(Porque ya tuve uno antes, eh).
---¡Sí, claro, Diego! ¡Dale nomás!---dije con un tono de voz como para que se me escuchara hasta Camerún, y con una sonrisa que apunté al sol para que se luzca y me brille el diente y todo.
Es que, ¿cómo iba a decir otra cosa? Se llamaba F. (no confundir con FI... ejem, REPITO: NO CONFUNDIR), y me estaba mirando directamente cuando Dieguito terminó de subir el último peldaño de las escaleras y se dirigió a mí.
Aquel paseo ---hace más de diez años ya--- fue a Chaclacayo, en las afueras de Lima, un distrito a medio camino entre rural y urbano, con clubes y paseos turísticos para descansar y comer rico: comida tradicional, caballitos, piscina, aire libre y todo lo demás. F. había venido con nosotros y los otros cuchucientos invitados de la parroquia, y si ahora no recuerdo exactamente cuántos éramos es porque no me interesaba: en esa época solo me interesaba F. y que hubiera venido con nosotros; lo demás era lastre, relleno, decorado; los demás eran extras, digamos, de una superproducción en la que los protagonistas... Y, bueno, creo que se entiende, ¿no? Todos los demás eran extras ese día, incluso Dieguito, por más cariño que le tuviera y que él me tuviera a mí. Porque me tenía cariño, eh. Yo era como que su amigo favorito por aquellos tiempos.
Por eso digo que hasta Dieguito era extra ese día, y no me importaba.
Hasta que se subió al tobogán.
El tobogán de la piscina no era como Dios manda. Al contrario, era familiar e inofensivo, digno de un club pequeño: ni muy alto ni muy empinado, apenas lo suficiente como para que alguien caiga sin que se ahogue. Pero cuando se tiene 7 años, se mide un metro y no se sabe nadar, puede ser mortal. Y Dieguito tenía 7 años, medía un metro y no sabía nadar.
El tobogán de la piscina no era como Dios manda. Al contrario, era familiar e inofensivo, digno de un club pequeño: ni muy alto ni muy empinado, apenas lo suficiente como para que alguien caiga sin que se ahogue. Pero cuando se tiene 7 años, se mide un metro y no se sabe nadar, puede ser mortal. Y Dieguito tenía 7 años, medía un metro y no sabía nadar.
Así que Dieguito era el candidato perfecto para la muerte, pero no tenía miedo. ¿Y saben por qué? Porque se subió sin pensar en otra cosa que en la diversión y la felicidad que veía en nosotors al hacer aquello de dejarse caer por el tobogán. No le importó que la piscina fuera para adultos, que tuviera dos metros de profundidad y que todos los demás niños estuvieran en la otra; él quería estar con nosotros, divertirse y ser feliz como le habían prometido al invitarlo. Así que sin más trámite subió los peldaños con una gran sonrisa y mucha determinación.
¿Una bestia Dieguito? No. Porque los niños a veces son irresponsables, pero nunca idiotas. Arriba de la escalera, mirando el horizonte y la sonrisa de todos allá abajo, con toda la autoridad de sus siete añitos me lanzó una mirada de fuego y me preguntó a quemarropa: «Kike, ¿me agarras?». Era todo lo que necesitaba para lanzarse a la aventura que lo superaba: la seguridad de que alguien lo iba a agarrar.
Ya se ve por dónde va la cosa, ¿cierto?
Yo entonces me mojé el cabello, puse los brazos en jarra y estiré una pierna, y tras asegurarme bien con el rabillo del ojo de que F. me miraba, apunté mi mejor sonrisa al sol para completar la paradita de Superman ---con brillo de diente y todo---, y respondí:
---¡Sí, claro, Diego! ¡Dale nomás!
Y no necesitó más.
Nunca se debería necesitar más que eso. «¿Tú me sostienes?, entonces yo me lanzo».
Y punto.
Y listo.
Y, ¡zas!, se lanzó Dieguito.
Y, ¡zas!, casi se ahogó Dieguito.
