martes, 30 de enero de 2007

Viejo

Seis y treinta de la tarde. Salgo de casa rumbo a la universidad. Recién bañadito luego de la siesta, me calzo al hombro el maletín (la computadora) y enfrento la dura calle limeña. Visto un polo(1) piqué, suelto, fuera del pantalón, un dénim gris y zapatillas, las viejas samba que muchos me conocen.(2) Nada formal, como ven... ¡en serio, nada formal! (Digo esto último por lo que viene más adelante).
 
Faltan veinte metros para llegar a la esquina. Aparece una jovencita en mi misma dirección pero en sentido contrario. Edad aproximada: quince o dieciséis años.
 
Es inevitable que nos crucemos. Todo esto no tendría nada de raro. El tema es que entonces comienzo a sospechar algo: la chica parece ser la hermana de una amiga de mi hermana. O sea: me conoce. O sea: toca saludar.
 
Pero ¿será ella o es mi impresión? No es que la haya tratado mucho.
 
Uno es tímido, ¿vio? Así que la miro un ratito; luego me hago el loco y miro a otro lado... luego la vuelvo a mirar... luego miro a otro lado... Pura táctica, ¿se dan cuenta?: si resulta que no es ella no pasaré la vergüenza de haberme equivocado saludándola o mirándola todo el rato; y si es ella, siempre me queda la oportunidad de...
 
Entonces veo que la chica está haciendo exactamente lo mismo que yo, y luego comienza a mirarme un poco como buscándome el saludo.
 
Confirmado: es ella.
 
---Hola ---le digo.
 
Ella me mira y sonríe con timidez.
 
---Buenas tardes ---contesta bajando la mirada al suelo.
 
Y ambos seguimos nuestro camino.
 
¿"Buenas tardes"? ¡¡¿¿Buenas tardes??!! Debo de estar viejo. Cuando una chica de dieciséis años te dice "buenas tardes" en vez de "hola" hay que preocuparse.
 
Fuera de bromas, no sé si yo esté viejo o no. En realidad, aparento mucho menos edad de la que tengo. Si mis múltiples enfermedades y mi torpeza no me matan pronto, creo que todavía me quedan algunos añitos. Bueno, "primero Dios", como dicen los mexicanos.
 
Pero en ya estar viejo no está el problema. El problema está en desaprovechar el tiempo que hemos recorrido en la vida para darle sentido. Esa sola idea tendría una contundencia demoledora y muy provechosa en nuestras vidas si tan solo la dejásemos entrar en nuestra conciencia (léase mente y corazón). ¿La dejamos? En hacerlo está la clave para comenzar a llevar una vida que valga la pena.
 
 
(1) polo : camiseta de mangas cortas, en forma de T. En otros lugares: remera, camisa, camiseta.
(2) zapatillas : calzado deportivo. En otros lugares: tenis.

jueves, 25 de enero de 2007

El "home run" de la identidad

Como todas las mañanas, estoy limpiando mi cuarto. Como todas las mañanas, la vegija me juega una mala pasada y debo bajar al baño. Es un fastidio: tengo que sacarme el pañuelo de la cara, bajar al primer piso... En fin. Sin embargo, esta vez algo me anima el viaje. Cuando paso frente al televisor de la cocina veo algo simpático: la defensora del pueblo está en televisión diciendo que si alguno de nosotros tiene alguna queja contra alguna institución o si lo han tratado mal, que llame al cero ochocientos nosecuantitos nosecuantitos, que gustosos lo atenderemos. Y como yo desde hace un tiempo le tengo hambre  a una empresa de cable por aquí ---cuyo nombre ni siquiera tendré necesidad de mencionar, ya lo verán---, no lo dudé ni un instante: apunté el teléfonito y llamé hecho una huaraca. Ejem, lo que vulgarmente se entiende por paciencia(1) no es una de mis virtudes, digamos.
 
---¿Aló? ---me contesta una chica.
 
Nada de "Buenos días, Defensoría del Pueblo" ni de "Bienvenido a..." ni "Mi nombre es Fulanita". Nada que ver. El asunto me sorprende, sí, pero la chica parecía joven y tenía una voz muy bonita, así que eso me quitó rápidamente el mal sabor de boca.
 
---Hola. ¿Cómo estás? Mira, tengo una consulta que no sé a quién hacer. Espero que ustedes puedan ayudarme.
---Sí, señor. ¿De qué se trata?
---En mi casa hemos contratado el cable de la empresa Equis. Sin embargo, a veces yo estoy viendo un canal, digamos Discovery Channel, Fox Sports, no sé; la cosa es que estoy viendo alguno de esos canales y, de pronto, a la hora de los comerciales, la empresa Equis se cuelga de la señal y comienza a pasar publicidad nacional, casi siempre publicidad de alguna de sus empresas: que la de celulares, que la de telefonía fija... Quiero saber a quién puedo preguntarle si eso es legal.
---Ehhh... bueno, señor, en realidad, sí es legal. Sí pueden hacer eso.
 
¡¿Qué cosa?! Algo debía de andar mal.
 
---Ehhh... ¿estás segura de que es legal? ---repliqué con amabilidad, en serio---. Porque, fíjate: en primer lugar, yo estoy pagando por el cable. O sea: esta gente no se sostiene por la publicidad que recibe, sino por la tarifa que estoy pagando. Además, yo estoy pagando para ver esos programas, y no la publicidad de la empresa Equis. Por otro lado, entenderás que a veces, por una lógica falta de sincronía, para cuando la empresa Equis termina sus propagandas, ya hace rato que ha comenzado el programa que uno estaba viendo. Eso mortifica. Finalmente, también ocurre que en Discovery están anunciando un programa que me parece interesante y digo: "Mira, esto se ve interesante; a ver, ¿a qué hora lo darán?", y ¡zas!, justo cuando iban a decir el horario me ponen la propaganda de que aproveche no sé qué promoción de tarjetas prepago Equis y ¡pum!, me malogran el asunto.
---Bueno, señor, los horarios de los programas usted los tiene en la revista del cable...
 
