lunes, 13 de abril de 2009

Surrexit pastor bonus!



La ecuación es sencilla:
si es todopoderoso para resucitar,
tiene
el poder para arreglar
cualquier entuerto
para enderezar
cualquier vida,
para solucionar
cualquier problema,
para hacer feliz
a cualquier persona.
¿No será hora
de hacer la prueba?


Como dicen
esas pícaras letritas
ahí debajo:
«La muerte ha sido devorada
en la victoria». (I Cor 15, 54)
Feliz Pascua de Resurrección
en el Resucitado.

martes, 7 de abril de 2009

«Ay, amor de hombre...» II

En el capítulo anterior hablé de A., que es tan mejor amigo, que aun siendo medianoche me ayudó a ejecutar un plan para arreglar el enfadón que yo solito le había regalado a la damita de la trastienda unas horas antes. Mi plan implicaba flores, un regalo, su globito y demás cosas de esa guisa, así como aparecerse por su departamento a esa hora. Todo bonito... bonito y peligroso. Porque todo eso suena lindo en el papel, romántico y toda la cosa, pero ya dije antes por aquí que la realidad (la vida, la realidad que se nos muestra ante los ojos) es una mujercita caprichosa, y debe de ser también una mujercita bastante triste porque de romanticismo no entiende nada.
 
A esa hora, los únicos minimarkets abiertos en la ciudad de Lima son los de las estaciones de servicio, así que ahí nos dirijimos.
 
[NOTA DE LA REDACCIÓN: Dado el nivel de engorro de la presente historia, nadie en la redacción de Fuera de Bromas quiso comprometerse en escribirla. Para solucionar el problema nos hicimos del video de seguridad del establecimiento donde ocurrieron los hechos. Para ello solicitamos acceso a la cámara de seguridad con las debidas acreditaciones. Pero la cámara de seguridad dijo que a ella no la accesaba nadie, y que nos fuéramos todos a accesar a nuestras abuelas, junto con otra serie de recomendaciones. Más bien dijo que si queríamos algo de ella teníamos que dejarla dar su testimonio. Y a ese acuerdo llegamos: la cámara aceptó colaborar mediante un testimonio dictado a un miembro del FBI, que había acudido también a investigar el caso (sí, en serio). Y ese testimonio, el de la cámara, es el que aquí transcribimos tal como lo recogimos de la grabación del FBI. Así que cualquier responsabilidad, etc., etc.].
 