Porque yo, más que atenderlo a Dieguito, me quedé concentrado en la paradita de Superman, fijándome ya no con el rabillo del ojo si F. me miraba, sino volteando a verla con total descaro ---y con la sonrisa amplificada para que me brillara más el diente--- para ver si estaba atenta a mi obra de varonil hombría, de salvavidas canchero, de amigo de los niños y futuro buen padre, y de...y de... Y mientras lo hacía Dieguito volvió a ser extra.
Por un momento pensé que mi sonrisa funcionaba, porque la vi reaccionar con los colores que se le subieron al rostro. «¡Bien ahí ---me dije---, avanzamos!» Pero cuando poco a poco vi que ese mismo rostro se desfiguraba, alcancé a vislumbrar por qué se le habían subido. Y cuando vi que comenzó a gritar ya no mirándome a mí sino a algún punto indeterminado bajo el agua, entendí todo:
---¡Sácalo, idiota! ¡Sácalo! ¡Se va a ahogar Dieguito!
La paradita de Superman se transformó en la de Ungenio González tratando de encontrar a un niño a medio ahogar debajo del agua. Metí mis manos como pude y por donde sea, a ver qué pescaba, mientras rogaba a Dios con todas mis fuerzas que Dieguito no se muriera. Pronto topé con algo bajo el agua; cerré mis manos alrededor de eso y jalé con todas mis fuerzas. Era Dieguito, que escupía agua y trataba de jalar todo el aire del mundo a sus pulmones. Lo levanté como pude y lo saqué de la piscina llevándolo sobre mí y esperando que su respiración agitada y tusígena se estabilizara. Y se debió de estabilizar muy bien, porque un segundo después ---con un alivio enorme--- lo oí a gritarme con todas sus fuerzas:
---¡¡Eres un imbécil!!
¿Hace falta decir que ni cuando salí de la piscina ---ni nunca más--- me atreví a volver a mirar a F.?
Fuera de bromas, Dieguito nunca había leído Mt 14, 22-33: no necesitaba hacerlo como nosotros los grandes: él es un niño y lo tiene incorporado. Somos nosotros quienes lo olvidamos y necesitamos catequesis, charlas y demás sandeces que podríamos evitar con simplemente ser más hombrecitos... como los niños.
8 comentarios:
jajaja, pucha para agarrarte a combazos eh?
Pobre Dieguito, con tal que no lo hayas vuelto hidrofóbico XD
ahhh, pero que levante la mano el que no ha hecho "una de esas" para impresionar al sexo opuesto... jejeje
Primera vez que comento...
Por lo menos ya sé a quien no dejarle los niños a cuidar.
El comentario es para todos, porque así debe ser, muchas coincidencias me unen con el autor del post, se llama parecido, se casa en mayo, profesor también, de estatura discreta, católico, pero algo que no soy, es la mitad de buena persona que es él
Buen Post
Me encantó tu blog Kike, pero no te contrataría como vigilante de mi piscina.
Gracias por tu visita . Feliz Navidad
Hola Kike. Vengo a agradecerte tu visita.
Me encantan tus datos personales, pues yo también tengo el cristianismo-catolicismo por bandera. Y, se nota que te encanta escribir, a mí también. Espero que sigamos en contacto.
Dieguito debía ser un niño feliz.
Suerte tuvo.
Saludos.
Me ha encantado la historia de Diaguito. Qué gran verdad que no necesitaríamos tanta cosa si fuéramos como niños! Feliz Navidad!
Buenasssss:
Gracias, amigos, por sus comentarios. Ayúdenme a promover el blog, porfa, que, como ven, es más apostólico que otra cosa.
Bienvenidos los nuevos. Hay limonada y galletitas, así que dense una vuelta más a menudo. Salud.
uyyyy qué horror!!!! buenísimo como lo contaste, y que te lo tomes así, digo, medio en risa. Yo creo que lo hubiera dejado en "experiencias incontables" de la vergûenza que me daría... mal lo mío, hay q aprender a reírse de los errores propios y más si, gracias a Dios, quedó solo para la anécdota!
Que pases una muy feliz y santa Navidad Kike, que el Niño Jesús te llene de paz y amor.
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