudar al prójimo. El sentido es la celebración del nacimiento de la gran alegría de los hombres: el Señor Jesús. Así que cuando en diciembre llevemos las cajas del amor a las familias beneficiadas, no solo será eso, sino que les llevaremos también una celebración navideña como Dios manda, con comidita, juegos para los niños y música para compartir, es verdad, pero también con catequesis y una liturgia. La idea es recordarnos a todos cuál es el verdadero sentido de la Navidad.
 
Así que esa es la idea. Yo lo anuncio aquí porque me interesa que la gente que quiera participar pueda sumarse. Así que pido a los que estén interesados que se tomen el trabajito de hacer clic aquí y me envíen un correo (también pueden hacer clic aquí y ver mi dirección en el perfil, si usan correoweb). También pueden pasarle la voz a los que quieran. El procedimiento es el mismo: que me envíen un correo.
 
Lamentablemente ---por lo menos este año---, solo podrán participar en este proyecto las personas que se encuentren en Lima. Síp... una pena, hombre. Yo quisiera que todo el mundo participe, pero desde el extranjero es más complicado. Pero si ahí a algún extranjero se le ocurre una manera de ayudar, es bienvenido: mande correo.
 
O sea: FdB recomienda: que participes en la campaña. Así que, bueno, si vives en Lima ---sí, a ti te hablo--- y te interesa ayudar, pásame la voz y te doy detalles. Intermediarios abstenerse.
 
Fuera de bromas, es una excelente oportunidad para hacer concreto nuestro afán de ayudar. Y si ni siquiera tienes afán de ayudar, para recuperarlo. Y si nunca lo has tenido, para tenerlo. Y si no tienes ni idea de lo que estoy hablando, para tenerla. Dios tal vez te dé a ti un regalo esta Navidad.