Testimonio A-24093-2008.11.XX
 
---Cuéntenos lo que vio por favor.
---Dos hombres más o menos bajitos ---uno flaco, flaco, flaco hasta los huesos, y el otro, un poco más panzón--- entraron a eso de la medianoche en la estación de servicio. Se bajaron de un auto blanco y entraron juntos al minimárket.
---¿Juntos?
---Sí, juntos. De frente se fueron a la sección de comestibles y comenzaron a buscar algo. Yo de inmediato tuve mis sospechas, ¿vio? Porque, ¿qué suelen buscar dos tipos a esa hora en un grifo?: una cerveza helada, unos cigarros, un sánguche, unos condones... Pero estos no; los dos se van de frente a buscar en la parte de dulcecitos... ¡y dulcecitos feminoides, para colmo!: un chocolate, un caramelito, una paleta. ¡Puaj! «Ah, no ---me dije---: aquí hay algo raro».
---Siga. ¿Y qué pasó?
---Entonces uno de ellos le dice al otro: «¡Aquí está!», y le enseñó un objeto.
---¿Pudo distinguir qué era?
---Era un paquete de dulcecitos de mazapán en forma de frutas: había un platanito, una mandarina, una manzanita... Yo vi que el otro asentía emocionado, contento y todo. Y, ejem, empecé a confirmar mis sospechas, ¿sabe?
---Limítese a contar lo que vio.
---Bueno, bueno. Lo que pasó luego fue que ambos se juntaron y conversaron un rato. Yo no sé qué estarían buscando en concreto, pero parece que lo de los mazapancitos no era suficiente.
---¿Suficiente para qué?
---¡Yo no lo sé, ya se lo dije! Solo veo que después se van a la sección de las flores.
---¿Flores a esa hora?
---Y, bueno, hay algunas que están todavía vivas y se venden. Los dos van y se ven bien interesados: revisan las flores, las miran, las huelen...
---¿Había alguien más con ellos?
---No, pero al fondo de la tienda, un cliente que los había estado observando desde que entraron comenzó a levantar una ceja sospechosa.
---¿Y dijeron algo?
---«¿Te gusta esta?», preguntó el panzón sonriendo, y el flaco se puso a chillar: «¡Sí, sí está excelente!». Y mientras decían eso, el cliente que comenzó a mirarlos levantó levantó la otra ceja también. Y frente a él, una señora que revisaba el pan de molde también comenzó a mirar a los hombres con la flor y los mazapancitos, y arrugó un poquito la nariz.
---¿Y qué pasó luego?
---Bueno, de ahí los dos se fueron a la caja registradora.
---¿El señor y la señora?
---No sea idiota...
---¿Perdón?
---Quiero decir, no, pues, señor: los dos hombres. Ellos fueron a la caja registradora.
---¿Para qué?
---¡Para pagar, pues! El que llevaba la flor en la mano sacó una tarjeta de crédito y pagó todo. Apenas canceló la flor, se la dio al más flaco diciendo: «Toma».
---¿De veras?
---¡Se lo juro! El hombre de las cejas levantadas y la mujer del pan cambiaron miradas cómplices, y hasta una pareja de novios que estaba por ahí se acercó de la mano, y los cuatro comenzaron a cuchichear haciendo muecas de asco.
---¿Y qué pasó después?
---«¡Gracias!», gritó el más flaco. Y a mí me subieron los colores al rostro, ¿vio? Sí, sí, ya sé que soy una cámara de seguridad, pero de verdad se me subieron, no me mire así.
---Prosiga.
---La cosa es que cuando ambos estaban a punto de salir, uno le dice algo al otro, al oído, para colmo. Yo no sé, pero todos los que miraban estaban como hipnotizados mirándolos. Hasta el cajero, oiga, cuando el flaco y el panzón le pagaron y se estaban yendo, disimuladamente soltó una risita disforzada...
---¿Risita disforzada?
---Imitando a algo intermedio entre un bailarín, un coreógrafo y un peluquero.
---¿Qué pasó después?
---El flaco chilló «¡Excelente idea! ¡Súper romántica!». Apenas dijo eso yo vi que todos los hombres que miraban hicieron un gesto de dolor ajeno, como una mueca de desgarro...
---¿De qué? 
---Más o menos como cuando en un partido de fútbol a un jugador le revienta un pelotazo en los testículos.
---¡Ouch!
---Sí.
---Ejem. Continúe.
---Bueno. Los dos fueron después a la sección de globos. Y no va a adivinar...
---Por favor, limítese a relatar...
---Sí, sí, ya sé, ya sé. Es que cuando fueron a los globos, no me va a creer, pero es que no fueron a ver los globos normales, sino que de frente se fueron a buscar los que tenían forma de corazón...
---¡Uy!
---¿Cómo?
---Ejem.
---Sí, fueron donde los globitos esos. El grupito de mirones ya había crecido porque se había sumado ahora uno de los mecánicos que despachan gasolina, que abrió los ojos como platos cuando vio todo el asunto.
---¿Y?
---Y pasó que se comenzaron a consultar y a cuchichear, porque parecía que no encontraban lo que buscaban. Y, bueno, yo en un momento me distraje.
---¿Cuánto tiempo?
---No mucho, pero cuando volví a ver, uno de ellos ya iba camino al mostrador con un globo en la mano.
---¿Vio cómo era?
---Rosado con forma de dos corazones abrazándose...
---Ay, no...
---Sí, y uno de ellos tenía una carita sonriente; el otro tenía una con los ojos cerrados, así como arrobada.
---Aj.
---Sí, lo mismo dije.
---¿Y la gente reaccionó?
---Toda la gente contenía la respiración. Pero ¿sabe qué? Esta vez pasó algo raro.
---¿Qué?
---Esta vez cuando iban a la caja registradora, el más flaco de pronto se frenó en seco y le pasó la voz al otro. Y repentinamente todo estaba en silencio. El flaco comenzó a mirar alrededor entre nervioso y preocupado. Por supuesto, comprobó que nadie los estaba mirando.
---¿Nadie? ¿Y la gente?
---Y, bueno, cuando el flaco miró, solo vio a un grupito de clientes con un mecánico al otro lado de la tienda, todos extrañamente concentrados en leer la lista de ingredientes de un frasco de mermelada para diabéticos. Pero parece que eso no le llamó la atención. Porque la cosa es que solo se inclinó al oído de su amigo y le dijo algo en voz baja.
---¿Qué le dijo?
---Y, yo no sé. Pero seguro que fue algo grueso porque el otro abrió mucho los ojos y comenzó a asentir como preocupado. Y después de hacer la misma revisión del lugar que el flaco hizo un ratito antes, puso cara bien seria, carraspéo, se acomodó la corbata y caminando a la caja como peleador de cachascán o camionero de carretera, pagó y se fue sin decir nada, rapidísimo, detrás del flaco, que ya estaba sentado en el carro y tapándose disimuladamente la cara con las manos.
---¿Y qué fue lo que se hábían dicho al oído?
---Y, yo no lo sé, señor, ni tampoco se lo puedo decir. Yo respeto todas las opcio... Hey, oiga, suélteme, no se ponga así. Yo soy solo una cámara de seguridad, de esas que ve todo en blanco y negro y no escucha nada. Pero estoy seguro de que si le preguntasen al cajero de la tienda... ¡Ay, suélteme, le digo! ¿Qué le pasa? ¡Hey, ¿de dónde salió ese tipo grandote con esa cachiporra?! ¡¡Suéltenme, le digo!! ¡Oiga, yo no...! ¡Nooo!
 
