A unas pocas horas del momento más importante de mi vida, me llama el querido amigo E. para preocuparse por mis nervios, tranquilizarme y darme calma y serenidad, y...
Ah, perdón, ¿cómo? ¿Que qué momento más importante de mi vida? Ah, no, nada, una cosita de nada: simplemente que en exactamente cinco horas y media estaré contrayendo matrimonio con la damita de la trastienda en una iglesia que repite el dulce nombre de mi Señor, en Surco (¿o era San Borja?). Simplemente eso.
Gracias, gracias, ya pueden dejar de aplaudir.
Y, bueno, que me llama el querido amigo E. para preocuparse por mis nervios, tranquilizarme y darme calma y serenidad, y tiene lugar el siguiente diálogo.
---¿Y? ¿Cómo estás? ¿Todo tranqui? ---me pregunta.
---Ahí, sí, más o menos. Me preocupa que todavía hay un par de cosas que me falta hacer.
---Tranquilo, hermano, ya no es hora de preocuparse. Ahora debes ser todo calma. Vamos, respira: inhala... exhala... inhala... exhala...
---Se, se...
---¿Y FI cómo está?
---Ah, ella sí está peor : todavía no tienen su vestido listo.
---¡¿Qué?! ¡¿A menos de un día del matrimonio?!
---Tranquilo, hermano, ya no es hora de preocuparse. Ahora debes ser todo calma. Vamos, respira: inhala... exhala... inhala... exhala...
En fin, estas cosas pasan, sobre todo a horas de contraer un sacramento que me disolverá en la muerte... perdón, que solo se disolverá con la muerte.
Fuera de bromas, estoy muy feliz. El Viejo y Buen Dios nos encomienda a FI y a mí la delicada labor de enseñarle a toda la humanidad cómo Cristo ama al hombre. De eso se trata el matrimonio, signo del amor de Cristo por la Iglesia: es un amor esponsal, caritativo y erótico a la vez, que diría el Santo Padre.
Dicen que con cada matrimonio la Iglesia pierde una virgen pero gana un santo: recen todos por mí y mi novia, para que los dos seamos santos.
Update: acabo de bajar a tomar desayuno y mi mamá me agarró a golpes felicitándome por mi futuro matrimonio, ¡jo! ¿A dónde iremos a parar?