¡A que no adivinan, a que no adivinan! ¿Se imaginan todo lo que le ha pasado a este humilde posteador en este tiempo que desapareció?
¡Nahhh, no se imaginan nada! Porque todo lo que le ocurrió a este humilde posteador ni siquiera él mismo se lo puede creer. En tan solo un par de semanas tenemos computadora nueva, ipod, celular nuevo,* mochila nueva (bueno, deberé decir simplemente "mochila", pues no tenía ninguna).
Junto con eso, en tan solo dos semanas este blog cumplió en silencio un pintoresco y tierno año, recibió su visita número diez mil y se dio el lujo de ser totalmente abandonado por su propietario.
Pero eso no es todo. En solo dos semanas, también, hubo viaje lejos muy lejos de la patria, muchos paseos ---y perdidas--- por la ciudad de los rascacielos, visitas a amigos no vistos en muuuuucho tiempo, paseos en metro, auto, tren, taxi (intenté en helicóptero, pero no se pudo) y hasta conducción de un Chevrolet Cobalt por una carretera gringa en la que nadie obedecía el límite de velocidad (nosotros tampoco, por cierto, pues mi papá me enseñó que siempre hay que respetar las costumbres del lugar que se visita).
Y todo eso sin que este humilde posteador se lo propusiera ni lo intentara. Tan solo de golpe, inesperadamente, como una grata sonrisa del destino.
Ejem... dije "destino".
¿No van a reaccionar? ¿No dirán nada? Porque lo que yo espero es que me muelan a palos en los comentarios, queridos lectores, por hablar hablado de destino.
¿Que por qué? Gente, este es un blog católico, y aquí jamás hablaremos de destino (como no sea en sentido figurado), pues no creemos en él. Aquí se cree que hay una inteligente superior y amorosa que nos quiere a cada uno con un amor formidable, inmenso e infinito (más que todas las mamás del mundo juntas), y que en su gran bondad y sabiduría ordena las cosas para bien de los que ama.
Ehh... en este caso, a mí.
Porque estoy agradecidísimo, y ese es el punto. Le agradezco muchísimo a Dios su ternura por haber regalado a este infame pecador el regalo de un viaje tan fabuloso, tan cargado de frutos, de tantas cosas buenas y de momentos dulces y tiernos. Estoy agradecidísimo porque todo salió bien, porque en todo noté su mano y su protección, y porque a pesar de yo no merecerlo, me ha dado mucho. Mucho.
Pero, claro, como la gracia sobrenatural actúa a través medios naturales, no puedo dejar de agradecer a tantas personas que contribuyeron a hacer de esta aventura algo inolvidable. Así las cosas, agradezco a Cecilia, a María Ysabel, a Ana María, a Aldo, a Violeta, a José Carlo, a Giannina, a Andrea, a Daniel, a Érica (cuyo nombre lleva tilde por más que nunca me haya contestado cada vez que se lo pregunto), a Guadalupe, a Jorge, y un agradecimiento muy especial a Melissa, que me salvó la vida cuando me encontraba flotando en una balsa de náufrago en el aeropuerto internacional de Miami. Bueno, deberé decir, para ser más exactos, que está a punto de salvarme la vida, pues recién lo hará dentro de unas horas, en lo le tome llegar aquí, a este aeropuerto, desde donde escribo estas líneas en mi balsa en medio del mar. Ojalá que Melissa traiga flotadores salvavidas con patitos.
Fuera de bromas, este post es sui géneris. Creo que es una de las pocas veces en que se parece más a un diario de viaje que a lo que normalmente es. Pero no me importa, porque cuando el corazón rebosa de agradecimiento y alegría, necesita expresarlo y compartirlo. Y para eso es mi blog, pues el agradecimiento también educa, y mucho.
* A propósito, aprovecho para decir a todos quienes tengan mi número y hayan intentado llamarme en el último tiempo sin éxito: por fin podré recibir llamadas con normalidad. Denle una probadita si quieren.