Voy al supermercado a comprar pilas para el minidisc. Y veo por ahí algo que me llama mucho la atención: una chica ofreciendo whisky a la gente. Degustación, ¿vio? Y como uno tiene su corazoncito escocés, en un santiamén alcanzo a la chica en la mesita desde donde lo reparte. Hay una botella de Chivas Regal sellada, y a su lado, una botella ya abierta pero con solo un poquitín de whisky. Para los que no lo saben, el Chivas Regal es un buen whisky.
Llego donde la chica y no dudo ni un segundo: de inmediato me pongo a trabajarla. Así decimos por aquí a operar sobre alguien con el sutil arte de la palabra. En este caso, ya se imaginan: darle cuerda a la vendedora, hacerle pensar que uno está interesado... esas cosas. Y como cae en la trampa, tengo que soplarme un rato de su cháchara. Es que los vendedores también tienen su método para trabajarlo a uno. Primero empiezan haciendo un vínculo, haciéndose tus amigos, hasta que, ¡zas!, lanzan la primera estocada. Y la chica lo hace bastante pronto. Luego de un rato de hablarme tonteras, va al grano.
---Mira, el Chivas Regal está en oferta: 82 soles.
En verdad era un buen precio para el Regal.
---¡Claro! ---le digo, y asiento aprobatoriamente.
Sin embargo, ya que la chica se quita la careta de amiga para descubrir su verdadero rostro de vendedora, yo hago lo propio: dejo caer la máscara del cliente interesado, y revelo mi rostro de consumidor gorrero.(1) Dejo, entonces, que mi mirada se pose abierta y descaradamente sobre la otra botella de whisky, la que ya está abierta y se levanta orgullosa junto a una ruma de vasitos descartables. Es verdad: lo primero que pensé fue que iba a ser un asco tomar whisky en un vasito descartable; pero, bueno, a caballo regalado...
La cosa es que miro sin escrúpulos la botella. Mi ataque es evidente. Pero la chica no reacciona. Sigue hablándome del Chivas. La cosa se va poniendo pesada. Y la chica también. Es un caso de emergencia, no me vengan con cosas. Como ella no reacciona ni se da cuenta de que ya toca que me dé mi degustación, hago lo que un hombre tiene que hacer. Plan B: ataque frontal, a quemarropa.
---Ah ---digo como quien no quiere la cosa---, veo que has estado invitando Chivas Regal a la gente.
Y esta vez ambos volteamos a mirar la botella abierta.
Pero la realidad es, a veces, una mujercita caprichosa. El duende cruel del destino me lanzó una de sus acostumbradas muecas: la botella abierta que alegremente había sido ofrecida a medio mundo (por eso estaba casi vacía) no era de Chivas Regal. Era de Something Special. ¿Conocen la diferencia entre un Chivas Regal y un Something Special? ¿Conocen la diferencia entre pedirle a Chopin que toque una de sus piezas al piano y pedírselo al sobrinito de ocho años?
La joven confirma mi terror:
---No es Chivas; es...
---...Something Special ---completo dolido.
Y comienza ella a abrir la boca para decirme algo, pero es demasiado tarde: la impresión me ciega. El cliente indignado dentro de mí sale a trompicones, sin permiso.
---El Something Special es horrible ---pontifico interrumpiéndola.
---¡Nooooo! ---se defiende mi vendedora con voz de falsete.
---¡Síiiii! ---respondo imitándola lo mejor que puedo: hasta muevo la cabeza hacia atrás, como hizo ella---. Es horrible.
La degustadora de tragos parece reconsiderarlo, y en décimas de segundo saca la conclusión de que aquel comentario mío le conviene. Porque, claro, ¿por qué gastar energía en convencer a un cliente de mirada de fuego de que un whisky de diez dólares es bueno, cuando abiertamente está interesado en el de treinta? Entonces cambia de estrategia.
---¡Llévate el Chivas, anda! ¡Vamos! Es una buena oferta.