[NOTA DE LA REDACCIÓN: Aquí la grabación se interrumpe un momento y parece reanudarse 5 minutos después].
 
---¡Ya, está bien, está bien, pero que se detenga, que se detenga!
---¡Dinos qué dijeron, cámara!
---¡Está bien, está bien! Oí que uno le dijo al otro algo así:
«---Oye, A....
»---¿Qué pasa?
»---Tengo una sospecha.
»---¿Sí?
»---Creo que nos hemos visto regays, hermano...».
 
(Tu bi continiu).

martes, 10 de febrero de 2009

Requiescat in pacem, Tobias

Interrumpimos nuestra programación para dar una noticia de último minuto. Bueno, en realidad, una noticia de hace 3600 minutos. Después de 17 años de servicios a la vida, Tobías Gordillo pasó de este mundo al otro, y ahora juega en el Cielo y le lame las barbas al viejo y buen Dios.

Después de 17 años de vida activísima y de fregar la pita por aquí y por allá, la pregunta no es por qué murió Toby, sino por qué no se había muerto todavía.

Fuera de bromas, la razón de lo primero es bastante simple, en realidad: su desgastado corazoncito, diseñado para resistir unos 12 ó 13 años, aguantó 17 sin cansarse ni un segundo, tan solo al final; ya era hora, más bien, de pasar al modo stand-by.

La razón de por qué no se moría, esa sí no la puedo responder.

Tal vez lo hacía porque se daba cuenta de que aún necesitábamos de su compañía. Tal vez lo hacía le gustaba tanto estar con nosotros, que no veía razón para irse. Para mí, tuvo la delicadeza de morirse antes de que yo abandonara el nido para volar al sur en busca de nuevos pastos. Lo único que me brota ahora es la tranquilidad de que ya descansa en paz.

Ahora en el jardín de mi casa que tanto le gustaba, hay una nueva flor que marca el lugar donde desde ayer Toby duerme para siempre; no hay caso, él que siempre se orinaba encima de ellas, ahora no tiene más remedio que verlas crecer desde abajo. Pero desde arriba también, porque yo no sé del estatuto teológico de los animales, ni tampoco he leído sobre los novísimos de los perros (que nadie me critique por aquí por eso), pero tengo la ilusión de que al llegar al Cielo, el viejo Toby me reciba ladrando y moviendo la cola, y sonriéndome feliz para siempre. Al menos, tengo derecho a creer en mis ilusiones de vez en cuando.

Quiero terminar con un pasaje extraído del cuento de un viejo amigo. Recuerdo que me contó que lo envió a un concurso y lo estuvo preparando durante semanas, pidiendo opiniones, haciéndolo y rehaciéndolo, corrigiendo y borrando... y que a último momento se le ocurrió se hacer otro también, que escribió de una sentada y en media hora. Cosas de la vida, este último cuento suyo ganó el primer lugar, mientras que el que pongo aquí alcanzó solo una mención honrosa: cosas de la vida y de Dios, que a veces nos cambia los planes. Toby no iba a ser nuestro perro: en la caja en la que estaban él y sus hermanos, aún no sabemos qué nos hizo escoger a aquel negrito de pecho blanco en vez de alguno de los otros tres.

