El otro día hablaba del humor del Señor Jesús y, en general, del humor presente en la Sagrada Escritura. Normalmente tendemos a pensar que la Biblia es un libro demasiado solemne y aburrido. Nada que ver. Si uno lo mira con un poco de atención descubrirá que tiene partes muy divertidas, y que de seguro Jesús y sus apóstoles se la pasaron en grande.
Me comprometí a hablar de ello en esa ocasión. Y aquí, medio que a pedido del público ---porque hubo público, ¡eh!---, y cumpliendo la promesa, citaré algunas partes de la Biblia como ejemplos, partes que a mí me parecen bastante divertidas cuando las leo. Van solo como una lista pequeña. No pretende ser exhaustiva ni nada. Son solo los primeros ejemplos que vinieron a mi mente cuando pensé en el asunto. Ah, y bueno, tampoco piensen que esto es stand-up comedy. O sea: sí es gracioso, pero Jesús no era un comediante, ¿vio? Era el hijo de Dios hecho hombre, ni más ni menos. Vino para salvarte, hombre, no para divertirte. Pero en el camino se divertía, eso sí.
Vamos allá.
Es muy común que cuando en una oficina, por ejemplo, hay dos personas que se llaman igual, a una le pongan un sobrenombre para distinguirla de la otra. O tal vez a ambas. Por ejemplo, en un foro en Internet en el cual participo teníamos a una Cecilia. Un día llegó otra Cecilia, y la comenzamos a llamar Cecilia la Nueva. Esto, obviamente, motivó las protestas de la primera Cecilia, quien de inmediato nos preguntó: "¿Y yo qué soy: Cecilia la Vieja?", je, je.. Al final no supimos bien cómo solucionar el asunto, y ahora la primera es simplemente Cecilia, y la otra, Cecilia la Otra.
Y es que, precisamente, a la hora de aplicar esos sobrenombres la gente suele ponerse muy creativa ---cuando hay confianza y cariño--- , y hace gala de mucho humor. En el tiempo de Jesús las cosas no eran diferentes. En el grupo de sus doce también había sobrenombres. Y los apóstoles sí que se pusieron originales. A uno, por ejemplo, le llamaban Tomás el Mellizo (Jn 11, 16). ¿Y eso? Bueno, es que dicen que era igualito a Jesús, je, je... Y como había dos llamados Santiago, a uno de ellos le llamaban el Menor (Mc 15, 40). ¿Y eso por qué? ¡Pues porque era bajito! ¡Ja, ja, ja! ¿A que no eran creativos? Debió de ser muy gracioso andar con Jesús y todos ellos en esa época.
Y esto lo consignaron por escrito los evangelistas, como ven. Sí que eran graciosos. Y es que a veces perdemos de vista que los evangelios no son como una película que nos muestra la realidad como si estuviéramos ahí. No. Son relatos de testigos de los acontecimientos, relatos que pasan por el tamiz personal de su propia escritura, lo que implica su sazón, su sabor, su gracia para contar las cosas. Todo ello, obvio, inspirado por el Espíritu Santo, eso sí.
Por ejemplo, tienen a san Marcos, un evangelista muy peculiar, pues es el más sencillo de todos. Tipo de pueblo, campechano, sencillísimo; san Marcos no se hacía problemas para narrar. De hecho, su evangelio es el más cortito: no usa metáforas complicadas, no usa un lenguaje rebuscado. Al contrario: utiliza el lenguaje de la gente, un lenguaje muy popular, muy barrio, como decimos en mi país. Denle una leída y van a ver.
Por ejemplo, una que cuenta que a mí me parece genial, y que siempre (y digo siempre) me hace reír cuando la escucho en misa, es cuando relata la transfiguración del Señor, es decir, cuando Jesús se muestra en toda su gloria y divinidad a tres de sus más íntimos amigos. En ese momento san Marcos no tiene ningún reparo en contar ---para que lo entiendan--- que cuando ocurrió aquello los vestidos del Señor "se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero* en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo" (Mc 9, 3). ¡Ja, ja, ja! ¡Díganme si el tipo no era del pueblo, al punto de que cuando el mismo Dios se aparece ante la vista de los hombres no encuentra mejor manera de describirlo que diciendo que ningún lavandero del mundo dejaría sus vestidos así de blanquitos! ¡Ja, ja, ja!
Otro a quien podemos citar por aquí es al evangelista san Juan, que es el que más palabras de Jesús ha recordado. Este no resistió la tentación de contar una anécdota estupenda al respecto de la curación de un ciego de nacimiento. Claro, Jesús lo curó. Pero como el Maestro no andaba guiándose por interpretaciones absurdas de la ley, se dio el trabajo de curarlo en sábado. Y es que el sábado era un día en que, según los preceptos farisaicos, estaba prohibido realizar algún trabajo. Y curar a un efermo era trabajo (!).