Cierto, reconozcámolo. Pero yo no tenía dinero para comprarme un whisky en esos momentos... ni lo tengo ahora, je, je... Estoy en las vacas flacas. Yo fui por la degustación, ¿vio? Y si hubiera querido comprarme un whisky hubiera ido por un Johnnie Walker Gold Label, que ese sí que vale la pena. Tómense un vaso y verán mundo, aunque tendrán que pagar un precio importante, eso sí.
En fin, que buena la oferta del Chivas, pero yo no tenía plata.
---No ---le digo muy sincero, como siempre---, no tengo plata. Voy a ver si convenzo a mis papás para que me lo regalen ---esto sí lo dije simplemente por salir del paso.
Los ojos se le iluminan: cualquier cosa sirve para la venta.
---¡Claro! ---sonríe.
Pero luego parece caer en la cuenta de mi jugada: "Si sus padres le van a comprar el whisky, entonces este cliente ahorita se irá con las manos vacías". Díganme, ¿no es tremenda mujer?: ¡Sherlock Holmes, tienes competencia!
Con su brillante deducción a cuestas, arremete nuevamente.
---¡Pero anda, amigo, cómpralo! ---insiste ya sin ningún remilgo, hecha trizas la careta de vendedora asolapada detrás de un gratuito vaso de whisky malo.
---Nooo ---contesto sonriendo. Es que recordé aquello de que hay que ser amables, que uno está trabajando eso del mal humor, y hasta por ahí apliqué mi sonrisa 436-1-A, que ya me conocen. Creo que me salió bien.
Bueno, que le digo que no tenía plata. Pero ella insiste.
---Vamos, como un regalo de Navidad de tus padres.
Sí, miren la tremenda lógica: que yo me compre mi propio regalo en nombre de mis padres. Les juro que eso dijo.
Entonces sucedió. Que conste que yo no tuve la culpa. En mi defensa diré que fue sin alevosía ni premeditación, así que no quiero correr con gastos por daños y perjuicios. Simplemente ocurrió. Y es que yo le quise soltar el comentario con toda la normalidad del mundo, pero ¡no me imaginé que para ella iba a ser como una bomba atómica!
---No. En mi familia no acostumbramos regalarnos nada por Navidad ---digo sin ocultar el orgullo que eso me da.
¡Sombras de la noche que borran el horizonte de un zarpazo! ¡Tinieblas del abismo que se ciernen sobre el espíritu perdiéndole el rumbo! ¡Oscuridad total que cual terremoto destruyes el piso sobre el que se asienta la seguridad de la vida! Pobre mujer. Abrió los ojos como nunca olvidaré, y me miró como si le hubiera dicho "Por las noches me convierto en iguana", o "El problema es que mi hermana aún no regresa de Venus". Me lanzó una mirada tal, como si le hubiera descrito la más increíble de las cosas que pueden pasar sobre la Tierra. "¡¿Sin regalos?!", estoy segurísimo de que pensó. Abrió la boca a punto de comerse los aretes;(2) abrió los ojos tanto, que logré ver de su corazón espantado lo que ni todos los novios que ha tenido en su vida podrían juntos describir.
O sea: cataplum.
Cuando me di cuenta de que le había provocado corto circuito, le solté alguna excusa que la devolviera a la realidad con delicadeza, y me fui sin más trámite, sin voltear a ver si alcanzó a aterrizar del pequeño viaje a otras galaxias, a donde la envié sin querer.
Fuera de bromas, ¡qué diferencia de paradigmas! ¿En verdad es tan difícil aceptar que la Navidad no tiene nada que ver con los regalos ni con la unidad familiar ni ninguna de esas bobadas, sino con el nacimiento del Salvador del mundo? Les juro que simplemente basta un pequeño esfuerzo. No es tan difícil, créanme.
(P. S. Antes de que se vayan, agradeceré leer el importante comentario que sigue debajo de este post).
(1) Gorrear : en el Perú significa 'pedir, mendigar algo'.
(2) Aretes: pendientes, zarcillos.