Hmm... esta chica no ha entendido nada.
 
---Sí, pero...
---En realidad, señor, creo que el tema es legal ---mi interlocutora intenta zanjar la cuestión.
---Crees...
---...
---Oquéi, dime, ¿sabes a quién podría consultarle ese asunto?
---Hmmm... tal vez a Indecopi, señor.(2)
---Ajá. ¿Y serías tan amable, por favor, de darme el teléfono? ---pregunté con la mejor de mis sonrisas.
 
Juro que estaba de buen humor y que lo pregunté de buen ánimo. Pero creo que mi interlocutora no lo entendió así.
 
---¿Perdón, señor?
---Que si por casualidad tienes el teléfono ahí, y si me lo podrías dar.
---Un momentito.
 
Ahí ya noté que los ánimos se caldeaban un poco. ¿O habrá sido mi impresión?
 
---Señor, Indecopi tiene una línea gratuita que es cero ochocientos...
---Espera, dame un minuto para anotarlo.
 
Fui por papel y lápiz. Disculpen que hasta este grado de detalle llegue en el relato, pero supongo que incluso esos tres segundos que la hice esperar contribuyeron a la actitud que la chica tomó después. ¿Qué acaso es una afrenta hacer esperar a alguien un par de segundos mientras vamos por papel y lápiz?
 
---Listo. Dime el número, por favor.
 
Notaron el "por favor", ¿verdad? 
 
---Cero ochocientos... ---me dio el número.
---Listo, oquéi, has sido muy amable, muchas gracias.
---¿Cuál es su nombre, señor?
 
¿Perdón? ¿Había oído bien?
 
---¿Cómo?
---Su nombre, por favor, señor.
 
Bueno, aquí viene una salvedad. Los que me conocen personalmente o me han oído por teléfono saben que soy bien risueño, y que me río de todo. Pero cuando eso sucede no es que me esté burlando. Tampoco que esté siendo sarcástico. No. Yo me divierto, simplemente, y le busco el lado gracioso a las cosas. Me río contigo y no de ti. Cuando la chica me preguntó mi nombre el asunto me puso algo nervioso y me pareció divertido. Por eso aquí también sonreí.
 
---Je, je... Mi nombre... Oquéi, me llamo Enrique.
---Enrique... ---el tono que usó dejaba notar que esperaba que yo continuara.
---¿Mi apellido también? ---Ya me comenzaba a sonar raro que me pidieran mi apellido.
---Sí, señor.
---Enrique G... ---se lo dí.
---G... ¿Qué más?
 
¿Había oído bien?
 
---¿Mi otro apellido también?
---Sí, señor.
 
El hecho no dejó de causarme gracia, ya les digo.
 
---¡Ja, ja, ja! 'Tá bien. ---Y también se lo di.
---¿Su documento nacional de identidad, señor?
 
¿Quéeee?
 
---¿El DNI también? ¡Ja, ja, ja!
 
Entonces creo que algún cable se le soltó a la chica de la linda voz... y la poca paciencia.
 
---Disculpe, señor, ¿de qué se ríe?
---No, de nada. Mira, dos, cinco, ocho... ---se lo di.
---Gracias, señor.
---Je, je... ---yo todavía seguía de buen humor.
---¿De qué se ríe, señor? ¿Se puede saber de qué se ríe?
 
¿Cómo?
 
---No, de nada ---dije un poco extrañado.
---Es un servicio gratuito de atención al cliente, señor ---contestó ya molesta mi interlocutora---. En los servicios gratuitos de atención al cliente se registran las llamadas.
---Está bien, está bien. Mira, tranquilita: yo no me estoy burlando de ti. No me estoy burlando. Es solo que me parece curioso, nada más. No malinterpretes mi risa.
---...
---¿Aló?
---Muy bien, señor. Gracias por llamar a...
 
Ah, no,  esto no se quedaba así.
 
---¿Y tú cómo te llamas?
---¿Perdón, señor?
 
Por teléfono no se puede mirar a alguien, pero yo les juro que sí la vi arqueando las cejas, ¡ja, ja, ja!
 
---Que tú cómo te llamas. Es un servicio gratuito de atención al cliente. En los servicios gratuitos de atención al cliente los operadores se identifican, cosa que tú no has...
---Soy la doct-to-ra Rocío Fulánez.
---¿Cómo?
---La DOC-TO-RA  Rocío Fulánez.
 
Ese nombre, ese nombre...
 
---Oquéi, muchas gra... ¿Rocío Fulánez? ---recordé repentinamente dónde lo había oído.
---Mmm... sí, señor ---si el recelo mojara, la chica me acababa de empapar.
---¿Tú has trabajado en la Editorial N...? ---"conmigo", iba a añadir... pero me dio miedo, ¿vio?
---NO, señor ---si la aversión mojara...
---Ah, ya, oquéi. Bueno, muchas gracias, hasta luego.
---...
 
Clic.
 
Ay, mi Dios del Cielo: ¿se estará convirtiendo esto en un blog de quejas ante el maltrato de operadores de servicio al cliente? ¡Ja, ja, ja!
 
Fuera de bromas, ¿por qué te molestaste? Bueno, en realidad, eso no me importa ni me quita el sueño, como comprenderás. Yo estoy tranquilo porque sé que no te hice nada malo. Pero lo que sí me preocupa es tu actitud. O sea: te me llenaste de complejos. ¿Tenías que decir que eras la doc-to-ra Rocío Fulánez? ¿Qué no te basta con ser Rocío nada más? ¿Qué me querías demostrar?
 
Querida Rocío: tú y todos los seres humanos del mundo no valemos por el título que tengamos ni por los logros que hayamos alcanzado ni por el sueldo que ganemos (¡gracias a Dios!). Valemos porque tenemos una dignidad impresionante por haber sido modelados a imagen y semejanza de quien creó todo lo que ves ---y lo que no ves---. Nada más en el universo ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios: solo tú.
 