«[...] yo ya no lo escucho porque estoy llorando... llorando de alegría porque tú, querido amigo, tú estás en el cielo y algún día yo iré allá a ladrarte y lanzarme a tu cuello para lamerte la barba, cojo y todo brincaré entre las nubes moviendo la cola, mordiendo el aire perfumado y me echaré a tus pies para escucharte hablar de Dios y de la Virgen y de los santos... y sabré que la alegría ya nadie los la podrá quitar».(*)

Toby (1992-2009)

(*) José Manuel Rodríguez. «El doce es fiesta, monseñor». En: Comisión Episcopal de Apostolado Laical. Quinto centenario de la llegada de la fe al continente americano. Tercer concurso de cuentos. Lima: 1992, 61-66.

miércoles, 4 de febrero de 2009

«Ay, amor de hombre...» I

«Nadie tiene mayor amor
que el que da su vida por sus amigos».
Jn 15, 13
 
Cuando las circunstancias le propusieron a A. convertirse en uno de mis mejores amigos, seguramente se imaginó que tendría que dar la vida por mí en mayor o menor medida, lentamente o de porrazo, como Dios manda. Lo imaginó y le pareció bien. Pero lo que no leyó en las letras chiquitas del contrato es que algún día también tendría que sacrificar su reputación y poner en tela de juicio su estatus sexual... y ese es otro precio.
 
Estamos a 6 ó 7 de algo, que puede ser octubre o noviembre, no recuerdo (y ese, precisamente, es el problema: que no recuerdo). Eran las once y pico de la noche y salíamos con él de una reunión de trabajo... ah, mirá vos, justo era una reunión de la Caja del Amor. El buen A. se ofreció a llevarme en su auto hasta un punto más cercano a mi casa.
 
---¿Ya estás más tranquilo? ---me soltó apenas nos pusimos en marcha.
 
Eso fue porque aquel día mis principales preocupaciones no estaban por el lado de la Caja del Amor. Uno es de carne y hueso, ¿vio?, y por más solidaridad que reclame el mundo, cuando uno tiene un hueco en el corazón, lo tiene y punto. Y yo lo tenía.
 
---¿La verdad, la verdad? ---pregunté a mi vez.
---Sí.
---No.
 
Mi hueco tenía nombre, y se llamaba FI. Ese día la linda damita de la trastienda y yo habíamos discutido (no me miren así: sucede en las mejores parejas). Y como uno no es bruto gratis, la culpa había sido toda mía. Los hombres suelen ser un poco toscos, bruscos y bestias en el trato, y yo lo que tengo es que a mí mi mamá me parió bien hombre. Así que dos más dos son cuatro, y ese día a FI le tocó comprobar toda la suma.
 
---Anda, tranquilo ---me calmaba A.---. Ya mañana se le pasará y le pedirás disculpas.
---No, no es eso... lo que pasa es que... estoy cocinando algo.
 
Y ese fue el principio del fin. O el fin del principio, depende de cómo se vea.
 
Comencé a explicar mi plan.
 
---Mañana es nuestro aniversario. ---Me sentía como John Hannibal Smith, pero sin el puro en la boca.
---¿Mañana mismo?
---Bueno, en realidad en unos diez minutos.
 
Eran las 11:50.
 
---¿Y entonces...?
---Estoy pensando que si le compro un gran ramo de flores o algo así, y me aparezco en su departamento ahora mismo, se va a caer de espaldas del gusto y verá que lo siento en serio.
 
Entre las muchas cosas que tenemos en común, A. comparte conmigo ese romanticismo empedernido del que canta el Jerry Rivera que igualmente detestamos. Así que la emoción por la idea y el análisis de costo-beneficio fueron una sola cosa para él: un minuto después ya estaba dando la vuelta al auto y sonriendo con complicidad.
 
---¡Excelente, hermano! ¡Vamos, yo te llevo!
 
¿No digo que es buen amigo?: ¿quién lo acompaña a uno a la medianoche a comprarle regalos a la novia; quién se preocupa más que uno por que se arreglen las cosas con ella luego de una barrabasada de campeonato?; ¿quién lo lleva a uno en su propio auto para eso sin pedir nada a cambio?; y, por si fuera poco, ¿quién le presta el dinero a uno para para todo el asunto? Porque ese día por ser 6 ó 7 ---que ya dije que no recuerdo, y ese es el problema---, este huerfanito aún no había cobrado su exiguo sueldo de profesor, por lo que estaba más pobre que el guardarropa de Tarzán. 
 
No, si no hay nada que hacer: el amigo A. se portó fenomenal.
 
Y desde cierto punto de vista, ahí estuvo el problema.
 
(Tu bi continiu).