Así que, una vez curado, los fariseos llamaron al hombrecito para interrogarlo: "¿Quién te curó?". "¿Y cómo lo hizo?". El pobre ex ciego les contaba con mucha sencillez: "Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo" (Jn 9, 15). ¡Ja, ja, ja! ¡Así de sencillo! Ese hombre sí que no se hacía problemas para contar las cosas.
Los que sí se hacían problemas, en cambio, era los fariseos, pues estaban indignados y querían comprometer a Jesús como sea por el delito de hacer escándalo. ¡Incluso (y esto ya raya en la caricatura: parece un concurso de cabezas duras) llegaron a dudar de que hubiera sido ciego de verdad! Por eso la historia sigue con que llamaron a los padres del ciego para testificar.
Los viejos del ciego, sin embargo, no sabían nada y no se querían mojar. Así que de nuevo todo volvió a cero. Y los tercos fariseos volvieron a llamar al ex ciego. Y me imagino que este se comenzaba ya a impacientar...
Llega el ex ciego y le hacen las mismas preguntas de la otra vez. Y san Juan no se guarda para nada de contar todo lo exasperante que fue el momento, y cómo el pobre ex ciego se impacientaba y ya trataba a los fariseos como si nada. Si no, miren este diálogo (Jn 9, 24-30):
Lo llamaron por segunda vez [...] y le dijeron: "Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador". Les respondió: "Si es un pecador, no lo sé. Solo sé una cosa: que era ciego y ahora veo".
¡Ja, ja, ja! ¡Qué tal respuesta! ¡Súper práctico el tipo!
Le dijeron entonces: "¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?".
¿Se imaginan al ex ciego pensando: "¡Caaara... cas! ¿Otra vuelta?". Y efectivamente, eso les dijo. Pero esta vez les soltó una puya:
"Se los he dicho ya, y no me han escuchado. Por qué quieren oírlo otra vez? ¿Es que quieren también ustedes hacerse discípulos suyos?".
¡Ja, ja, ja! Este tipo sí que era un vacilón. Y san Juan también, ¿vio?, por relatarnos toda la historia con lujo de detalles. Pero ahí no acaba todo. Porque los fariseos al oír esa respuesta, que definitivamente les sonó a burla, estallaron en cólera.
Ellos lo llenaron de injurias y le dijeron: "Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés".
"Oy, sí, qué miedo" debió de pensar el ex ciego. Los fariseos siguieron:
"Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ese no sabemos de dónde es".
Y nuestro amigo, siempre según nos lo presenta san Juan, se armó de valor y les espetó una frase soberbia, genial, que les terminó de dar la bofetada a los supuestos maestros de la religión, a los intérpretes de Dios, a quienes sabían todo sobre lo divino:
"Eso es lo extraño: que ustedes no sepan de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos".
¡Ja, ja, ja! ¡No, hombre, si ese ex ciego se las traía!: "Eso es lo extraño...", ¡ja, ja, ja! ¿Y san Juan? Vaya tipo: no se aguantaba contarla tal cual sucedió, ¡eh!
Y luego me dicen que la Biblia no tiene humor. ¡Por favor! No, hombre, si Dios debe de tener un sentido del humor formidable, y como Él la inspiró... A ver si nos pasa un poco, más bien, para hacer este blog más entretenido.
Fuera de bromas, el humor es una cosa dulcísima que a veces se toma en sorbos pequeños; a veces, en cantidades industriales deviniendo en una borrachera que nos alegra todo un día o toda una semana. ¡Y vaya si es importante! Y no tengo ninguna duda de que Dios tiene su humor. Piensen en los cómicos más famosos o divertidos que conozcan, para todos los gustos, para todos los colores: los nacionales y los internacionales; los antiguos, los nuevos; desde Juan Verdaguer hasta Julio Sabala, o desde los Les Luthiers hasta Enrique Pinti. Todos ellos pienso que nos remiten a algo más. Los reflejos de nuestra cara, estómago y garganta cuando nos reímos nadie nos los enseñó: nacimos sabiendo reír, porque creo que la risa guarda el eco de una voz más profunda en nuestro interior, la huella de quien nos hizo... que sí que sabe reír, que es plenamente feliz, con la felicidad eterna por la que suspiramos.
¿Conocerán los lectores de este humilde coso algunos otros ejemplos de risas en la Biblia?
* Un batanero es una persona que tiñe o lava paños. Muchas traducciones consignan esta palabra tal cual; algunas otras, empero, ponen lavador.