Y si creías que eso era ya mucho, te falta lo mejor. Encima de eso vales porque su propio hijo eterno se entregó a la muerte para que tú vivieras. Te salvó la vida dejándose asesinar en tu lugar y por ti. Y aun así no hubiera existido nadie más que tú en la Tierra en toda la historia de la humanidad, igual  el Verbo hubiera venido, se hubiera hecho carne y se hubiera dejado traspasar en una cruz por ti.
 
¿No lo crees? No importa. Igual es verdad.
 
¿Te sentiste mal en un momento al hablar conmigo? ¿Te sentiste tan mal que tuviste que decirme a mí ---y sobre todo recordarte a ti misma--- que no eres menos que un muchachito ---en tu impresión--- burlón que te llamó a media mañana porque eres doc-to-ra? Una pena, doctorita, porque al tratar de aclararme(rarte) tu propia identidad, te has alejado radicalmente de ella.  Has terminado metiendo un home-run...  cuando debiste meter la pelota al arco.
 
 
(1) La definición de paciencia, de hecho, es muy diferente.
(2) En el Perú: Instituto Nacional de Defensa de la Competencia y de la Protección de la Propiedad Intelectual. Al final ---acabo de llamar también--- Indecopi no tenía nada que ver con la consulta que yo quería hacer.

lunes, 22 de enero de 2007

Odisea bancaria 3

Todo pastel que se respete tiene una cereza encima. Todo helado decente tiene un crocante waffer arriba. Todo dry martini bien hecho lleva una o dos cerezas engarzadas en un mondadientes. Son el detallito del asunto.
 
¿Recuerdan que hace un tiempo les conté de mis peripecias con uno o dos bancos limeños, todo por atreverme a pedir un inocente estado de cuenta sobre una coquetísima transacción internacional? En aquella ocasión, un señor para el que trabajo, el honorable señor P., me había transferido cierta cantidad de dinero que (pensé que) nunca recibí. Todo lo que siguió de ahí fue un carnaval espeluznante con situaciones cada una más aterradora que la anterior. Bueno, no diré más para ponerlos en contexto. No sean flojos, pues: lean las primeras entregas, primero aquí y luego aquí.
 
La cosa es que los acontecimientos aquellos tienen ---y no va a ser--- su detallito. Y este humilde posteador ---bien fiel con los lectores del coso en el que escribe--- se anima, claro, a compartir lo que faltaba: la cereza, el waffer o la aceituna, según sea que crean que lo que contaré es algo pequeñito nomás, o algo dulce o algo ácido.
 
Bueno, mucho floro. Sin más preámbulo, los pongo delante del último correo que me envió el buen señor para el que trabajo.
 
Hola Kike

Desde hace dos días estoy tratando de transferirte el dinero por el mes de diciembre. Pero, nuevamente, no contamos con el apoyo del Banco. Por alguna razón que no comprendo, en el último paso de la transacción me sale un aviso que dice haber excedido el límite de la transferencia. Este mensaje no tiene sentido ni por el monto ni por la cantidad que tengo en la cuenta de la cual debe salir el dinero. Como ya no puedo seguir intentando, me disculpo y te comunico que esperaré hasta mi llegada a Lima [...] para entregarte el dinero correspondiente. ¿De acuerdo?
 
¿Será un error en la Matrix?
 
Fuera de bromas, a veces por renegar no dejamos que ocasiones como estas nos den la oportunidad de ejercitarnos en algunas virtudes como la mansedumbre (aguantarte el deseo de partirle la cara a quien te ofendió), la paciencia (aguantarte las ganas de deshacerte en un mar de lágrimas cuando sufres por hacer el bien), el perdón (poner la otra mejilla cuando estás ante alguien que de buenas a primeras cree eres su sparring) y la humildad (no correrle el cuerpo a la verdad sobre tu realidad). ¿Cuántas veces nos dejamos cegar ante el peso del propio orgullo y olvidamos que muchas cosas en la vida son una tremenda oportunidad para crecer y para parecernos más a aquel que dijo "Aprendan de mí [...] y hallarán descanso para sus almas" (cf. Mt 11, 29)?
 
La realidad a veces nos presenta oportunidades así. Bueno, bueno, no son oportunidades tal cual, ¿no? Me refiero a que no necesariamente  han sido planificadas y dispuestas para nosotros como oportunidades. A veces son simplemente cosas que ocurren (aunque tengan cuidado: siempre está el tema de la providencia). Pero si uno es reverente sabrá leer estos acontecimientos y aprovecharlos para crecer en lugar de para destruir.
 
Claro, claro: díganme ahora moralista, pontificador, autoridad autoproclamada. Falso. Si lo estoy poniendo aquí es porque me lo estoy diciendo en primer lugar a mí mismo. A cualquiera que haya leído más de una entrada de mi blog le quedará claro por qué. 

miércoles, 17 de enero de 2007

"Need for Speed"



Por aquí la unidad básica de transporte público urbano se llama combi. Creo que se llama así porque estas camionetas se parecen mucho al famoso modelo Combi, de Volkswagen. Transitan por la ciudad cubriendo determinadas rutas (hay decenas ---quizá cientos--- de rutas de combis), por lo que puedes abordarlas donde sea; con un poco de suerte, hasta pararán donde quieres, por lo que las usamos para ir a todos lados. Una combi peruana es como una lata de sardinas pero con ruedas.

También tenemos otras camionetas un poco más grandes, que llamamos cúster, seguramente también por el modelo Custer, que sacó Nissan hace muchos años. Una cúster peruana es, igual, una lata de sardinas con ruedas, solo que más grande. (Ojo: dije "más grande" y no "más espaciosa" ni "más cómoda"). Esta sí tiene la suficiente altura como para que las sardinas vayan paradas, apiñadas unas sobre otras. Como decimos por aquí: "Es la misma chola, pero con otro calzón".(1)

Las combis han generado todo un dinamismo a su alrededor, un dinamismo que ha cambiado la vida (y esto no es broma) de cada ciudad peruana. El estilo de trato de los choferes y cobradores, el trato entre los pasajeros, la informalidad, la desobediencia contumaz a las reglas de cortesía, de tránsito, de justicia y del buen gusto; todo esto ha nacido ahí y se ha extendido a todos los sectores de la vida urbana, al punto que los estudiosos sociales se refieren a este nuevo estilo peruano de vida urbana como cultura combi.

Si a eso le suman el indescriptible tráfico limeño (quien aprende a conducir aquí ya está preparado para conducir un tanque blindado en cualquier guerra), entenderán por qué viajar en combi es toda una odisea en Lima, y es uno de los motivos más fuertes de estrés. La cantidad de gente que utiliza algún dispositivo portátil de música cuando viaja en combi ---para ayudarse a sobrellevar un poco el asunto--- se ha multiplicado exponencialmente en los últimos años. Y para este dato no cito fuentes porque es tan sencillo como tener uso de razón y, por lo menos, cinco años de usuario de combis: se ve al ojo. Yo mismo no subo a una sin tener el minidisc a la mano.

En fin, la cosa es que iba yo en una cúster, de regreso a casita. Iba algo molesto, precisamente por estar viajando en una. También iba molesto porque acababa de perder una buena hora de mi vida (con el tiempo escaso que tiene uno) en hacer un viajecito (en combi) a un lugar al que no tenía que haber ido ("Señor, disculpe, vengo a...", "No, todavía no le toca, señor", "¿Cómo? ¿Está seguro?", "Sí, señor, fíjese: su fecha de vencimiento es recién en febrero...", "¡Caa...! ¡Me lleva el...! ¡La...!", "¿Cómo dice señor?", "¿Eh? No, que nada, que gracias, hermano", "Para servirle").

Iba, decía, molesto y renegando, cuando ya muy cerca de mi casa la cúster se detiene para recoger a un par de pasajeros. Miro por mi ventana y veo a una señora, ya mayor, pero no alcancé a ver quién iba a subir con ella. Me desentendí, entonces, del asunto: no estaba de humor para andar adivinando quién subía y quién no. Pero, de pronto, una pequeña vocecita cambió esto por completo.

Al principio solo se oyó, sin verse la fuente de donde manaba: "Por favor...". Pero unos milisegundos después, una cabecita asomó por la escalerilla de la cúster, y luego un pequeño cuerpecito. Era un niño de unos cinco años, con un rostro angelical y un gesto muy muy divertido. Y mientras subía, tomándose con cuidado del pasamanos, iba diciendo al viento, para nadie y para todos al mismo tiempo ---y especialmente para el chofer, aunque sin mirarlo--- con una de las expresiones más pícaras que he visto en mi vida:

---Por favor, vaya rápido porque me gusta la velocidad ---y al decirlo nos derritió con una sonrisa que le quitaría todo el rencor al mismísimo diablo.

¡No, hombre, así cómo querían que mantuviera mi mal humor! ¡Ja, ja, ja!

Detrás de nuestro futuro campeón de fórmula uno subió la abuelita, con sonrisa de "Ay, miren al travieso este". Todos los que estábamos en la cúster estallamos en risas. Unos segundos después, el futuro Ayrton Senna peruano se sentaba cuidadosamente en un asiento, sin abandonar su sonrisa, ni sus sueños de que la cúster rompiera la barrera del sonido delante de sus ojos (lo cual ni siquiera tenía que haber pedido: algunos choferes de combis son especialistas en eso... en la velocidad y en el sonido).

Fuera de bromas, existe algo llamado providencia, que no es solamente el nombre de cientos de pueblos alrededor del mundo (en particular, de una linda y rara ciudad en el noreste de EE. UU.). La providencia es el modo en que Dios ordena las cosas en su infinita sabiduría y movido por su amor, de modo que redunden en el mejor beneficio posible para cada una de las personas. Es el orden divino que, de entre todas las posibilidades, escoge aquellas que más bien nos harán.

Esto seguramente evoca un poco a la física cuántica o a aquel cuentito rompecerebros de Jorge Luis Borges: "El jardín de senderos que se bifurcan". Puede ser útil tomar ambos como referencia. Dios, de entre todas las posibilidades, actualiza (hace acto) aquellas que más nos favorezcan (aunque a veces no lo veamos así), inspirado por su inmenso amor a cada uno de nosotros. Teje una complicada y sutilísima telaraña de amor.

¿Por qué menciono esto? Porque encontrarme con ese chiquillo en la cúster fue como un bálsamo de dulzura. El malhumor no me desapareció de golpe, es verdad. Pero se atenuó lo suficiente como para poder manejarlo por las siguientes horas. Y luego desapareció. ¿Cuántas cosas de estas no hace Dios por nosotros todos los días?

Ojo: no digo que Dios haya hecho que el niñito dijera esas palabras. Vamos, ¿acusarme de determinista a mí? Nancy que Bertha.(2) Dios opera sobre los acontecimientos, a veces sobre algunas leyes naturales, o nos inspira actos e intenciones. Pero no manipula a las personas como si fueran títeres.

Yo me refería a otra cosa. Los gringos tienen una frase que ayuda mucho a entenderlo: cuando algo bueno te pasa, te dirán: "You were in the right place at the right time ('estuviste en el lugar preciso y en el momento preciso'). En mi caso, eso fue lo que sucedió. ¡Y lo bien que me vino!

(1) Chola: se le llama cholo de modo cariñoso o despectivo (depende del contexto) al poblador de la sierra del Perú. Calzón: nombre que en el Perú recibe la prenda íntima femenina, la que está más cerca del suelo, por decirlo de algún modo. En otros países: bragas, bombacha, calchuncho, blúmer, panti, calzonario, bikini, ditro, bataclanes, bluma, pantaleta.
(2) Nancy que Bertha: 'nada que ver'.

lunes, 8 de enero de 2007

Odisea bancaria 2

Pues bien, el otro día conté por aquí que tuve un problemita con mi banco, tan solo por pedir un miserable estado de cuenta del mes de noviembre. ¡Ni que tuviera tanta plata para que me pusieran tantos problemas! (En realidad, ya no me queda casi nada).
 
La cosa es que si yo pensé que la pesadilla había terminado allí, estaba muy lejos de la verdad. No había hecho sino empezar.
 
 
Quinta etapa(1)
 
Yo pedí mi estado de cuenta el día sábado 9 de diciembre. Ese día me dijeron que se demorarían cuatro días útiles en entregármelo, si bien en el papel que me dieron como comprobante decía que se demorarían siete. No importaba, la suerte estaba echada igual. Así las cosas, me senté a esperar mi estado de cuenta... en vano.
 
El día 14 ---día en que debía recibir el papel--- estuve un poquito impaciente. El 15, ligeramente molesto. El 16 y el 17 ---fin de semana---, algo exaltado. Para el 18 ya tenía la paciencia colmada.
 
---¿Aló, buenos días? Banco Tal Tal Tal para servirlo. Contesta Fulanita.
---Aló, señorita, mire, necesito ayuda.
---Sí, dígame, señor.
 
Le conté toda la historia: necesitaba mi estado de cuenta, que me prometieron en cuatro días útiles; habían pasado seis, y nada.
 
---Permítame un momento, señor, no vaya a cortar.
 
¿Para qué le dije que sí? Tuve que esperar cerca de cinco minutos y escuchar veintinueve veces que el banco del que soy cliente tiene nuevas cuentas de ahorros porque todos somos distintos, infórmate al tres, once, nueve, ocho... Luego de mucho rato (demasiado) la chica volvió.
 
---Señor, me informan que el documento ya ha sido despachado a su domicilio, a la siguiente dirección: calle Fulanita Tal de Tal, número tal...
 
¿Y para eso se demoró tanto?
 
---Pues lamento decirte que no he recibido nada.
---Hmm... Entiendo. Espere nuevamente, señor, por favor. No cuelgue.
---...
---¿Señor?
---¡Sí, caramba! No colgaré.
---Gracias, señor.
 
Muchos minutos más tarde ---y cuarenta grabaciones del mismo aviso después--- vuelve la ayudante que el destino me puso.
 
---Listo, señor, gracias por esperar.
---...
---Señor, me informan que hay un problema con el servicio de mensajería. Aparentemente no han dado con su dirección. ¿Me podría dar alguna referencia por favor?
 
El colmo de los colmos. El correo no había llegado y esta chica quería que yo le diera una referencia. Por mí, se la podía ir a pedir a su madre.
 
---Escúchame: no te voy a dar nada. Ustedes tienen mi dirección, que me consta porque me la leíste hace un rato. Esa  es la dirección correcta, y con ella recibo TODA mi correspondencia sin problemas. Si el servicio de mensajería que ha contratado el banco para el que trabajas no es capaz de llegar a una simple dirección, ese es problema de ustedes, por contratar inútiles, y no mío. Así que piensa en otra solución, porque yo no estoy para decirte cómo llegar a mi casa.
 
Hay un pequeño silencio. La ayudante que el destino me puso procesa la información que le doy. Pero la procesa mal.
 
---Señor, no se altere. En realidad, la única manera de ayudarlo...
 
No tiene caso. Así es cuando no son capaces de ir más allá de los párrafos del manual de atención al cliente que alguna vez memorizaron. Una barbaridad completa.
 
Después de diez minutos de pelea, frustraciones y juramentos, le doy la referencia que quiere. Sí, me terminé dando por vencido. Todo por el bendito papel.
 
---Muchas gracias, señor. El documento le estará llegando a la brevedad posible.
---¿Y se puede saber qué significa brevedad  en tu lenguaje?
---En cuarenta y ocho horas.
 
¿Han visto esa escena de El padrino  en la que Michael Corleone le da un bofetón a Kay?
 
No me hice más mala sangre ---imposible, por lo demás--- y colgué.
 
 
Sexta etapa
 
El miércoles 20 de diciembre, exactamente once días después de haber pedido mi estado de cuenta en la oficina de mi banco que queda a dos cuadras de mi propia casa, y luego de haber tenido que llamar a granpepear a la asistente de atención al cliente para presionar, todavía sigo esperando. Pero no por mucho tiempo, se los puedo asegurar...
 
---¿Aló, buenos días? Banco Tal Tal Tal para servirlo. Contesta Renzo.
---Aló. Dame mi estado de cuenta.
---¿Perdón, señor?
 
Tengo que repetir toda la bendita historia, de pe a pa, o sea, de principio a fin.
 
---...y me dijeron que me llegaría en cuarenta y ocho horas... ¡¡y han pasado cincuenta y una y todavía no recibo nada!!
---Ehh... sí, señor. ¿Me da su número de DNI, por favor?
---Dos, cinco, ocho...
---¿Es usted Enrique G...?
---Sí.
---Muy bien, señor, por favor, no vaya a cortar, déjeme verificar la...
 
Esto no parecía real. Parecía que estuviera en una película. ¿El padrino, tal vez?
 
---No, escúchame tú ---lo interrumpí---. Yo ya llamé hace dos días para averiguar por qué miércoles no me llegaba el papel que pedí. La verdad es que no pienso gastar ni diez segundos más de cuenta telefónica hablando contigo. Por lo tanto, no te voy a esperar nada. Así que el que me va a llamar vas a ser tú, cuando averigües lo que sea que vayas a averiguar, ¿has entendido?
---Está bien, señor. Comprendo su mortificación. ¿Me puede dar su número telefónico por favor?
 
¡¿Qué?! ¿Había oído bien? ¿Me estaba pidiendo mi número telefónico a mí?
 
---¿Quieres que YO te lo dé? ¡Averígualo, que por algo tienen mis datos!
 
¡PAF!
 
Diez minutos después, sonaba el teléfono.
 
---¿Señor Enrique?
---Sí.
---Sí, señor, soy Renzo, del banco.
 
Uno tiene su corazoncito, ¿vio? Esa lección me la enseñó mi papá. Así que...
 
---Sí. Mira, hace un rato te colgué el teléfono... Perdóname.
---Sí, señor, no se preocupe.
---...
---Señor, hemos hecho las averiguaciones correspondientes. El documento figura como "rezagado". Aparentemente hay un problema con su dirección. ¿Sería tan amable de dármela nuevamente? Si usted me la proporciona correctamente le prometo que recibirá su documento... el día lunes.
---¡¿Quéeee?! ¡¿El lunes?!
---Sí, señor... eehhh... el lunes en la tarde.
 
¿Han visto esa escena de El padrino  en la que Michael Corleone...? No. Olvídenlo.
 
---Escúchame... ¿cómo te llamas?
---Renzo.
---Escúchame bien, Renzo: hace dos días YO tuve que llamar para saber qué había pasado con mi papel, que luego de ONCE días de haber pedido no recibí. ¿Me sigues hasta ahí?
---Sí, señor ---contesta una voz más o menos firme.
---Y ese día, la inútil que me contestó me pidió mi dirección, a pesar de tenerla correctamente escrita en su base de datos. Está bien, no importa. Le confirmé que era mi dirección. ¿Sigues conmigo?
---Sí, señor ---contesta una voz un poco más asustada.
---Y luego, para colmo, esa misma inútil me pide una referencia de cómo llegar a mi casa... ¡cuando esa es tarea de la empresa de mensajería! ¿Me comprendes?
---...
---Pero igual se la di, a pesar de que todas las cartas me llegan sin que ningún estúpido banco me esté pidiendo una referencia cada vez que me envía un papel. Y ella me prometió que el estado de cuenta llegaría en cuarenta y ocho horas... ¿Estás conmigo?
---Sí ---la voz se va apagando.
---Y han pasado cincuenta y un horas y no he recibido ni siquiera un saludo. Así que, con todo cariño, te informo que yo no te voy a dar nada a ti ni a nadie, y quiero que pienses en alguna otra solución ahora mismo, porque ya me impacienté. Necesito mi documento, y lo necesito ahora.
---...
---Así que yo no sé qué harás, si me lo traes tú mismo o me lo trae el gerente general con su chofer, pero ese papel lo voy a tener ya mismo porque lo necesito ahora: no para la tarde, no para después del almuerzo; ¡AHORA!
 
Esta bien. Reconozco que esa frase no la inventé yo, je, je... Si hay algún cinéfilo de buen gusto por aquí, reconocerá de qué película la saqué (y no: no es de El padrino). Pero de que es real, es real. La cosa es que no sé por qué a partir de ahí noté al pobre tipo un poco nervioso. No lo sé, tal vez algo lo asustó.
 
---Eh, sí, señor. Deme diez minutos, por favor, y lo volveré a llamar. Veré qué puedo hacer.
 
Puntual como reloj suizo, el hombrecito del banco me llamó exactamente diez minutos después... para informarme de que los responsables del asunto en la empresa de mensajería estaban almorzando y habían dejado a cargo a una persona ajena a todo el tema. Perfecto, ¿no? En fin. El nuevo ayudante que el destino me puso se deshizo en promesas de que él mismo vería mi caso, y de que a más tardar en 24 horas tendría yo mi documento. Ah, y me pidió disculpas, que todo hay que decirlo.
 
Al final no dejó de hacerme gracia algo que soltó en el medio de nuestra amable conversación:
 
---Señor, disculpe, ¿quién le contestó la primera vez?
---Se llamaba Fulanita. Lo recuerdo porque tiene el mismo nombre que mi calle: Fulanita. Como la ópera. No recuerdo su apellido porque no presté atención, y ¿sabes qué?, ni me interesó.
---¿Fulanita?
---Sí. Bueno, con ese nombre... No deben de haber muchas Fulanitas por ahí, así que no te hagas.(2)
---Fue Fulanita Jiménez.
---¡Yo qué sé!
---Señor, si yo hubiese tomado su llamada cuando usted llamó la primera vez, le garantizo que hubiera tenido su documento hace bastante tiempo.
 
Genial. O sea que estaba hablando ni más ni menos que con el Indiana Jones de los documentos perdidos.
 
Fuera de bromas, todo el asunto me hizo pensar ---porque de vez en cuando pienso, ¡eh!---. Es verdad que yo perdí el control. Podría aquí intentar justificar mi comportamiento, cuando quizá no tenga justificación. O, bueno, quizá sí la tenga, pero no para alguien a quien su Maestro le enseñó a dar la otra mejilla y tratar bien al prójimo. No lo sé. Pero lo que sí es seguro que no tiene justificación es que haya tenido que haber violencia para que el asunto se solucionara y para que alguien se comprometiera a ayudarme. A ayudarme de a de veras, digo.
 
¿En qué clase de cultura estamos en la que hay que granpepear a alguien para que haga lo que naturalmente tiene que hacer? ¿En qué clase de sociedad vivimos que terminamos moviéndonos por temor y no por otra cosa? Tal vez mi elección de El padrino  como telón de fondo para toda esta historia no haya sido inocente. ¿No nos movemos tanto por el miedo en vez de por el amor, como todos los personajes de aquella película? Claro, yo soñaba con que esos jovencitos del banco, al escuchar mi humilde ---y creo que justo--- reclamo, se desvivieran por ayudarme sin que tuviera que liberar a Mr. Hyde; que tuvieran tanto amor al prójimo como para que solitos, sin más aliciente que el deseo de servir, se lanzaran a hacer lo indecible por solucionarme el problema. Pero no. Quizá eso era soñar demasiado.
 
Ya lo dijo alguien que sabe más que yo (el Espíritu Santo, nada menos): "No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor" (1 Jn 4, 18). ¿No podemos intentar alcanzar esa plenitud en el amor?
 
 
Último minuto
 
Pues como uno es bien así, ¿vio? ---o intenta serlo, al menos---, hay que ser justos con lo que es de justicia, y debo decir cómo terminó la historia, más aun a partir de los acontecimientos más recientes. Con lo cual, además, descargo de culpa muchos asuntitos relatados en el primer post. Ocurre que, finalmente (Dios existe, señores), recibí mi estado de cuenta. Y dentro de las venticuatro horas de la promesa del amigo aquel. Y cuando abrí el sobre (¿desesperado?; ¡naaaa, nada que ver!) me topé con la cruel realidad. Efectivamente, el tonto había sido yo: mi cliente sí había depositado el dinero en mi cuenta en la fecha en que prometió hacerlo. Fui yo quien no se percató del asunto y generó todas estas idas y venidas. Pido disculpas, entonces, públicamente, por la mala fama que injustamente he derramado sobre la gente de mi lindo banco, banco que quiero mucho y que tan bien me atiende siempre, así como a todos sus clientes. Porque eso queda claro, ¿verdad?
 
 
(1) Para las primeras cuatro etapas, vale la pena mirar la primera parte del post, aquí.
(2) No, pues, no se hagan: la chica en cuestión no se llamaba Fulanita. Obviamente estoy intentando proteger la dignidad de la Fulana esa... digo, de la jovencita aquella, je, je... Tenía un nombre poco común para Lima, eso sí, el nombre que da título a cierta ópera.

martes, 2 de enero de 2007

Odisea bancaria

A mí algunos clientes me pagan por transferencia bancaria. Cuando les termino una corrección ---que les envío por correo electrónico--- les doy mi número de cuenta y me depositan el dinero. Todo fácil.
 
¿Todo fácil?
 
Aparentemente no. Uno de mis clientes efectuó una transacción a mi cuenta en los primeros días de noviembre. Como él es cliente de un banco diferente del mío, debió utilizar un procedimiento llamado transferencia interbancaria, algo que suena así como a viaje interplanetario o a teletransportación, que da más o menos la idea de lo que le pasa a tu plata cuando haces el último clic al realizar la operación desde Internet.
 
Bueno, la cosa es que ese dinero se perdió. Yo nunca lo recibí, pero mi cliente sí lo perdió de su cuenta. Entonces, hay que averiguar dónde está.
 
 
Primera etapa: coordinaciones por correo
 
Esta etapa es sencilla: estimado don P., no recibí su dinero; qué extraño, Enrique, déjame ver qué pasó; se lo agradezco mucho; ya vi mi cuenta, Enrique, y la transferencia figura como efectuada; qué mal, don P., yo nunca recibí el dinero...
 
Al final de una simultánea pesquisa individual, nos trazamos un plan de acción: "Kike, por favor llama a mi banco y pregunta qué pasó; desde Internet veo que todo está en orden". El señor P. no vive en Lima, por eso me pide que llame yo.
 
 
Segunda etapa: llamada al banco B
 
¿Ustedes creen que pude conseguir el bendito teléfono del banco del señor P.? No sé qué habrá pasado, o qué clase de duende jugó a esconder los teléfonos, pero yo, que tenía que conseguir el teléfono de una agencia específica del banco, en Miraflores, estuve un buen cuarto de hora llamando por aquí y por allá para conseguirlo: en el directorio telefónico aparecía, pero cuando llamabas, daba tono de fax; en el servicio de informaciones te daban otro, pero nadie contestaba; cuando llamé nuevamente me dieron uno nuevo, pero no era el que quería; sin embargo, la persona que me contestó en ese número me dio otro; llamé a aquel, y me dieron el primer número otra vez... ¡Vaya! Finalmente, ya no recuerdo cómo di con un número equis: ¡el dichoso número!
 
Así que llamo, esperanzado aún... pero tontamente: no me pueden dar información sobre una cuenta que no es la mía; "Por favor, señor, llame al siguiente número, a atención por teléfono. Ahí lo ayudarán". Cielos.
 
 
Tercera etapa: el telefonito del horror
 
Si bien en el primer caso me partía de enojo que por teléfono no me pudieran dar datos de una cuenta que no era la mía, pensándolo bien me escarapeló más el cuerpo el hecho de que, al llamar al dichoso telefonito de atención telefónica, esta vez sí me dieran los datos de una cuenta ajena como si tal cosa. ¿Era eso bueno o malo?
 
---La transacción figura como efectuada, señor ---me explica amablemente un tipo.
 
Entonces yo pienso: "Bueno, debe de haber un error".
 
---Ya que es así, pensamos que debe de haber algún error ---prosigue. Sin duda el tipo era pariente de Cristóbal Colón.
---¿Y dónde está el error?
---No lo sabemos.
 
Genial.
 
---Señor ---me indica finalmente---, dígale a quien le efectuó la transferencia que debe comunicarse con nosotros por teléfono.
 
¿Oí bien? ¿Por teléfono? Mi amable cliente vive en California: llamar por teléfono al Perú debe de salirle un platal. ¡Y para quejarse! Eso sí que está bueno. Una vez me pasó lo mismo cuando estando en Brasil: al pagar con una tarjeta de débito, ocho reales se transformaron misteriosamente  en 30 dólares. ¡Y querían que yo llamase desde Belo Horizonte para reclamar! ¡Sí, claro!
 
Le explico al tipo que la inocente persona que me depositó el dinero vive en otro país. No hay caso, hablo con una pared: "Va a tener que hacerlo, señor. No hay otro procedimiento".
 
 
Cuarta etapa: llama tú; no, tú
 
El amable señor P. hizo esa llamada. Y averiguó. Y me contó la amable conversación que tuvo desde California con la gente de su banco en Lima.
 
---La transacción no fue rechazada ---le explicó alguien que con toda probabilidad era pariente del tipo anterior---. Debe llamar al siguiente número, que es del otro banco.
 
Ese otro  banco era mi banco.
 
Hemos cambiado entonces: ahora es mi banco el que debe responder.
 
Sin embargo, a malhadada hora se me ocurre una idea: ¿y si todo fuese un error mío? Es decir, ¿qué pasaría si por idiota no me fijé bien en la transferencia de mi cliente? ¿Y si en realidad sí recibí su dinero en mi cuenta, solo que no me di cuenta? Por eso se me ocurrió una idea brillante : generar primero un reporte pormenorizado de mi cuenta de ahorros para ver los movimientos que tuve en el último mes, el correspondiente a la transacción que queremos verificar.
 
 
Etapa cuatropuntoúno
 
Aprovechando que un sábado estoy por el centro de Lima, donde queda una de las agencias más grandes de mi banco, me acerco amablemente a hacer mi trámite.
 
---Señorita, quisiera un estado de mi cuenta correspondiente al último mes.
---Encantado, señor. Tiene que pagar un cargo. Son once soles.
 
Plop. Once soles. Por un papel impreso en computadora. Once soles. Tres dólares. Estamos todos locos.
 
---¿Estás hablando en serio? ¿En verdad tengo que pagar?
---Sí, señor.
 
En fin, en mi país tenemos una frase para cuando te toca perder : "caballero, nomás".
 
---Bueno, pues, ¿puedes descontarlo de la cuenta de ahorros que tengo con ustedes?
---No, señor. Debe pagar en efectivo.
 
Ajá, era verdad: todos nos volvimos locos de repente y no nos dimos cuenta, fíjense. El colmo de la idiotez: ¡debo pagar en efectivo! Debo decirle a la chica, entonces, que me espere porque tengo que hacer la cola en la otra  ventanilla para sacar el dinero que deberé entregar en aquella otra  ventanilla, para luego volver a esta  ventanilla donde estoy ahora. ¡Y estoy en mi propio banco!
 
---Bueno, ¡qué voy a hacer! Anda llenándome la ficha, que vuelvo con el dinero.
 
De pronto tengo una iluminación.
 
---Espera, dime una cosa: ¿cuánto tarda el trámite?
---Tarda dos días útiles, señor.
---¡¿Qué?!
 
Era real. El trámite tardaba dos benditos días. Dos. Útiles. Inconcebible. ¿Han visto esa escena de El padrino  en la que Michael Corleone tiene un ataque de hipoglucemia?
 
---Caa... Mira, ya me rindo. Llena la ficha de una vez.
 
Pero, en ese momento, tengo mi segunda ---y más trágica--- iluminación:
 
---Espera un momento: a dos cuadras de mi casa hay una agencia de ustedes también. ¿Puedo recoger mi estado de cuenta allá o debo venir hasta aquí?
---No, señor, deberá venir aquí.
---Adiós.
 
 
Etapa cuatropuntodós
 
Agencia a dos cuadras de mi casa. El mismo sábado ---me fui volando de un lado al otro--- a las 12:50 de la tarde, apenas diez minutos antes de que cierren. Sí, porque resulta que trabajaban hasta el mediodía.
 
---Buenos días, señor, ¿en qué lo puedo ayudar?
 
El pobre tipo debió de haber visto mi cara de Magdalena. Algo debió de haberlo conmovido, porque noté que me trataba con una dosis extra de paciencia. A su lado, otro agente miraba por encima de su hombro, de pie; de seguro lo estaba capacitando.
 
Les conté a qué había venido.
 
---Sí, señor, encantados de ayudarlo. Aquí haremos su trámite para solicitar su estado de cuenta.
---¿Y tengo que pagar en ventanilla?
---Sí, señor.
 
Genial, no adelantamos nada.
 
---Y, díganme una cosa: ¿cuándo podré venir a recoger el documento?
---Oh, no, señor, usted no tiene que venir a recoger el documento; se lo enviamos a su casa.
 
¡Ah, vaya, por fin una buena noticia! La cosa mejora.
 
---Oh, vaya, qué bueno. ¿Y cuándo...?
---En cuatro días útiles, señor ---contesta el otro---. Firme aquí, por favor.
 
¿Han visto aquella escena de El padrino  en la que Michael Corleone asesina a Virgil Sollozzo y al capitán McCluskey? 
 
---¡¿Cuatro días útiles?!
---Sí, señor.
---¡Pero si yo vivo a dos cuadras de aquí! ¡A dos cuadras! ¿No es tan fácil como que venga a recogerlo?
---Lo siento, señor, es el procedimiento.
 
De pronto, todo se pone de color dorado y un sonido como de radio mal sintonizada va nublando mi mente. Cierro los ojos y no recuerdo nada más. Lo siguiente que veo es una mano extendida hacia mí con un vaso de agua. Unos cuantos rostros me miran preocupados, mientras que un policía, unos metros más allá, no deja de hablar algo por su radio. Al lado de mi silla, justo delante de mis ojos, un cartel se disculpa con el siguiente cliente con aquella frase de "En estos momentos no podemos atenderlo"; por el otro lado, sin embargo, el mismo cartel dice con letras muy grandes, demasiado, tal vez: "Banco Tal de Tal: haciéndote la banca más simple".
 
Fuera de bromas, me parece increíble que en este mundo de hoy, frenético y trepidante, materialista y consumista; este mundo en el que solo importa el dinero, y en el que el tiempo es dinero; este mundo en el que lo único que importa es producir producir producir; en este mundo en el que, por esa mismas razones, casi todos los negocios atienden ahora veinticuatro horas al  día y siete días a la semana ---¡hasta las iglesias!---, los únicos que siguen trabajando de lunes a viernes y de nueve a seis son, paradójicamente, los bancos.
 
¿No será que ellos, quienes, finalmente, mueven al mundo imponiendo las reglas de juego, saben que la lógica del "chamba es chamba" y "no te detengas, que el tiempo es dinero" es en realidad una farsa? ¿No será que ellos, que nos quieren inculcar a nosotros que la verdadera felicidad está en trabajar sin descanso esforzadamente para alcanzar el éxito, en el fondo saben que todo es mentira, y que el éxito no está ahí? ¿No será que ellos, que sojuzgan al mundo obligando a todos a trabajar tueniforseven, saben bien que el ser humano no puede vivir así?
 
Quizá ese sea su secreto mejor guardado: no todo es trabajo en la vida.